Doce Notas

Adiós, Paco. En la muerte de Francisco Comesaña

Francisco Comesaña. ©www.moscu.cervantes.es

Hacia 1511, hace exactamente cinco siglos, trabajaba el genial pintor alemán Matthias Grünewald en la que iba a quedar como su obra maestra: el Retablo de Isenheim. Una de las tablas que lo integran se titula “Concierto de ángeles” y, en ella, vemos a un grupo bellísimo de bellísimos ángeles que se dedican con unción a hacer música para agradar a la Virgen, sentada cerca, y al Niño que reposa en su regazo. La peripecia vital y estética de Grünewald motivó a Paul Hindemith su gran ópera “Matías el pintor” y uno de sus principales fragmentos sinfónicos lleva precisamente el título de “Concierto de ángeles”, alusivo a la maravillosa tabla.

Alguna vez ha tocado esta música Paco Comesaña, formando parte de su Orquesta de RTVE, y yo se la he oído, pero sin saber ni él ni yo que, cinco siglos después de que Grünewald pintara aquella escena ideal, Paco Comesaña iba a aparecer en ella por sorpresa, con su violín, y se iba a colocar entre los músicos. Compruébenlo: Colmar queda un poco lejos, pero tenemos Internet. Paco, por modesto y discreto, de ningún modo habría restado protagonismo al ángel violagambista que chupa primer plano. No. Pero se le ve en segundo término, bien ubicado en el lujoso baldaquino en el que se aprietan los demás ángeles músicos. Y es una gloria verle y oírle.

Paco Comesaña se ha ido definitivamente. Sin dar una voz (le quedaba solo un hilillo), restando importancia a su mal cuando le preguntábamos, interesándose por los demás, dando por hecho que íbamos a coincidir pronto en tal concierto, en tal jurado… El caso es que, finalmente, se ha ido. Comenzó a decir adiós hace un tiempo, cuando se jubiló como profesor del Conservatorio de Ferraz recogiendo aplausos, felicitaciones, besos y flores.

Estaba tocado, pero tenía clarísimo que había que plantar cara, sonreír, sacar pecho y tirar p’alante (así, en castizo, porque Paco Comesaña, un poco mexicano, un poco ruso y un poco gallego, era también madrileño), pues había personas y cosas que merecían mucho la pena. ¡Y ya lo creo que ha penado en los últimos meses!, aunque también ha disfrutado de la familia, de los cada vez más infrecuentes encuentros con amigos, de la música, del violín, del contacto con jóvenes intérpretes… y ha disfrutado, hasta caérsele la baba, de un recién llegado: Daniel, su nieto.

Francisco Comesaña era un estupendo violinista, un intérprete generoso y abierto, un artista sensible, un magnífico profesor… Sí, sí. Pero era, antes que nada y por encima de todo, un hombre bueno. Más: era un ángel, y por eso tenía que acabar tocando en el referido Concierto. Su muerte, más esperable que esperada –él y nosotros mirábamos para otro lado-, nos deja desconsolados, llorosos. Mientras, en el cielo, los ángeles músicos de Grünewald están encantados de su fichaje, porque han notado en el grupo más calidad y mejor ambiente, mejor sonido y mayor cordialidad. Con esta idea he intentado consolar a mi hija –que se benefició de su cariño y de su capacidad docente- y no he tenido demasiado éxito: “Jo, los ángeles, qué morro”, ha dicho.

Concierto de ángeles del Retablo de Isenheim.

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