Desgraciadamente, no todo es motivo de regocijo. La constante aparición de estudios no siempre va acompañada de verdaderas novedades. Desde la publicación de El libro de la jota aragonesa de Demetrio Galán Bergua, en el año 1966, vemos cómo la literatura específica ha ido entrando en bucle. Con frecuencia atiende los mismos temas y siempre con los mismos argumentos. El punto de mira se centra en aspectos sociológicos y de mera recopilación que, aunque necesarios, redundan en un debate estéril y a menudo endogámico.
En el año 1995 el musicólogo Miguel Manzano publicó La jota como género musical. El trabajo consiste en la comparación de las diversas tonadas recogidas en cancioneros populares de toda España. Todo ello para explicar que la jota no es exclusivamente aragonesa, ni aragonés es su origen. Ante él se produjeron dos reacciones opuestas. Unos optaron por avasallar al autor y otros decidieron aceptar sus hipótesis “a pies juntillas”. Ninguna de las dos opciones fue del todo acertadas. Los primeros por carecer de argumentos y, los segundos, por hacer una lectura poco rigurosa y crítica. El libro no es perfecto, y se pueden hacer matizaciones, aunque sin estigmas; porque lo que no es materia de debate es su calidad. Es más, es y seguirá siendo de referencia obligada mientras no exista otro trabajo que rebata sus planteamientos con argumentos consistentes. A mi modo de ver, falta una explicación -o varias- sobre las razones que han hecho de la jota aragonesa un género universal. No se puede -ni se debe- olvidar que compositores de todo el mundo han encontrado en ella la inspiración. No es necesario dar nombres -especialmente porque el espacio es limitado-. Tampoco los musicólogos han rehusado hablar del tema. Barbieri, Pedrell, Inzenga, Martínez Torner, José Subirá, García Matos, Lomax… Creo que los nombres hablan por sí solos. Sin embargo, todo ese trabajo está pendiente de una nueva interpretación. No sólo hace falta volver a leer. Hace falta hacer un esfuerzo por retomar sus hipótesis e intentar demostrarlas o refutarlas. Pero cuidado, en el proceso no debería faltar el estudio de la música, los procesos de creación, la filiación de los estilos y tonadas, su clasificación, etc.
En esta línea ha actuado la profesora Gimeno Arlanzón. Probablemente la transcripción es la mejor forma de facilitar la difusión de los textos producidos a finales del siglo XIX y principios de siglo XX. Por todo ello se debe alabar la empresa de la autora, que ha consistido en la transcripción de La jota aragonesa de Ruperto Ruiz de Velasco del año 1892.
La edición incluye una pequeña biografía y una pequeña descripción del contexto en el que surgió la obra. También es pequeño el libro, en cuanto a dimensiones y en cuanto a volumen. Unas 150 páginas, para ser concretos. Pequeño, para no variar, es el estudio; pero claro, sobre eso había poco que hacer. Metodológicamente, el trabajo realizado por Gimeno es adecuado y la bibliografía que utiliza es correcta.
De la obra original destaca su valor en el análisis. El autor habla fundamentalmente de música, precisamente eso de lo que carecen muchos estudios actuales. Y todo ello, pese a que vio la luz en pleno auge nacionalista, lo que se traduce en afirmaciones que hoy resultan forzadas –no hay que olvidar, que sobre estas fuentes falta una reinterpretación–. Sin duda alguna, la calidad de la obra se debe a la figura polifacética del que fue su autor. Cantante, pianista, compositor, director de orquesta, director de la revista Aragón Artístico… tuvo también relaciones con importantes personalidades intelectuales de la época, entre las que destaca su amistad con Francisco Asenjo Barbieri, padre de la incipiente musicología en España.
Por todo ello no puedo dejar de recomendarles que lean el libro, y con la información en la mano, sean ustedes los que aventuren el camino.