Doce Notas

Fernando Solar en la hora del adiós

Violín ornamentado al estilo de los Stradivarius del Palacio Real de Madrid construido por Fernando Solar

Fernando Solar González, eximio representante de la luthería madrileña, nació en Pravia, provincia de Oviedo, en 1922. Se traslada a Madrid en 1942-43 y entra como aprendiz en el taller de guitarras de Santos Hernández, donde permanece por espacio de cinco años con el fin de perfeccionarse.

En 1948 se establece por su cuenta en la calle del Rollo, y más tarde en 1950 en la calle del Divino Pastor 24, donde Fernando y Mercedes continúan hoy su trabajo.

Fernando Solar acumulaba varias décadas de reputación al máximo nivel digna de los viejos constructores, esos en cuyo taller el tiempo no pasaba en apariencia. En los años sesenta visité por primera vez el entrañable establecimiento de la calle Divino Pastor. Un compañero portorriqueño del conservatorio quería comprarle un violonchelo antes de volver a su país, donde tenía la pretensión de llegar a estudiar con gente del entorno del mismísimo Casals. La desmesura de estas intenciones quizá conmovieron a un Solar que, ya entonces, se me aparecía con esa imagen del artesano cercana a Gepetto. Iba a realizar tres violonchelos ese verano y estaba dispuesto a reservarle uno a mi joven colega. Yo estaba magnetizado por la magia de la tienda, el chelo para mi amigo (la serie completa) iba a tener una marquetería en los bordes que iba mostrando con esa calma de relojero que se me iba a quedar grabada.

Muy pocos años después, un profesor de violín que tuve me invitó a acompañarle al taller de Solar. El ritual, que se repitió las veces que tuve la fortuna de acompañarlo, era siempre similar. Llegaba, se sentaba, comenzaban a charlar y, tranquilamente, mi profe sacaba su violín. Sin palabras y con calma, Solar buscaba otro de su estantería, afinaban y sin mediar comentarios comenzaban a tocar el Concierto para dos violines en re menor, de Bach (la parte solista, claro). No he olvidado ni un solo detalle de aquellas tardes y marcaron mi memoria de lo que era un luthier.

Mi aventura con el violín no llegó muy lejos, pero me enseñó las claves de todo lo que sucedía a su alrededor (lo que, quizá era mi aspiración como compositor incipiente). Y una de esas cosas que sucedían alrededor era la extraordinaria aventura de los constructores y reparadores de instrumentos de cuerda. Todos ellos en el ámbito español, no me cabe duda, sienten ante la noticia que el alma se les ha descolocado, al modo de esa pieza trascendental del violín que recibe su mismo nombre. Sus herederos tratarán y conseguirán que la vida siga su camino y que el legado de Solar permanece en la cima que él supo situarlo. Y todos sus instrumentos, incluyendo ese violonchelo que quizá siga en Puerto Rico, ganarán sonido y calidez con el paso de los años; esa es la grandeza del trabajo de los luthieres; esa es la riqueza de Fernando Solar, un carpintero divido o un divino pastor, como indica la calle madrileña que él enriqueció con su tranquila presencia. Descansa en paz con nuestro emocionado recuerdo.

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