Les Sacqueboutiers de Toulouse. ©Patricia Nin
Les Sacqueboutiers es un versátil grupo de ministriles que lleva más de treinta años en la brecha del corpus instrumental –o vocal con instrumentos– que va desde el Renacimiento hasta Mozart. Jean-Pierre Canihac y Jean-Pierre Mathieu impulsaron esta aventura allá por 1974, y pronto alcanzaron el reconocimiento de prestigiosos músicos con los que han participado en grabaciones y conciertos, que forman ya parte de la memoria de la interpretación históricamente inspirada.
Corneta, sacabuche, chirimía y bajón fueron los vientos que participaron en la velada Rabelais: Fay ce que vouldras, en la que pudimos disfrutar de algo más que de música antigua. Junto a las voces del fantástico Ensemble Clement Janequin, y respaldados por Yasuko Uyama-Bouvard al frente de clave y órgano, Florent Tisseyre a la percusión, y Pierre Margot como recitador, Les Sacqueboutiers ofrecieron su manera actual de concebir el repertorio del pasado.
Objetivos como el rescate de nuevas piezas, o el rigor historicista en la interpretación están ya integrados y asumidos en la dinámica del grupo. Ahora se trata de vincular sus propuestas con la sociedad actual, haciendo llegar esta música a un mayor número de personas y tratando, por tanto, de encontrar un hueco en la industria del entretenimiento del siglo XXI.
Este propósito queda bien cumplido con el espectáculo Fay ce que vouldras, que propone un diálogo entre textos seleccionados de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais y obras de la época renacentista. El humor escatológico, los guiños picantes, o los frescos momentos de la cotidianeidad de este clásico de la literatura francesa, son recitados con desparpajo por el maestro de ceremonias, y de inmediato su intervención es ilustrada musicalmente por una pieza de Josquin, de Janequin, de Sermissy, de Orlando di Lasso, o de Compère, repertorio que el Ensemble Clement Janequin domina.
El grupo liderado por Dominique Visse es único “pintando” con sus interpretaciones cada pieza que aborda. Una vez más, el conjunto hizo alarde de su vis cómica y de la capacidad actoral de sus cantantes, que salieron ataviados con hábitos de monjes y descalzos, en una puesta en escena a la que podríamos referirnos como “historicismo kitsch”. El público que llenaba la sala no pareció resentirse de estos excesos, y aplaudió cálidamente un espectáculo fresco, soberbiamente interpretado y, al mismo tiempo, apto para casi cualquier público.