Doce Notas

Aix: dando vueltas a un modelo

no sin policrates  Aix: dando vueltas a un modelo

K. Ketelsen, P. Petibon, M. Luperi, A.M. Panzarella © Pascal Victor / Artcomart

Desde hace algunos años, el Festival de Arte Lírico de Aix en Provence, parece haberse acomodado en una fórmula: personajes de  impacto en la producción  y/o en el reparto. Lejos de lo que el nombre del Festival sugiere, intentar convencer al público por un solo nombre con la suficiente carga mediática como para atraer el interés de las cámaras. Así sucedió con el último montaje programado de este título mozartiano en 2007, convertido por el modisto Christian Lacroix en unas auténticas “Bodas de alta costura”. Pero todo se quedó ahí.

Esta vez el aliciente se llama Patricia Petibon, la soprano coloratura francesa que, tras su dedicación al repertorio barroco y sus escarceos frecuentes con Mozart, decidió explorar más recientemente otros campos en los que destacase las posibilidades que le brinda su voz en los territorios agudos, como la Lulu de Alban Berg que tantas satisfacciones le ha reportado. Pero esa tesitura, en la que parece haberse instalado, no es la que pide en Las bodas de Fígaro la Susana, a todas luces más lírica, que le ha correspondido defender. Se pudo comprobar su lucha para sacar adelante el personaje el día de la apertura del Festival, cuando los resultados quedaron por debajo de lo apetecido. Lo mismo que sucedió con la Condesa de Malin Byström, conocida por su refinamiento en la emisión que esta vez, tal vez a causa de las limitaciones de un evidente embarazo, que le impedía llevar su voz a las cotas por ella requeridas, interpretando sus dos grandes arias sin hacer despegar los sonidos: como si estuviese marcando en un ensayo.

Las prestaciones de sus respectivas parejas en la inteligente trama urdida por Beaumarchais/da Ponte en la ópera más redonda de todas las mozartianas, consiguieron desiguales resultados. Así, mientras el barítono-bajo norteamericano (Kyle Ketelsen) redondeó un Fígaro bastante acertado desde el punto de vista de la vocalidad, y también en lo referente al físico, el Conde de Almaviva (Paulo Szot) no encajaba en ninguno de estos requerimientos. Por su parte, la mezzo Kate Lindsey perfiló un personal Cherubino, especialmente acertado desde el punto de vista escénico. Descendiendo en importancia de acuerdo con los papeles, los de Marcellina (Anna Maria Panzarella) y Bartolo (Mario Luperi) quedaron resueltos con gran dignidad. Especialmente en el caso de la soprano, que redondeó el suyo con una decidida entrega escénica.

Comentario aparte merece Mari Eriksmoen, participante en los pasados años en la Academia Europea de la Música fundada en el contexto del Festival de Aix. Y es que la joven soprano noruega consiguió en el pequeño papel de Barbarina el mayor aplauso del público durante la representación.

P. Petibon, K. Ketelsen, P. Szot © Pascal Victor / Artcomart

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Al lucimiento de todos ellos ayudó la propuesta escénica de Richard Brunel, que ha aplicado al montaje una clave de disparatada comedia cinematrográfica en la línea del Black Edwards más mordaz, llevada a veces a sus últimas consecuencias, sabiendo resolver algunas situaciones con una gran maestría. Como la plasmación de los celos entre Marcellina y Susanna, sintetizados en la lucha por el gigantesco velo de tul, convertido en leit motiv escenográfico de buena parte de la obra, trasladada a la vivienda del Conde, que incluye entre sus dependencias una notaría  despacho que él regenta. La idea, brillante en algunos momentos de la primera parte, decae notablemente en la segunda mitad.

Desde el foso, Jérmie Rohrer, discípulo aventajado de Marc Minkowski y William Christiees, con un gran dominio de los tiempos en esta ópera de Mozart, se vio obligado a luchar, sin llegar a conseguirlo, para que el sonido de los músicos de Le Cercle de l’Harmonie, la orquesta que creó hace siete años y dirige desde entonces, llenase el espacio al aire libre del Théatre de l’Archevêché en una noche en que la lluvia amenazó en varias ocasiones. En una de ellas, se llegó a un momento de incertidumbre: cuando Rohrer Paralizó la escena del reconocimiento de Figaro por sus padres. Durante unos segundos se barruntó la suspensión de la ópera que, tras ese instante de indecisión, continuó para tranquilidad y contento de todos.

Cabe destacar por último la excelente prestación del coro de Les Arts Florissants, así como una de las notas mejor dadas de la noche: la del perro que Brunel introdujo en la escena de los celos del Conde del primer acto, que supo encajar su ladrido no escrito en la partitura con una habilidad portentosa, reconocida con un fuerte aplauso cuando se abrió el telón para reconocimientos con él en solitario.

[La filmación íntegra de esta ópera podrá verse en arte LIVE web, a partir del 12 de julio, a las 21,30 horas y durante los seis meses siguientes]

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