Del quinteto nos quedamos con su formidable bajista, el impasible e incombustible Jerome Harris. Mr DeJohnette, todo un gentleman de la batería, parece más dado a acariciar que aporrear, a diferencia de no pocos de sus colegas. Tras medio siglo de carrera, ha bombeado ritmo a los más grandes (Coltrane o Miles Davis, entre otros) y desde hace décadas es una de las tres puntas de lanza del tridente más aclamado del jazz actual, léase Jarret/Peacock/DeJohnete.
Procedente del Londres Jazz Festival donde sopló las velas, DeJohnette acudió a Wrocław para demostrar que los 70 le sientan estupendamente (Sto lat* Mr DeJohnette). Podría decirse que, a grandes rasgos, existen dos tipos de baterías en el ruedo jazzístico: los rocosos y los líquidos. DeJohnette pertenece a los segundos, se mueve como elemento líquido en su envolvente juguete percusivo. Su esqueleto fluido le permite dar gracilidad a todos sus movimientos, como si tocar la batería fuera algo natural a su fisiología. No hay el más mínimo indicio de agarrotamiento ni sobreesfuerzo en su ser.
Quedó probado en su primera incursión en solitario, compendio de todos sus talentos. Partiendo de la percusión más básica construyó un arquitrabe sonoro como si de un coral se tratara. Por momentos se diría que platos y membranas tuvieran afinación propia. El fraseo de sus polirritmias progresava a modo de contrapunto, no como mero acompañamiento virtuoso, sino como entidad musical en sí misma. No es exagerado afirmar que DeJohnette frasea con sus baquetas, uno intuye casi una línea melódica en su repicar. Parece un croupier que reparte los naipes como quien no quiere la cosa, como si sus muñecas aceptarán todas las articulaciones y dobleces posibles. «Hagan juego» dicen sus baquetas y varillas. Y sus compañeros acceden, claro está.
En el African Tango, una de las composiciones más recientes de la formación, se puso de relieve el oficio del conjunto. Aires orientales en el clarinete, a medio camino entre el klezzmer y lo arábigo. Sones detonantes a posteriori de una compacta tormenta sonora, donde cada uno hace la guerra por su cuenta, eso sí, manteniendo el orden y el núcleo.
Mención a parte merece quizás la devota entrega del bajo eléctrico Jerome Harris. Su pulso, siempre vivo, parece llevar un swing propio, discreto pero revolucionado sin opción de freno hasta que el tema concluye. Su permanente base sonora da brillantez y forja un sólido cimiento para la batería, líquida, de su amigo y patrón.
El fiel escudero de Keith Jarret acudió a Wrocław en calidad de frontman y ejerció como tal. No escatimó palabras a la hora de desgranar sus temas; ni, dicho sea de paso, recordar los sellos y registros discográficos a los que pertenecían cada uno de los temas. Maestro de ceremonias, solista esterella y manager en uno, puso la guinda al Jazztopad, tras la cancelación del esperado Ornette Coleman. Una indisposición nos privó de la leyenda del saxo tenor. Quizás haya más suerte el próximo otoño con motivo de la décima edición de este emergente festival en pleno corazón de Europa.
* (Cien años literalmente en polaco; forma coloquial de desear un feliz cumpleaños)