Doce Notas

LA EMOCIÓN EN LA ESCUCHA DE LA MÚSICA

Escuchar es una actividad, no una pasividad. Requiere de nosotros oír con atención, lo que implica un esfuerzo y una participación para que, agitándonos interiormente, nos provoque una reacción emotiva.

Así, cuenta el compositor francés Héctor Berlioz su impresión posterior a la ejecución de la 5ª Sinfonía de Beethoven:

Algunos intérpretes estaban paralizados por la emoción y parecían incapaces de proseguir su parte, hasta de mantener firme el arco que se escurría entre sus manos. En los palcos, había muchos rostros que se escondían para sofocar sollozos. La señora Malibran, hecha un mar de lágrimas, abandonó el teatro.

El escritor y poeta alemán Johann W. Goethe tampoco se mantuvo al margen en la primera interpretación que hizo Mendelsohnn de esta misma obra musical para él:

Es una obra que suscita estupor… Una creación grandísima pero loca y al oírla se puede temer que hasta la misma casa se derrumbe.

Tratar de acercarnos al fenómeno de la percepción musical y observar las emociones que suscita es intentar adentrarnos en el ámbito íntimo de cómo perciben la música las personas, qué ocurre en los sujetos durante la escucha y qué huellas quedan cuando el flujo sonoro ha concluido.

Las emociones, tan de actualidad entre filósofos, psicólogos y neurocientíficos, no existían como categoría conceptual dos siglos atrás. Hay que señalar que, en puridad, las emociones no adquirieron el estatuto de categoría psicológica singular hasta el siglo XIX y con su introducción se desvanecieron los conceptos de apetito, pasión y afectos. Se pretende ahora que el concepto de emoción abarque cualquier matiz del espectro de estados mentales, llegando incluso a crear nuevos constructos como el de “cociente emocional” en analogía directa con el “cociente intelectual”.

La emoción se puede definir como un estado afectivo intenso y transitorio producido por un estímulo del entorno o una situación interna del propio individuo que transforma su equilibrio psicofísico y suele acompañarse de expresiones faciales, motoras, etc. Si una emoción perdura un cierto tiempo hablamos de “estado de ánimo” y la tendencia a evocar una determinada emoción o estado de ánimo prolongado la denominamos “temperamento”, refiriéndonos así a una persona jovial o melancólica.

Damasio, A. (1994) clarifica las diferencias entre las emociones que experimentamos en las etapas tempranas de la vida a las que denomina “emociones primarias” y las emociones que experimentamos como adultos, cuyo andamiaje se ha construido gradualmente sobre los cimientos de esas emociones tempranas a las que denomina “emociones secundarias” y que tienen lugar una vez hemos comenzado a experimentar sentimientos y a formar conexiones sistemáticas entre categorías de objetos y situaciones, por un lado, y emociones primarias por otro.

De todas formas, los investigadores todavía están en desacuerdo en establecer cuáles son las emociones en considerarse primarias e, incluso, ni siquiera coinciden en que existan realmente.

La tesis que afirma que existe un puñado de emociones centrales gira en torno a los estudios de Ekman, P. (1992), sobre cuatro expresiones faciales concretas correspondientes a determinadas emociones: miedo, ira, tristeza y alegría y que son reconocidas por personas de culturas diversas procedentes de todo el mundo. Opina que las emociones debemos pensarlas en términos de familias o dimensiones y considera las principales como casos especialmente relevantes de los infinitos matices de nuestra vida emocional. Así, podríamos establecer como primordiales estas ocho: miedo, ira, tristeza, alegría, amor, sorpresa, aversión y vergüenza, pero dentro de cada una existiría una familia derivada. Como ejemplo, podemos observar que el miedo estaría relacionado con la ansiedad, la aprensión, el temor, la preocupación, la inquietud, el desasosiego, la incertidumbre, el nerviosismo, la angustia, el susto, el terror e incluso la fobia y el pánico.

En cuanto a los efectos de las emociones en el cuerpo humano, están gobernados por tres sistemas de respuesta emocional:
1.-  El cognitivo que es subjetivo y califica cualquier vivencia afectiva de agradable o desagradable, permitiendo la percepción de cambios corporales y la adecuación de la reacción emocional a la situación.
2.- El motor que permite reacciones de acercamiento o huida, siendo el causante de las expresiones faciales, posturas, gestos, tonos de voz y movimientos en general.

3.- El fisiológico que produce cambios en músculos y vísceras, en los sistemas endocrino, metabólico, inmunológico y nervioso central, independientemente de que esa respuesta interna sea percibida o no por el sujeto.

La ira aumenta el flujo sanguíneo a las manos haciendo más fácil empuñar un arma o golpear a un enemigo, aumentando también el ritmo cardíaco y la tasa de adrenalina que permiten aumentar la energía necesaria para acometer acciones vigorosas.

El miedo provoca que la sangre se retire del rostro (palidez y frío) y fluya hacia las piernas (musculatura esquelética larga) para favorecer la huída.

La alegría no provoca un cambio fisiológico especial pero, a través de la descarga de endorfinas cerebrales, produce una sensación de paz y tranquilidad que hace que el cuerpo pueda destinar la energía a la tarea que esté llevando a cabo sin interferencias.

La tristeza provoca la disminución de la energía y del entusiasmo por las actividades vitales, permitiendo el recogimiento en el hábitat más seguro, para sopesar las consecuencias de la pérdida o frustración y planificar un nuevo comienzo.

El amor activa el sistema nervioso parasimpático y da lugar a un estado de calma y satisfacción que favorece la convivencia.

La sorpresa, al arquear las cejas, aumenta el campo visual y permite que entre más luz en la retina lo que proporciona más información sobre cualquier acontecimiento inesperado.

El desagrado, al fruncir ligeramente la nariz, permite evitar un olor nauseabundo o expulsar un alimento tóxico.

Las emociones son más veloces que nuestros procesos racionales y surgen sin que nos detengamos ni un instante a considerar lo que estamos haciendo. Desde el punto de vista evolutivo, esto es así porque los organismos que se detienen a reflexionar tienen menos probabilidad de supervivencia y, como consecuencia, de transmitir sus genes. Las emociones cumplen, por tanto, un papel adaptativo y han terminado integrándose en el sistema nervioso central en forma de tendencias innatas y automáticas. Pero, si bien las emociones han sido una buena referencia a lo largo del proceso evolutivo, las nuevas realidades de la civilización hacen necesario refrenar, someter y domesticar la vida emocional en aras de la convivencia.

El reconocimiento de que el arte musical era practicado antes de aparecer la agricultura y de que no existe grupo humano sin actividad musical, sólo puede explicarse en que ésta se encargaría de la sincronización del estado de ánimo, favoreciendo la preparación de las actividades colectivas, como en el caso de la música militar o religiosa. Además, es sorprendente la capacidad de la música para producir emociones cuando no es estrictamente necesaria para la supervivencia, quizás el valor adaptativo de la música consista en su posible beneficio sobre nuestra salud (física, psicológica, emocional y social), al permitir que afloren las emociones y poder mejorar nuestro autoconocimiento y el de los demás, ya que al escuchar una obra musical podemos identificar nuestras emociones, etiquetarlas correctamente y regularlas. Asimismo, la música influye en nuestra salud porque puede favorecerla liberando al torrente sanguíneo endorfinas que nos proporcionen bienestar y relax o, por el contrario, adrenalina que nos incite a movernos y exteriorizar nuestras tensiones.

La música no utiliza ningún signo lingüístico, es decir, no emplea signos ni símbolos referidos al mundo de los objetos, los conceptos o los deseos humanos en su comunicación. Por ello, los significados que comunica son muy diferentes de los que transmiten la literatura, la pintura y el resto de las artes, ya que además de los significados estéticos e intelectuales es capaz de producir estados emocionales.

Según Hargreaves, D. J. (1998), la respuesta emocional frente a un estímulo musical está estrechamente vinculada con el significado que cada individuo le otorga. Así, mientras que para algunos las emociones se desprenden de la propia esencia sonora del fragmento musical, para otros está condicionada por las características individuales del oyente que la percibe y con el significado que cada sujeto le asigna. Este autor distingue diversos significados:

– Significado absoluto: se refiere a la concepción según la cual el significado es un hecho intrínseco a los sonidos.

– Significado formalista: según este enfoque, el significado depende del nivel de percepción y de comprensión de que dispone el oyente respecto de la estructura formal de la música.

– Significado expresionista: surge de las emociones y sentimientos que los elementos estructurales de la obra musical provocan en el oyente.

– Significado referencialista: en el que el significado se desprende de las asociaciones musicales y contextuales de los sonidos con experiencias anteriores respecto de los mismos.

A pesar de las investigaciones llevadas a cabo, no podemos determinar con exactitud la respuesta emocional a la música porque posee una gran carga de subjetividad, lo que resulta uno de los principales problemas en el estudio de la emoción musical. Una misma composición puede experimentarse de forma muy diferente según la persona que la escuche, dependiendo de la memoria asociada a su primera audición, su historia personal, su estado de ánimo en el momento de la escucha, su personalidad, su cultura, el ambiente en el momento de la escucha y toda una serie de factores muy difíciles de controlar y cuantificar que hace que la música sea en sí misma un símbolo inacabado que permite que cada persona proyecte en ella sus anhelos, conflictos, carencias, recuerdos, tristezas y alegrías. Por eso resulta tan complejo deducir cuáles son las cualidades intrínsecas de la música, si es que existen, capaces de producir una respuesta emocional específica en un oyente.

De lo que no cabe duda es que la música tiene un significado que se logra comunicar de algún modo a aquellos que la escuchan. Según el musicólogo norteamericano Meyer, L. (1956), en la aprehensión del mensaje musical:

Experimentamos y comprendemos el mundo con todos nuestros sentidos: vista, olfato, gusto, tacto y oído, tanto como con nuestro cuerpo. Sentarse en solemne silencio en nuestro salón a escuchar música es perder (especialmente) los signos visuales y gestuales presentes en una actuación  en vivo.

Para este autor, las asociaciones que realiza cada oyente son el elemento más importante para determinar las respuestas emocionales ante una composición musical. Menciona que la asociación por contigüidad desempeña un papel importante en la definición musical del estado de ánimo y éste se produce cuando un conjunto de relaciones modales o sucesiones armónicas se experimentan una y otra vez junto con textos, programas o experiencias extra-musicales, que pueden provocar un estado de ánimo específico. Cuando dichas asociaciones se vuelven habituales, al presentarse el estímulo musical apropiado, el sujeto evocará generalmente de forma automática la respuesta emocional acostumbrada.

Una primera dificultad para establecer una relación entre el estímulo musical y la respuesta emocional es que al fluir la música a través del tiempo, los oyentes encuentran muy difícil indicar con precisión el proceso musical específico que provocó la respuesta afectiva que sintieron. Los psicólogos y musicólogos han establecido que la respuesta debe haberse dado ante aquellos elementos de la organización musical  que tienden a ser constantes como el tempo, la tesitura general, el nivel dinámico, la instrumentación y la textura. Además, las experiencias emocionales de las que dan testimonio los oyentes han de caracterizarse más como estados de ánimo o sentimientos que como emociones propiamente dichas, ya que éstas son puntuales y evanescentes mientras que los estados de ánimo son conscientes y relativamente permanentes y estables. Por último, a las dificultades anteriores habría que añadir las de expresión verbal de las emociones y el hecho de que las emociones pueden no ser generadas por la propia obra sino por lo que el oyente espera que éstas le produzcan en función de sus condicionamientos culturales, por ejemplo, si observamos al intérprete de jazz y su público comprobamos que tienen un comportamiento emocional totalmente diferente al que se produce entre un intérprete de música clásica y el suyo.

Diversos investigadores han realizado estudios sobre diferentes aspectos de este tema como exponemos a continuación:

Para Radford, C. (1991), la explicación del porqué la música puede evocar emociones diferentes se puede abordar desde dos enfoques distintos: cognitivo y emotivo. Desde el punto de vista cognitivo, las emociones producidas por la música dependen directamente de las experiencias previas de las personas así como de las asociaciones que realiza de la estimulación emocional con las situaciones en las que se le presenta. Para el enfoque emotivo, las emociones producidas por la música se deben específicamente a las características propias de la música.

Kivy, P. (1999) considera que la belleza de la pieza musical es el objeto intencional que determina las emociones que van a ser evocadas. Señala que las emociones que se tratan de inducir sólo se logran en el grupo de personas que cuentan con una educación musical completa y, aún en ese caso, las emociones que les produce parecen no tener las mismas características. Su propuesta es que las personas con conocimientos musicales son motivadas por la belleza de la pieza y no experimentan tristeza o alegría en función de las supuestas emociones correspondientes a la música escuchada.

Según Poch Blasco, S. (1999), en general, la música puede clasificarse en estimulante y sedante según el tipo de emociones que genera en el oyente. La estimulante aumenta la energía corporal activando los músculos estriados, las emociones y estimulando el área subcortical del cerebro. Se basa en ritmos marcados, uso de notas desligadas, volumen tonal y cacofonía. La música sedante, en cambio, provoca la sedación física, intelectual y contemplativa. Se compone de una melodía ligada, con intervalos cercanos, sin un ritmo marcado y percusivo.

Bigand, E. (2005) realizó un estudio que permitió demostrar que los juicios musicales de los oyentes, músicos o no, son muy parecidos y estables a lo largo del tiempo, siempre que los participantes pertenezcan a la misma cultura. En consecuencia, las respuestas emocionales a la música aseguran una función de coherencia social en una cultura determinada y, lo que es más, la utilización del lenguaje verbal podría ser la causa de algunas diferencias individuales observadas.

Peretz, I. (2005), en sus estudios realizados en el Laboratorio de Neuropsicología de la Música y de la Cognición Auditiva de la Universidad de Montreal (Canadá), ha demostrado que los parámetros de tempo y modo influyen en las apreciaciones de los oyentes. El análisis de las respuestas de los sujetos experimentales que participaron en dichos estudios ha permitido comprobar que agrupaban los fragmentos musicales atendiendo a su carácter positivo conferido por el “modo mayor” o negativo asociado al “modo menor” y que la escucha de dichos fragmentos provocaba determinadas emociones que  reunió en cuatro categorías:

1.- Modo menor y tempo lento provocan una emoción de tristeza.
2.- Modo menor y tempo rápido provocan ira o temor.
3.- Modo mayor y tempo rápido provocan alegría.
4.- Modo mayor y tempo lento provocan sosiego.

Generalmente, el tempo constituye una información más fácil de procesar que el modo, ya que éste implica el tratamiento de informaciones más abstractas como los intervalos de altura musical. Por ello, cuando los dos parámetros son divergentes, los oyentes se suelen valer del tempo para establecer su valoración emocional de las melodías. En el caso de niños de 6 a 8 años, los resultados coinciden con los de los adultos y se fundan en los factores de tempo y modo, pero en los niños de 5 años los juicios dependen sólo del tempo y en niños todavía menores su respuesta no parece que esté guiada por ninguno de estos parámetros.

Para finalizar, sugerimos que se realice una escucha atenta de la música ya que la audición, muchas veces, se efectúa de forma automática y casi exenta de atención por lo que los sonidos ya no son un hecho acústico excepcional y reservado a ciertos lugares y ocasiones. Reconquistar la complejidad y riqueza de la escucha exige, ahora, un esfuerzo de concentración considerable que será necesario realizar para continuar enriqueciéndonos con las experiencias emotivas que la música despierta en nosotros.

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