Die Maistersinger von Nurnberg. ©Bayreuther Festspiele GmbH/Enrico Nawrath
De un modo similar debe gozar Katharina Wagner, bisnieta del compositor, cuando sale a saludar cada vez que finaliza la representación de Los Maestros Cantores de Nuremberg, primer montaje con su firma en el Festival de Bayreuth. Cambiando gigantes por molinos; contrastando la opinión del “respetable” que, aunque indefectiblemente es contraria a su trabajo, a ella no debe de parecérselo. Ahí está cada noche: sonriente, como si el abucheo general por la propuesta escénica no fuese contra ella. O lo que pudiera ser peor: por haberse salido con la suya exasperando al público ahora que, a falta de voces convincentes, sólo los escándalos parecen servir para captar un determinado perfil de públicos. Afortunadamente para todos, esta es la última temporada que tocará pasarlo mal con la ópera wagneriana más jovial de las diez que integran el conocido como Canon de Bayreuth.
Eso, si nada viene a estropearlo. Porque, de acuerdo con todos los indicios, cuando Eva –su hermanastra y codirectora artística con ella del Festival– parece tirar la toalla, de aquí a los cuatro años que restan de contrato en el puesto que le encomendó su padre Wolfgang, Katharina llevará la voz cantante. O lo que es lo mismo: tendrá la última palabra en lo que acontezca en ese tiempo con la centenaria cita veraniega. Malos presagios a la vista de sus ideas como creadora, con las que no conseguiría pasar las pruebas iniciáticas de los aprendices en el primer cuadro de la ópera. Y también malos considerando el poco olfato al elegir conjuntamente el elenco con el director musical, Sebastian Weigle, que consiguió de una orquesta tan maleable al servicio de una partitura tan elocuente, resultados de auténtico tedio.
Si el apartado escénico no funcionó a fuerza de incongruencias, el vocal fue un completo desatino. Prácticamente nada vino en ayuda de lo pobres Cantores. Del desatinado reparto, además de la entrega como Hans Sachs del bajo-barítono británico James Rutherford (de agradecer por contraste a su antecesor Franz Hawlata), volvieron a brillar el Beckmesser del barítono vienés Adrian Eröd y el Veit Pogner del bajo alemán Georg Zeppenfeld. Aunque los redentores del desatino fueron, una vez más, los esforzados miembros del coro, bien aleccionados por Eberhard Friedrich, consiguiendo los mejores momentos de la noche. Especialmente en el último cuadro, único en el que Katharina se ha lucido al hacer aparecer la tribuna para los casi 200 asistentes a esa particular Operación Triunfo en que convierte el torneo canoro imaginado por Richard Wagner.