Doce Notas

La ópera española en periodos históricos imposibles

siamo forti  La ópera española en periodos históricos imposiblesEspectáculo en 3D en la plaza de la Ópera de Astaná (www.astanaopera.kz)

Los primeros no tienen por qué ser grandes héroes, pueden y deben ser gente normal que acentúe su normalidad pensando en salvar lo máximo posible del naufragio. Los otros son inevitables, siempre habrá quien se diga que en la jungla sobrevive el más listo y el que se zampa al débil.

En España no solo se está perdiendo dinero a chorros, se pierde, quizá más, un sentimiento de centralidad que había recargado las pilas del país. Parecía que estábamos donde había que estar. Se acabó, hemos vuelto a la periferia, más grave quizá porque cuando éramos pobres, Europa era nuestro referente. Ahora todo el continente anda a la deriva y somos el apéndice de esa deriva.

Para no andarnos por las ramas, me centro en la ópera, que es lo que justifica primordialmente este blog. Si queremos saber dónde estamos, la prensa diaria no deja de relatárnoslo. Por ejemplo, nos cuenta hoy que Astaná, capital de Kazajistán, estrena un imponente teatro de ópera cuyo coste deja nuestros faraónicos teatros (Real, Liceu, Palau des Arts) a un nivel de pequeñas pirámides del borde del desierto. Y si el coste de construcción es el que dicen (alrededor de 500 millones de euros), nos podemos imaginar las inversiones de contrataciones y demás.

Pero no es caso aislado. El emirato de Omán también tiene su propuesta, y los millones vuelan. ¿Qué tiene esto de especial?,  al fin y al cabo, los ricos pueden hacer con su dinero lo que quieran. Lo que me llama la atención es que la ópera (no solo, claro, hay museos, auditorios, etc.) retorna al estatus de espectáculo de superlujo. Y como la tendencia la marca el que más gasta, quien no pueda competir baja de división rápido.

España, con sus recién estrenadas miserias, debería pedir de inmediato esa bajada de división, no solo para ahorrar un gasto que no podemos sufragar, o que nos dicen que no podemos, sino para asumir lo antes posible cuál es nuestra situación, hasta dónde podemos llegar y no pegarnos el morrón de manera atropellada.

Lo Real y lo irreal

Se me ocurre, por ejemplo, que un montaje como The Indian Queen, programada en el Teatro Real estos días, tiene mucho de esos lujos que pagamos con sangre. Es una propuesta excelente y una música sublime, pero hay tonterías en el montaje, especialmente en la puesta en escena, que nos hablan de un espectáculo caro por el hecho de serlo.

Naturalmente, ya sé que se trata de un compromiso adquirido cuando las cosas no parecían tan graves, que suprimirlo sería peor y más caro aún, que se trata de una coproducción, etc. Hablo como síntoma. Pensar lúcidamente en nuestro nuevo estatuto de pobres implica ser capaces de imaginar un lugar en el sol de la lírica sin buscar la competencia con propuestas millonarias. Porque si no es así, terminaremos en la impotencia y el descreimiento. He vivido más de cuarenta años en un país, una ciudad, que no tenía el menor problema en pasar de la ópera, así que no espero mucho de una supuesta reacción si vuelve a desaparecer. Aunque lo normal no será eso, sino que adelgace y retorne a un lugar de cita para la élite económica, que no es incompatible con un país pobre. Y como los pobres tendrán que resolver muchas cosas antes de imaginar que pueden volver a la ópera…

Lo que verdaderamente me preocupa es lo que reside en el apartado más oscuro y recóndito del problema: la ópera española, es decir, la nueva ópera española, ya que la ópera hay que construirla. No envidio a un país que gasta 500 millones de euros para inaugurar su teatro de ópera con Attila, de Verdi. Envidio a los países que siguen apostando por tener un hueco vivo y actual en la ópera, con su cultura, su idioma y sus temáticas. No vamos a entrar aquí en señalar cuáles son.

Pero sí quiero apuntar aquí que si nuestro país, sus responsables públicos, sus élites cultivadas y sus grupos de aficionados sin distinción, dimiten de tal misión, hay artistas (y yo me encuentro entre ellos) que piensan que hay que seguir. Que si nuestro Estado es fallido, nuestros responsables culturales, indigentes y nuestros dineros, inexistentes, aún se puede batallar por tener una ópera española, y no es tan difícil: una ópera pobre, una ópera esencial, que sepa cuáles son los esfuerzos imprescindibles y que cuente con los más valientes y generosos, aquellos que han sido apeados de una prometedora y fructífera carrera por la loca cabeza de no pocos de nuestros gestores que se creyeron ‘kazajos’ solo porque pagábamos esa gasolina que nos viene de Kazajistán.

Es la hora de olvidarse de que algún día seremos normales. Cuando estuvimos casi a punto, cometimos demasiados errores, y en la catástrofe, tampoco parece que hayamos aprendido mucho de ellos.

La ópera no es el sueño megalómano de las élites, es simplemente canto, historias y unos temas que podamos comprender y hacer nuestros. Tenemos cantantes, instrumentistas y artistas de diversa índole mejores que nunca en nuestra historia reciente. Sus posibilidades de vivir una carrera como antes se soñaba son escasas. Algunos podrán emigrar a Kazajistán, Oman, Abu Dabi, Catar o Singapur. Europa, por su parte, ya no es lo que era y los huecos son tan escasos como su futuro. Pero muchos van a quedarse por fuerza o por elección.

A ellos les digo que pobreza es libertad, y la libertad es el alimento de la inspiración. Muchos, quizá todos, no merecen el panorama que pinto; no merecen el engaño que este país ha hecho con ellos. Pero tienen su fuerza, su técnica, su formación y sus ideas intactas. Y tienen la posibilidad de demostrar de quién es este país, si de los que lo pueden imaginar sin restricciones mentales, aunque con todas las materiales, o de los que lo ven como un casino-burdel con chalets pareados como modelo para algunos y muchos barrios llenos de pobres.

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