Como gran amante y cultivador de la improvisación (posee un método propio denominado Freeway), Domínguez Acevedo demuestra el completo dominio de su instrumento desgranando su musa a través de 15 episodios pianísticos, de evocadores y descriptivos títulos (Apareciéndose, Placer efímero, Lágrimas escondidas, A la armonía, Admirándola, Alma inmune, Despidiéndose…). Explícitas alusiones amorosas dirigidas a la mujer-musa que se le apareció mientras observaba cómo Oyagüez Montero iba pintando su cuadro.
En estas íntimas y románticas improvisaciones que fluyen natural y espontáneamente, Domínguez Acevedo rinde en cierta medida un nuevo homenaje a los grandes compositores que él interpreta en las salas de concierto. Aunque todas las piezas poseen su personalidad musical propia, es inevitable reconocer en algunas de ellas el sello de autores como Chopin, Albéniz, Liszt, Debussy o Satie, mientras que en otras el estilo de la improvisación mediante la utilización de dinámicas y escalas jazzísticas (El hechizo), le acercan desde Bartók a Chick Corea.