Doce Notas

Planeta Herzog. El cine como fósil de lo salvaje

notas al reverso  Planeta Herzog. El cine como fósil de lo salvaje

'Fritzcarraldo', 1981

Una esmerada retrospectiva itinerante ha recorrido a lo largo del otoño las principales ciudades de Polonia para regocijo de los aficionados al buen cine.

El Cine Helios Nowy Horizont de Wrocław se ha reconvertido estos días en plató del reverenciado director. Fotos de rodajes, entrevistas, retales de making off y carteles inspirados en sus películas decoran buena parte del multicines breslavo. Entre los perfiles y semblanzas del inventariado, también se deja ver el rostro de Klaus Kinski, amigo, enemigo, compañero de pendencias y parte importante del merecido prestigio de Werner Herzog Stipetic. Una de las relaciones amor-odio más sonadas de la historia del cine.

Fritzcarraldo (1981), duelo de salvajes

Buena muestra de ello es quizás su film más aclamado. A mi juicio el mérito de sus 157 minutos se lo reparten a partes iguales el afluente amazónico, en el que transcurren casi tres cuartas partes de la película, y el protagonista de este film proeza, Klaus Kinski. Fritzcarraldo es una maravilla inimaginable sin este señor tan excéntrico como excelente actor. Su apellido no sólo tiene resonancias polacas, sino que Kinski nació a principios de los años 20 en la ciudad, hoy polaca, de Sopot. Por entonces Sopot pertenecía a la ciudad libre de Danzig (Gdańsk en polaco). Su entrada en wikipedia nos lo recuerda con una bandera europea que el lector probablemente no reconozca. Toda una premonición que este señor naciera en una ciudad libre, apátrida.

Fritzcarraldo es Kinski en estado puro. Kinski contra todos, contra la burguesía aristocratizada de Manaos, contra el miedoso populacho, contra la corriente, contra el río, contra la jungla, contra los jíbaros y contra la adversidad en todas sus formas. El sólo (y, claro está, la voz de Carusso) contra todos, contra todo. Como sucede en las grandes interpretaciones, uno no sabe bien donde empieza el actor y donde empieza el personaje. Un interrogante que siempre es preferible dejar abierto.

Hacía años que quería ver este film. Eran tales las expectativas que me había creado que, sin decir que me defraudó un poco, tiene algunas cuestiones que no terminan de cautivarme. No entiendo, conociendo a Herzog, porque la película se rodó en inglés, cuando ninguno de los personajes protagonistas, salvo el propio Fritzcarraldo (de ascendencia irlandesa), era angloparlante. El final es una maravilla, sólo ver a Kinski sobar su habano junto a su butaca en la cubierta del Molly Aida, rebosante de gozo ante la orquesta del Teatro de Manaos, paga cualquier espera. Los melómanos tienen en esta película, y en esta secuencia en concreto, un referente único. Servidor solamente habría excluido al señor Carusso para evitar una cuadratura del círculo excesiva y un pelín edulcorada.

Músicas al margen, me quedo con la silenciosa escena de la cena a bordo del Molly Aida, en compañía de la tribu jíbara. Apenas se oyen los grillos, de vez en cuando algún cubierto contra la loza. Uno tiene la sensación que ni Herzog, ni Kinski, ni el resto del staff tienen remota idea de cuál va a ser la reacción de las decenas de indígenas arremolinados en cubierta junto a ellos. Es todo un poema ver las muecas de Fritzcarraldo, de Kinski (de los dos quizás) ante la mirada colectiva de un pueblo tan indómito como él.

Sigo sin saber que pinta Claudia Cardinale en toda la historia. Aunque cada vez que aparece en los encuadres iniciales es un auténtico placer para la vista.

'Aguirre, der Zorn Gottes'

Aguirre, der Zorn Gottes (1972)

La primera aventura amazónica del tándem Herzog-Kinski (la segunda fue Fritzcarraldo) revela, desde su colosal secuencia inicial (tropas conquistadoras y nativos andinos desfilando, entre llamas, jaulas y ganado desparramado por un empinado desfiladero de la cordillera) la querencia del director alemán por los rodajes complicados. Herzog sigue con razonable fidelidad la novela La aventura equinoccial de Lope de Aguirre de Ramón J. Sender y la personalidad debordante y salvaje de su protagonista. ¿Quién si no Klaus Kinski podía encarnar mejor a este personaje?

Aguirre parece un ser desalmado, casi amoral con un sentido muy pragmático, a la vez que un tanto arbitrario, de la justicia. Al igual que en el libro, en la película Aguirre es la encarnación del valor frente a la adversidad, a pesar de su amoralidad. Aguirre es un hombre sin miedo y sin ética, en aparencia al menos. Parece que sólo él entiende que en la selva no hay moral que valga, a lo sumo una justicia ejemplar muy sui generis. Lograr su objetivo pasa por no titubear ante nada. En su locura, en su desvarío, sólo parece albergar sentimientos compasivos para su hija. Kinski cumple el guión a la perfección y Herzog recrea al detalle toda la suerte de penalidades que debió conllevar la conquista del Nuevo Continente, más allá de las riquezas del anhelado Dorado.

Grizzly Man (2005). En la piel del oso

Este documental de Herzog tiene para mi algo de irritante, deliberado quizás, a pesar de su innegable voluntad objetiva. Y quizás aquí reside el valor auténtico de su cine, del vitalismo filosófico que supura, del conflicto de grandes dilemas, de la supervivencia y del arte, de la supervivencia como arte y viceversa. El de Herzog probablemente no sea un cine tanto moral como panteísta, quizás de ahí provengan los malentendidos que pueda acarrear su arte.

A Herzog le importa ante todo la belleza. Una belleza que tiene mucho más que ver con el entorno natural que no con él atrezzo. Estamos ante el Jack London del cine, para quien hacer cine no sea quizás más que una aventura.

'Grizzly Man'

Grizzly Man es un metadocumental a partir de las filmaciones del controvertido ecologista Thimothy Treadwell. Este joven valiente y temerario entusiasta de los osos, de la naturaleza en general, se metió nunca mejor dicho en la piel del oso como nadie hasta entonces. Y lo hizo hasta las últimas y fatales consecuencias. Sus largas temporadas en solitario infiltrado entre la población omnívora de Alaska han quedado plasmadas en más de 100 horas de metraje. Como recuerda Herzog, con razón, algunas de ellas de extraordinaria belleza, de la cual quizás el propio Treadwell no fuera del todo consciente.

A Herzog y a Treadwell les mueven motivaciones distintas pero los dos llegan al mismo lugar. Si la quimera de Treadwell es casi pueril, la defensa a ultranza del oso aduciendo su mansedumbre, como si confundiera los osos de peluche con los osos depredadores; a Herzog le guían motivos puramente artísticos. Como el propio director admite en su filmación, sale en defensa del alocado Treadwell no como ecologista sino como creador, prendado por la belleza de sus filmaciones domésticas. Los diálogos del Thimothy con los zorros (inevitable no pensar en El Principito) y sus tomas de osos en pleno esparcimiento son un testimonio único.

El documental es también, de ahí su irritante sesgo, un debate abierto sobre la conducta del hombre en la naturaleza virgen. ¿En qué consiste realmente respetar la naturaleza? Grizzly Man, alias del amado y cuestionado ecologista, desoía las recomendaciones y normas del parque, exponía su vida y transmitía a la comunidad pública una imagen inofensiva sobre el plantígrado. Herzog recoge testimonios de personas cercanas a él, devotos y detractores; reconstruye las últimas horas de su vida a partir de sus últimas grabaciones, sus últimas fotografías, el último hombre que lo vio con vida (el piloto del hidroavión) y el primero que lo vio sin vida (su forense); y adjunta el testimonio gráfico del que probablemente fue su verdugo, el último oso que filmó.

Cave of Forgotten Dreams (2010). Otra capilla sixtina prehistórica

Lo reconozco, he tenido que esperar a finales de 2012 para ver mi primera película en 3D. La demora ha valido la pena porque no es una cualquiera. La retrospectiva del director alemán se ha centrado por igual en su labor documentalista como la de realizador de ficción. La Cueva de los sueños perdidos es una de las últimas producciones de la factoría Herzog y demuestra que a sus 70 años el bávaro sigue dejándose fascinar y fascinando al espectador. El título del reportaje alude a la Cueva de Chauvet en el sur de Francia, donde hace casi dos décadas tres investigadores hicieron un hallazgo clave, quizás, para la Historia del arte. Sepultada por un deslizamiento de tierra, una vicisitud geológica selló milenios atrás uno de los tesoros artísticos más interesantes de la prehistoria.

Herzog se enteró de la noticia y no cejó hasta que logró meterse, cámara al hombro, en las entrañas de la roca calcárea de Chauvet. Tras recorrer varias galerías escoltadas de bellas estalactitas y estalagmitas, finalmente damos con el otro tesoro de la cavidad, uno de autoría humana. Las caprichosas paredes de la sala principal están repletas de ilustraciones de bisontes, equinos, ciervos, escenas de caza… Las pinturas quizás no tendrían tanto de especial si no fuera por el exquisito trazo de las líneas, una cierta intuición de la perspectiva y su excelente estado de conservación. Herzog, director y locutor de la cinta, apunta un elemento aún más interesante, la apariencia móvil de estos dibujos. El dibujante que los inmortalizó en la roca quiso captar su movimiento. En efecto, algunas estampas recuerdan, y mucho, a los borradores, a los story board de las películas de animación. El realizador, en su voz en off, va un poco más allá y se atreve a hablar de un protocine en la oscura caverna de Chauvet.

Una vez conocemos las imágenes, el autor interroga a historiadores, geólogos, antropólogos y demás entendidos. Trata de reconstruir un pasado, pero en mi opinión no se plantea a penas la posibilidad de que las pinturas sean relativamente recientes, da por hecho su autenticidad prehistórica. La verdad, la nítidez de las formas en un entorno tan húmedo invita a desconfiar. Algunos de los expertos parecen poco serios. Pretender hacer creer que hace 30.000 años existían flautas de hueso afinadas exactamente como nuestras actuales flautas de pico se me antoja un disparate.

Al margen de este detalle. La belleza de la cueva y la de sus pinturas (tanto da si es un obra milenaria o fruto de un grafitero moderno ayudado de un frontal) es innegable y la de las imágenes del documental están a la altura del fascinante mural. La cámara acaricia los trazos estilizados de cornamentas, troncos y primorosas cabezas, los envuelve, nos lo presenta desde distintas ópticas y encuadres. Y lo más importante, nos muestra como sus anónimos ‘Leonardos’ aprovecharon los volúmenes irregulares de la caverna para conferir relieve e ilusión de mayor corporeidad y movimiento a sus ‘animales de compañía’. En este sentido la elección del 3D no podría ser más acertada.

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