Con Tiempo y música de Jeanne Hersch, la editorial Acantilado aumenta la colección que lleva por título su mismo nombre. En esta ocasión, se trata de un ejemplar de lectura asequible a pesar de su gran carga filosófica, pues no se precisan grandes conocimientos previos acerca de la disciplina. Además, la presentación de los textos respetando su orden cronológico ayuda al lector a comprender cómo el pensamiento de la autora en torno a estos conceptos fue modificándose a lo largo del tiempo en función de sus intereses personales.
En cada capítulo, Jeanne Hersch nos introduce en un mundo de meditación acerca de la relación –en muchos casos extremadamente compleja– existente entre el hombre, el tiempo y la música. La autora parte de tres dimensiones temporales: el tiempo práctico –que nos ofrece la posibilidad de decidir cómo actuar en nuestro presente–, el tiempo de la naturaleza –o tiempo de la ciencia, que sólo admite la relación antes-después– y la eternidad histórica –poseída por aquellos elementos finitos e invariables en el transcurso del tiempo; y a partir de ellas nos proporciona una nueva herramienta para el análisis temporal de cualquier hecho acontecido tanto en el pasado como en el presente o en el futuro.
Una vez definidas las bases temporales entra en escena la música. Para Hersch, la música es a la vez sucesiva y simultánea, libre y necesaria, subjetiva y objetiva, temporal e intemporal, una disciplina en la que la contradicción “como en la condición humana, no es un simple error o una imposibilidad, sino una paradoja”.
Teniendo en cuenta todas estas variables ambos conceptos se unen para hacer honor al título del libro Tiempo y música. Como cualquier acción la música se despliega en el tiempo, pero el tiempo de la música no es el tiempo de antes o el de después de la misma, sino un tiempo intemporal que la autora denomina “tiempo del concierto”. Este tiempo, en el cual se desarrolla la música, es “un tiempo transversal, que corta el tiempo ordinario, lo penetra, lo atraviesa, y todo ello sin anularlo”. Un tiempo en el que cada nota, cada acorde o cada ritmo, debe su naturaleza y su eficacia a lo que les había precedido, un pasado inamovible que camina hacia un futuro esperado o temido. En definitiva, este tiempo de concierto es, “en lo vivido por los hombres, lo más parecido a una miniatura de eternidad”.