Doce Notas

La Sibila de Bayreuth

no sin policrates  La Sibila de Bayreuth

Ópera de los Margraves

Por esa razón, lo primero que ha hecho en esta visita ha sido demostrarme, por si estoy entre los confundidos, la inexactitud de algunas imágenes del teatro de la Verde Colina aparecidas en los medios, adjudicándole al santuario donde se oficia la música de Wagner el título de Patrimonio de la Humanidad. Porque en realidad, el reconocimiento hecho por la UNESCO hace unas semanas en San Petersburgo fue a la Ópera rococó de los Margraves, “monumento único entre los teatros de ópera de corte en Europa”.

La obra clave de Joseph Saint-Pierre y los Galli-Bibiena, padre e hijo, intacta desde su construcción a mediados del siglo 18. La joya de la corona de Wilhelmine, hermana de Pedro el Grande de Rusia y consorte del margrave Friedrich, que potenció la importancia de la ciudad fijando en ella su residencia…. Todo lo lleva anotado en su cuaderno, dispuesto a espetármelo mientras se hace retratar frente al edificio para dejar constancia.

Wagnerle Theater

Pero esto no es nada. Lo peor es cuando empieza a cuestionarse –y de paso a cuestionarme– asuntos más polémicos. Hace algún tiempo descubrió en el jardín de un palacete de 1900 el guiñol que cada verano instala la empresa Die Agentur, llamando la atención de los que cada tarde inician el ascenso, camino de las representaciones. Se trata del Wagnerle Theater, un Club de la Comedia con el mundo wagneriano como tema argumental o leit motiv, que parece acomodarse mejor al caso. Dado el carácter crítico de la instalación, Poli se empeña en verlo como algo intermedio entre falla de Valencia y belén a la catalana, caganers incluidos. Un oráculo sui generis, donde no falta esa sibila deliberante a la que para satisfacer su insaciable curiosidad, él formula preguntas. Aunque para dotar de significado a las enigmáticas respuestas, sea yo quien acaba siendo víctima de su particular tercer grado.

La primera esta vez ha sido el porqué de la presencia en el teatrillo de dos mujeres. En primer plano, la nueva alcaldesa de la ciudad, la independiente Brigitte Merk-Erbe, con un molinete en una mano aludiendo la importancia de las energías limpias y un banderín en la otra en gesto de exaltación de la paz. Dos llamadas a las nuevas generaciones, en las que apoyó la campaña de la derrota hace unos meses del anterior edil, después de seis años en el cargo. Tras Merk-Erbe la bisnietísima Katharina Wagner –la treintaañera codirectora del Festival junto a su medio-hermana Eva, que le dobla la edad–, muestra el corazón partío entre Bayreuth y Berlín. La desazón estriba en las palabras que, al parecer, pronunció el compositor un año antes de morir, lamentando no haber erigido su teatro en la cosmopolita Berlín, sino en un enclave perdido donde los que acudían al reclamo de su nombre no se apuntaban a la segunda visita. Una consideración que Katharina apoyaría, y podría haber sido causa de fricción entre gestora y alcaldesa en un momento tan crucial como este, a punto de empezar las celebraciones del bicentenario del nacimiento de Wagner.

María Martha Pichel

Polícrates, que no duerme desde que supo que Katharina está encantada con él (como le ocurre con la artista argentina María Martha Pichel desde que echó mano de su criterio para los últimos toques de su instalación estos días en pleno corazón de Bayreuth), niega la menor, argumentando que en la feria de turismo berlinesa, la más importante de Europa junto con Fitur, la que ve como nueva amiga sumó fuerzas a Merk-Erbe con su presencia en el stand de la ciudad. Interpretando el gesto, Poli me coloca de contrabando un refrán que ha trucado ex profeso. “Recuerda que –dice con caradura impresionante y risa de conejo– dos que viajan en el mismo vagón, se vuelven de la misma condición”. Se non é vero, é ben trovato esta vez, habida cuenta del extenso programa desplegado a lo largo del año por la ciudad, después de haber puesto Merk-Erbe la guinda de los comicios en los que salió ganadora, señalando con dedo acusador a su oponente por los retrasos en las reformas de la villa Wahnfried, uno de los últimos regalos al músico –otro sería el teatro a la medida de su obra– de su devoto Luis II. Así, bajo los epígrafes Todo sobre Wagner www.wagnerstadt.de y www.wagnerjahr-2013.de se ofrecerán entre enero y noviembre de 2013 incontables manifestaciones de su música, antecedentes y derivaciones. Con momentos clave como el concierto en la Festspielhaus el 22 de mayo, fecha exacta del bicentenario del nacimiento de Wagner.

Aunque la mayor expectación se centra en torno al triple acontecimiento propiciado por un convenio firmado con Leipzig, ciudad natal del compositor. Gracias al mismo, entre el 7 y el 14 de julio, caldeando el ambiente de la nueva edición –que abre el 25 de ese mes con El Holandés errante–, se podrá ver en la ciudad donde regularmente sólo se representan las diez óperas mayores integradas en el Canon de Bayreuth, las otras tres que Wagner concluyó, consideradas de segundo rango: Die Feen (la única que se ofrecerá en versión concertante), Das Liebesverbot y Rienzi, la más valorada por Adolf Hitler, que no debió analizar el final del tribuno protagonista.

Voces silenciadas

Al mencionar el nombre del Führer, Polícrates se vuelve a poner estupendo, con permiso de Valle Inclán. “Salen de debajo de las piedras,–apostrofa–, Mira Drigalla, apartada del equipo olímpico por ideas neonazis”. Me quedo de piedra: es la primera vez que le escucho hablar de deportes. Pero a lo que él quiere llegar es a lo otro: a los argumentos políticos. Como los resumidos en la exposición programada por la Ciudad de Bayreuth y la Fundación Richard WagnerVoces silenciadas. El Festival de Bayreuth y los judíos 1876-1945” www.verstummtestimmen.de, que se podrá ver hasta el 14 de octubre: los documentos en la sede del ayuntamiento nuevo; los paneles informativos, en el Parque del Festival.

Exposición 'Voces silenciadas'

La muestra, que desde 2006 ha paseado por Hamburgo, Berlín, Stuttgart, Darmstadt y Dresde, explica las difíciles relaciones de los artistas judíos y el Festival, desde su creación hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. Como la del violinista austriaco Lucian Horwitz, que compartió atril aquí con otros prestigiosos músicos del momento. Rechazado en 1924 a causa de sus convicciones por el titular del momento, Karl Muck, sucesivos avatares convirtieron a Horwitz en víctima de los acosos antisemitas, pasando los últimos años de su vida entre los campos de Theresienstadt y Auschwitz, donde murió meses antes de la liberación del campo. Fin similar al de una docena de los biografiados en esta ocasión, muertos a manos de los nazis o como consecuencia de sus persecuciones.

Otra biografía paradigmática exhumada es la del director Hermann Levi, impuesto por el propio Luis II a Wagner, que aceptó su presencia en el foso para hacerse cargo de Parsifal, tras el estreno con el compositor en la sima mística. Eso sí, aceptando un gran golpe de efecto: su bautismo para abrazar el cristianismo, que funcionaría a favor de la que sería última ópera de Wagner. Después de su muerte, Cosima, viuda del compositor y vestal a ultranza de su legado, volvió a recurrir a Levi a fin de poner a flote el Festival. Para, una vez conseguido, retirarlo del mismo, después de referirse a Levi una y otra vez como alguien al servicio “del demonio de su raza”.

La actitud de Cosima se fue haciendo más agresiva desde 1891 hasta que, forzado por el aislamiento, Levi presentó su renuncia en 1894, tras concluir la edición del Festival. Situaciones similares vivieron cantantes como la soprano de Frankfurt Minnie Ruske-Leopold o su colega de cuerda Lola Beeth, descalificada en el círculo de Bayreuth después de haber triunfado en los grandes coliseos de Berlín y Viena como “judía polaca carente de especial interés”. Aunque la muestra más sangrante sería Lilli Lehmann. Si en 1876 Cosima le denegó el papel protagonista que previamente se le había prometido, dos décadas más tarde, reconocida como la cantante wagneriana más importante de su tiempo, se le permitió interpretar a Brunhilde, al tiempo que se le difamaba públicamente. Hasta Richard Strauss se refirió a ella –así se refleja en uno de los paneles–, como “vieja abuela judía, carente de todo tipo de talento actoral y sin huella alguna de sentimiento”.

Con todo, el mayor morbo dada la proximidad cronológica de la que aun pueden dar testimonio algunos habitantes de Bayreuth, se centra en lo concerniente a las relaciones establecidas entre el declarado admirador de Wagner, Adolf Hitler, habitual asistente al Festival, agasajado en él por la familia del compositor. En especial, su nuera Winifred, casada con Siegfried y directora del Festival entre 1931 y 1944. Afiliada al partido nazi desde 1923, año en que conoció al nuevo líder, correspondió a su compromiso con gestos como la invitación a distintas representaciones del festival a los correligionarios de partido convalecientes. Una dependencia de la que recogió el testigo con similar enardecimiento Verena Lafferentz –única nieta viva de Richard y Cosima– casada con un oficial nazi a instancias de su madre Winifred.

La nieta rebelde

En el polo opuesto de los hermanos encontramos a Friedelind Wagner, la nieta rebelde, como titula Eva Rieger el libro que ha encontrado en Voces silenciadas fondo perfecto para su presentación en Bayreuth. La disidencia de Friedelind, primera de los cuatro hijos de Siegfried y Winifred, que abandonó su entorno familiar para residir en Suiza, Inglaterra –país natal de su madre– y Estados Unidos, donde encontró un segundo padre en Arturo Toscanini. Al resguardo de lo que se ha calificado como fascinación del monstruo, efecto que quiso conminar con la publicación en 1944, en Nueva York y en inglés, de Heritage of fire (Herencia de fuego), traducida en sucesivas ediciones y lenguas como Noche sobre Bayreuth.

El bautizo de la nueva biografía, prólogo de la larga serie de obras que, con certeza, aparecerán en el bicentenario, ha contado con la hija de Wiedland, Nike –que ya en su momento se refirió a su familia como clan de atridas– así como de sus hermanas Iris y Daphne, tres primas de las mandamasas en la gestión del Festival, de la que tienen mucho que objetar.

El gesto que ahora se espera para la hipotética edición del libro “definitivo”, al margen de especulaciones, es que la familia al completo ponga a disposición de los investigadores el archivo documental, fragmentado hasta la fecha entre las distintas ramificaciones de los Wagner. Las hijas de Wieland y Wolfgang ya lo han hecho, dando el primer paso. Falta que se apunte al carro de la Historia, Verena, quien, presumiblemente, atesora la información más comprometida del pasado nazi de la familia y el Festival.

Para dar luz a esa parte inexpugnable habría que intentar convencer a la hija de Verena, Amélie Hohmann, que no parece dispuesta a seguir los pasos de sus primas para esclarecer la actitud de sus antepasados. Desde la bisabuela Cosima a su madre, pasando por su abuelo Siegfried. Especialmente en el periodo comprendido entre 1933 y 1945. Desde el fulgurante ascenso de Hitler a su caída. Un tema latente en cada edición del Festival, que por algún resquicio acaba apareciendo. Ha ocurrido en esta misma cuando, cuatro días antes de la apertura, debieron buscar sustituto para el anunciado protagonista del nuevo Holandés errante, el ruso Evgeny Nikitin.

De evidenciarse los restos de tatuajes nazis –entre ellos una esvástica–, que no había podido eliminar desde cuando, en su juventud, militaba en un grupo heavy metal de su país, habrían dado pábulo a una nueva campaña en torno a esa actitud contra el judaísmo que se remonta hasta el propio compositor. Detalles que, aunque no falta quien considera orquestados para atraer la atención hacia Bayreuth, podrían ser vistos como una inconveniencia en estos momentos en que cada dato se observa con lupa. Cuando Katharina y Eva intentan captar ayudas para remozar el imperio que manejan –empezando por los 50 millones de euros precisos para la puesta al día de las obsoletas infraestructuras del propio teatro– y nadie tiene claro el rumbo que pretenden imprimir a partir de ahora a la cita anual.

El futuro del Festival

 La gran prueba de fuego para medir su capacidad tendrán que afrontarla el próximo año con la primera producción del Anillo de su etapa rectora, que arrancó de facto en 2010 tras la muerte de su padre Wolfgang. Con el joven Kiril Petrenko al frente del apartado musical, tal como estaba anunciado, tras descabalgarse del cometido escénico Win Wenders, último de los posibles candidatos aireados, la responsabilidad de la Tetralogía la han dejado Katharina y Eva en manos del director con fama de anarquista y rompedor Frank Castorf.

Procedente de la antigua Alemania del Este, Castorf dirige en la actualidad la popular Volksbühne de Berlín. Alguien que en principio se adapta a las ideas radicales y rupturistas que quieren acuñar como sello propio a las nuevas propuestas, en la línea emprendida por su padre, quien respetó el punto de inflexión en la ética y la estética de Wieland para la regeneración del Nuevo Bayreuth, que arranca en 1951 con su radical propuesta de Parsifal.

Polícrates se plantea hacia dónde apuntará Castorf. “Escatologías, las menos”, dice con aplomo. “Los experimentos, con gaseosa”, sentencia. Porque después de las pruebas de laboratorio con ratas trepanadas en Lohengrin, los bizarros experimentos con biogás de Tannhäuser y los circuitos electrónicos del Holandés, se diría que el tandem Katharina-Eva aspiran para sus montajes más a un Nobel de ciencia alternativa que al título de ópera del año por sus valiosas lecturas de Wagner. De seguir así, la Tetralogía del bicentenario podría llevar el Walhalla a Marte, ahora que se cuenta con datos más precisos del Planeta Rojo.

Por las mismas razones, habría que esperar lo que ocurra en 2015 con el nuevo Tristán e Isolda, para el que la propia Katherina se reserva la parte escénica, desafiando las críticas de su primera incursión en la misma plaza con Maestros Cantores. Aunque mayor morbo precede al Parsifal de 2016, adjudicado al multidisciplinar Jonathan Meese. Nacido en Japón en 1970, hijo de inglés y alemana, es conocido internacionalmente por su obra pictórica y sus subversivas instalaciones, fruto del talante provocador en todas sus aventuras, teatrales incluidas, Messe ha aceptado el reto de Parsifal para su debut operístico.

¿El escándalo vende? De ser fiel a las cifras, no queda tan claro. Aquellas eternas listas de espera hace no tanto tiempo de diez u once años para quienes querían conseguir una entrada del Festival, han pasado en la actualidad a “solo” seis o siete. Se argumenta a favor de la casa de la salida a taquilla en la última temporada de un buen número de localidades hasta ahora gratuitas, manejadas con criterios de protocolo. Aun así, los números siguen sin cuadrar, mientras renombrados mecenas como Siemens, derivan hacia otros territorios sus aportaciones, descuadrando el capítulo de ingresos.

Intentando subsanar la sangría, acaba de incorporarse al equipo director un tercer personaje, Patrick Wasserbauer, encargado de clarificar las finanzas ante quienes mantienen el Festival: el Gobierno Federal, el Land de Baviera y la Ciudad de Bayreuth, además de la Sociedad de Amigos de Bayreuth, que ayuda al sostenimiento económico del Festival, y cuya opinión pesa en las decisiones artísticas. Entre otras, la de aceptar como asesor áulico de las batutas a Christian Thielemann. En ese punto discrepa abiertamente Polícrates. “No es trigo limpio”, dice refiriéndose a quien intentan vender como la pretendida reencarnación de Karajan. No le pregunto la razón de su argumento. Cuando se manifiesta con tanto aplomo, como si fuese él quien emite un augurio, tiene alguna bala en la recámara para quien ose cuestionarle. Y no quiero ser la víctima.

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