Doce Notas

Charlotadas las justas. Noviembre, aires de jazz

notas al reverso  Charlotadas las justas. Noviembre, aires de jazz

Enrico Raba © Joanna Stoga

El Jazzstopad de Wrocław dio comienzo el pasado fin de semana con un excelente quinteto, el de Enrico Rava y su joven comparsa  100% azurra. Los aficionados al jazz breslavos tenían donde elegir el sábado: la trompeta de Rava o la acústica de John McLaughlin y su Cuarta Dimensión. Y es que en las próximas semanas van a pasar por la ciudad algunos big names indiscutibles del jazz mundial: Diana Krall, Bill Frisell, Jack DeJohnette, el polaco Leszek Możdżer y el meses esperado Ornette Coleman.

Rava se impuso finalmente a McLaughlin. El menudo trompetista italiano es de los que enamora al primer soplido. Como Tom Harrell o Tomasz Stanko, cada uno a su aire, por citar a algunos colegas de su generación. Hay que agredecer al Enrico Rava Quintet su decidida apuesta por el trombón, instrumento imprescindible de la Big Band pero a menudo apartado de los conjuntos de pequeño formato. En la apertura del Jazzstopad, el joven Gianluca Petrella no se separó de su mentor y ambos, trombonista y trompetista, se acoplaron, interrumpieron y «enfurismaron», congeniando a la perfección. Una bella simbiosis que tuvo su punto álgido en el primer bis, donde Petrella y Rava se empecinaron en fusionar el archiconocido Quizás, quizás, quizás con el no menos exultante Fernando de Abba. Dos compases tú, dos compases yo, un tuyo-mía tuyo-mía desenfrenado. El resultado: un ejercicio de imaginación, virtuosismo inteligente y desenvuelto, no exento tampoco de alguna que otra salida de tono.

Las nuevas hornadas, y no las culpó, tienen cierta querencia lógica a querer descolgarse de los patrones jazzísticos establecidos. El establishment puede terminar matando cualquier posibilidad de progresión, pero los excesos, al pretender salirse de él a cualquier precio, no son menos nocivos. Por eso creo que las charlotadas que proliferan en la escena –la musical, la teatral, la pictórica– tienen un pase siempre que no se conviertan sólo en eso, en una charlotada continua. Baterías que utilizan su instrumento como si fuera un aparato de gimnasio o un futbolín (más rápido todavía), pianistas empecinados en tocar las cuerdas del piano y no las teclas o contrabajistas que pellizcan sin ton ni son. Aptitudes a menudo vacías o casi vacías de contenido. Pienso que transgredir por transgredir no conduce a ninguna parte. Tarde o temprano hay que demostrar el oficio.

Es por ello que el Quinteto de Enrico Rava, suena a moderno, a nuevo y suena bien a la vez. Su entrada en escena resultó un tanto esperpéntica repleta de soplos istriónicos, un cierto destiempo o free time y algunos garabatos pianísticos. De este brain storming primigenio fue naciendo poco a poco el orden, forjándose la forma, más contorneada a veces, más difusa otras. El bajista Gabriele Evangelista tuvo su momento de gloria (sus compañeros lo dejaron sólo ante el peligro) y lo bordó. Giovanni Guidi es un intuitivo pianista, de fraseos inverosímiles y buen timbre cuando hay que arremangarse. Impasible, Fabrizio Sferra puso la percusión donde debe, con veteranía y un excelento sentido de la musicalidad. Sin aspavientos ni sobredosis de bíceps.

El concierto compendió en su mayoría trabajos de su penúltimo trabajo Tribe. El domingo tomó el relevo el pianista francés Benoit Delbecq y el Lutoslawski Quartet. Un concierto, el suyo, un poco más charlotesco, o más experimental, dejemoslo así. La semana que viene más.

Salir de la versión móvil