Habiendo escrito tan sólo cinco obras orquestales, erige un cuadro pictórico-musical de creatividad, planteamientos y contrastes que lo acercan al poema sinfónico. El nivel de recogimiento y misterio del segundo movimiento, si cabe el más mahleriano, contrasta con el desenfreno musical del tercero.
El coro, final del último movimiento, aporta un toque de heroicidad y de sombría grandilocuencia que bien hubiera podido sonar de fondo en la apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín, en el Olympiastadion (1936). Curiosamente, tanto Richard Strauss como von Hausegger evocan al poder de la naturaleza. No estamos ante una Sinfonía Alpina, pero sí ante una joya marcadamente germana. La calidad interpretativa de la Orquesta y Coro de la Radio de Colonia y el sonido en calidad Super Audio CD se merecen un diez. Ni que decir tiene la labor de búsqueda de Rasilainen.