Allí tuvo un amago de deportación cuando en 1953 las autoridades empezaron a aplicar medidas antijudías, pero el fallecimiento de Stalin, un mes después, salvó su vida. El acontecimiento capital de la vida de Weinberg fue su indestructible amistad con Shostakovich, quien lo amparó hasta donde pudo y, aunque su vida profesional fue casi marginal, pudo sentir la suficiente autoconfianza y el estímulo de un grande para seguir su carrera. A su muerte, en 1996, Weinberg era ya una figura de culto.
La pasajera es una ópera necesaria, es (que yo sepa) la única que trata del campo de Auschwitz. Parte de una historia escrita por la escritora polaca Zofia Posmysz, y el hecho de que se centre en el ámbito femenino del campo alivia un poco la sordidez de esa realidad, aunque no disminuya la denuncia. La historia, además de las situaciones que se suceden en el campo de concentración, se cuenta en otro plano: un barco de placer quince años después.
Allí, una turbadora pasajera, que no es otra que Martha, una mujer que debería haber fallecido en el bloque de la muerte, se le aparece misteriosamente a Lisa, antigua guardiana del campo y reconvertida en honrada esposa de un diplomático de la nueva Alemania. Ese recurso narrativo alivia la terrible historia de esas mujeres que iban cayendo como moscas en las sórdidas máquinas de la muerte. La música de Weinberg es excepcional y adecuada al desgarrador relato.