Doce Notas

De Worcester a Wroclaw. Sir Edward Elgar, el gesto apacible, el tormento oculto

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Edward Elgar

El público breslavo disfrutó el pasado viernes 5 de octubre de tres de las partituras más celebradas del compositor de Worcester: In the South, Variaciones Enigma y el Concierto para violonchelo en mi menor. El arrebatador y desgarrado arranque de éste último –no son meros epítetos los adjetivos tras escuchar al chelista alemán Leonard Elschenbroich–justificó por sí solo la velada. Algunas obras condensan su clímax, por extraño que parezca, en los compases iniciales. Ésta es una de ellas.

Desde esos acordes casi enfermos, Elschenbroich encogió el corazón a todos los asistentes. Quizás no se pueda encarar mejor esta obra de como lo hizo el joven solista, cuyo sonido toca un Matteo Goffriller, de 1693!hay quienes lo asocian al de la gran Jaqueline du Pré.

Su interpretación fue todo vehemencia, pero también hondura. Escoltado en el primer atril por el director polaco Jacek Kaspszyk, dirigieron al alimón un primer movimiento sin mácula alguna. El solista es de los que no pierde detalle de cuanto acontece en la partitura orquestal. Está en todas, ojo y oído avizor.

Tras los agrestes acordes previos, ese dócil balanceo, de nana casi se diría, actúo como un reparador bálsamo. No en vano es uno de los mayores hallazgos melódicos de Elgar y de todo el repertorio postromántico.

En los movimientos ulteriores del Concierto para chelo, la interpretación aquejó por momentos falta de tensión y se desfondó un poco. El ademán brillante y la intensidad de Elschenbroich no le abandonaron, pero su fraseo se desdibujó levemente. El nivel mostrado en el primer pasaje lo recuperaría en la propina (Paul Hindemith) con la que cerró un recital digno de recuerdo. En días así uno piensa, no sin motivo, que el chelo es el más carnal de los instrumentos.

El director Jacek Kaspszyk, habitual de la Filharmonia Wroclawska, se vació en la obertura In the South, que abrió la temporada 2012/2013. Estamos ante una obra de dimensiones y factura straussiana, en el mejor sentido de la palabra, y Kaspzyk cumplió con matrícula su cometido. In the South se nos revela como uno de los paradigmas de la música postromántica en general y de Edward Elgar en particular. Postal musical sobre la estancia invernal del matrimonio Elgar en Italia en 1904, arroja los tormentos encubiertos del autor, acompañados de breves concesiones al sosiego, la ensoñación y el gozo. En Elgar, más que en Richard Strauss, los sentimientos acostumbran a ser más sinceros y directos. Tan pronto la música se vuelve un torbellino de desazones como desborda un entusiasmo fugaz, por la menor de las minucias.

Elgar comparte con Strauss su querencia por las composiciones autorrefenciales. La vida del compositor como argumento programático. En el primer caso, como el propio compositor alemán no tenía reparo en reconocer, se trata de autohomenajes y en el que nos ocupa ahora más bien de confidencias. Confidencias a menudo en clave. Elaboradamente encriptadas como es el caso de las Variaciones Enigma op. 36.

Jacek Kaspszyk y la Filarmónica de Wroclaw cerraron su maratón Elgar con su ‘obra emblema’, las famosas Variaciones sobre un tema original para orquesta Enigma, tal y como las tituló inicialmente su autor. Ríos de tinta se han escrito sobre el presunto tema Enigma. Y como suele ser habitual en estos casos, han dado más que hablar las circunstancias de la composición, la anécdota (acertijo en este caso), que la composición en sí misma.

La interpretación de la filarmónica breslava fue de menos a más. Depués de la archiconocida variación número 9, Nimrod, hay una breve cesura, o así lo dio a entender el maestro Kaspszyk. Si en las primeras ocho la orquestra no se mostró siempre convincente, en la segunda entrega, la post Nimrod, los músicos ganaron confianza y la música ahondó en el lirismo que encierra esta singular obra. Una obra que va más allá del crucigrama de siglas y alías con el que se nos presenta. Los matices se hicieron más audibles y sólo las limitadas dimensiones del auditorio de Wroclaw impidieron dar la debida resonancia a los pasajes con más efes.

CODA

Uno de los problemas para descifrar el Enigma, reside precisamente en la variación número 9. Nimrod es una pieza en sí misma, la melodía más conocida de cuantas concibiera Elgar. A menudo se interpreta en solitario, desgajada del racimo madre. Y por ello, por su exuberante introversión (un aparente contrasentido) y por su merecida popularidad, termina ninguneando al resto de sus hermanas.

Cuando pensamos en las Variaciones inevitablemente nos viene a la cabeza la melodía del famoso Nimrod. Debemos recordar, no obstante, que éste no es el tema original, sino una variación (precedida de otras ocho y del tema original). Si nos fijamos en el Andante del tema, éste parece estar a años luz de lo que se avecina después. Entre las teorías más aceptadas sobre la posible procedencia del motivo Enigma, existe una que nos remite al tercer movimiento de la Sinfonía ‘Praga’ de Wolfgang Amadeus Mozart y otra al tiempo lento de la Sonata número 8, ‘Patética’ de Ludwig van Beethoven. Efectivamente, el primero tiene un motivo casi calcado al Andante inicial de Elgar. Y, efectivamente, el segundo es primo hermano de Nimrod, es decir, de la variación número nueve.

En definitiva, se trata de saber cuál de los dos tomamos como referencia: el tema original o el más susurrado de todas las variaciones. Quizás el pasatiempo que Elgar propone, pasa por sugerir que las dos obras –la de Mozart y la de Beethoven– comparten similitudes, hasta el punto que las termina emulsionando. Puestos a teorizar, prefiero pensar, sin embargo, que la incógnita, el enigma, sigue abierto un siglo después. Sin despejar, como esas caprichosas ecuaciones, que se usan a diario y que nadie acierta a demostrar.

 

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