Flauta: Mª José Belotto; Oboe: Ricardo Gassent; Clarinete: Miguel Pérez; Fagot: Mor Biron.
Lo primero que sorprende al asistente es la originalidad del espacio. No por tratarse de un espacio universitario dedicado a la enseñanza de la ciencia, sino por albergar una interesante colección de objetos relacionados con la técnica de las telecomunicaciones: galena, receptores de radio, osciladores, unidades telefónicas de conmutación, radares… Parecía el decorado de alguna ópera de Stockhausen, mejor aún, un homenaje a los futuristas y sus “intornarumoris”: muy interesante, muy inspirador. Una sorpresa.
La segunda sorpresa viene a cargo de la sala, una pequeña sala universitaria con acústica –para el espectador- más que buena, la madera ya está seca y el rebote del sonido es el adecuado, parece que desde el escenario los músicos no tienen tan buena audición, la electrónica, presente en la antesala, lo puede arreglar fácilmente.
La tercera viene, ya era hora, a cargo del Quinteto de Viento Hyperión, formado por cinco jóvenes de la escuela de la Filarmónica de Berlín y que trabajan a caballo de España y Alemania. Un repertorio muy bien elegido, alejado de las tendencias temporalmente más recientes pero hundiendo sus raíces en las vanguardias del s. XX: Hindemith, Ligeti y la maestría y reconocimiento de músicos como Carl Nielsen o el francés Ibert. La interpretación es magistral, como corresponden a músicos del entorno de la ¿mejor? orquesta de Europa, la Filarmónica de Berlín. Un alto grado de autoexigencia demuestran al interpretar las obras de Ligeti y Hindemith: intensidad, precisión, dedicación, presencia, sonoridad, contrastes controlados, son algunos de los parámetros musicales y sonoros que el público percibe con facilidad y que recompensa con aplausos a esta joven formación. Las obras de Ibert y Nielsen, aparentemente más fáciles de escuchar, resultan de una complejidad técnica igualmente desafiante para los intérpretes.
Ya ejerciendo de espectador deformado por mi pasado escénico, agradecería un cambio en el orden de las piezas del concierto: Ligeti, Ibert, Nielsen y acabar con Hindemith…sería un final muy alto que dejaría al público más entregado de lo que ya acaba. Si, además, potenciasen el componente escénico de todo concierto ejecutando flauta y clarinete de pie, sería un éxito más rotundo. Entiendo que un cantante de flamenco necesita estar sentado para potenciar determinados resonadores…y lo mismo debe hacer un intérprete de violín solista, flauta, clarinete. Debe hacer resonar partes de su cuerpo con el instrumento para alcanzar mejor un sonido propio, una voz particular. El estar sentado amortigua estos resonadores.
La cuarta sorpresa está relacionada de nuevo con la organización del concierto. La acogida final al público y la conversación con los músicos alrededor de un ligero tentempié es una muestra de “civilidad” de la que no estamos sobrados en la música en España: en cualquier estilo, siempre hay prisas por cerrar los espacios, lo que priva a los conciertos de la necesaria interacción entre el artista y su público, que fue abundante en este caso.