Doce Notas

Una flauta no mágica, pero atractiva

reporturia  Una flauta no mágica, pero atractiva

La flauta mágica (Papageno) © Tato Baeza

Por otra parte, no dejan de surgir nuevos enfoques sobre la obra mozartiana, como el que ofrece Jan Assmann en Ópera y misterio (publicado en castellano por Akal), donde el egiptólogo alemán cuenta, escena por escena, lo estrechamente conectadas que están la acción y la música con la fascinación que el antiguo Egipto y los cultos mistéricos ejercieron sobre Mozart y sus contemporáneos. La ópera más popular de Mozart es al mismo tiempo la más enigmática.

Y envuelta de misterio se presentó la dirección de escena de Stephen Medcalf, con los generadores de niebla a pleno rendimiento y envueltos en una luz tétrica. La coreografía de Duncan Macfarland, mejor dicho, sus bailarines formaron parte del inventario al transformarse en silla, árbol, fuego o portón, según lo requería el momento. Un recurso extremadamente económico en tiempos de ahorro, pero también ingenioso, aunque irrepetible. Con el escenario, pues, vacío, la mirada se centró en los cantantes, en sus gestos y ademanes. Destacó aquí el trabajo realizado por Thomas Tatzl (Papageno), gracioso también por su muy oportuno acento austríaco (no hablemos del de algunos comprimarios). En términos puramente musicales, el bajo-barítono fue de lo mejor dentro de un elenco, por lo demás, bastante homogéneo. Mandy Fredrich (La Reina de la Noche) dominó con seguridad las dificultades que entraña su personaje en el registro agudo, pero le faltó profundidad dramática por debajo del do 4 (notación franco-belga), mientras que Daniel Johansson (Tamino) se mostró algo rígido, aunque con buen timbre (consabidas son las en absoluto ligeras partes vocales mozartianas). El bajo In-Sung Sim (Sarastro) acertó en el temple de su figura patriarcal. Helen Kearns no tuvo problemas con su Papagena y Grazia Doronzio dibujó una Pamina bastante completa. Finalmente, no hubo casi impurezas en las apariciones de las tres damas, ni tampoco en los siempre peliagudos conjuntos, en los que Mozart despliega su arte contrapuntístico.

La flauta mágica (Tamino) © Tato Baeza

Esta versión, diríase que semiconcertante a la vista de la austeridad escénica, tan solo falló reiteradas veces en la interacción entre los cantantes y la orquesta, sobre todo en los mencionados conjuntos. Ottavio Dantone, concentrado en dirigir a la orquesta, no se preocupó demasiado por las voces. Únicamente en las intervenciones del coro (“espectacular” oí murmurar a mi lado) y en las arias hubo mayor sincronía entre la escena y el foso. Un foso del que, por cierto, surgieron no pocos momentos de gran plasticidad sonora.

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