Doce Notas

¿CRISIS, QUÉ CRISIS?

Entrada del público a un concierto de la temporada 2007-08 del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea (CDMC) en el Auditorio 400 del MNCARS.

En un primer análisis, parece que ésta ha llegado tan rápido que no ha tenido tiempo de manifestarse en actividades que se programan con bastante antelación; pero también parece que la fenomenal inercia cultural creada en España por habernos creído, al fin, objetos de cultura frena los aciagos pronósticos. Sería, por tanto, muy lamentable que los estragos de la crisis fueran más allá de lo que corresponde. Y eso puede suceder si la cultura vuelve a ser el tonto del bote a la hora de repartir los ajustes. Está claro que 2009 será un año de dificultades, el Gobierno ha anunciado ya presupuestos restrictivos y a nadie va a extrañarle que así sea. Pero apretarse el cinturón puede ser un ejercicio de madurez si se hace bien o una ley del más fuerte si se hace mal. Para el Ministerio de Cultura ya corren rumores de desorbitados hachazos en su presupuesto, mordiscos que, además, van a arreglar muy poco en el montante final. Comunidades y Ayuntamientos no andan muy lejos. Hace pocos días el diario La Vanguardia advertía que el actual Govern de Catalunya es tan cicatero en su atención a la cultura como cualquiera de los anteriores; la Comunidad de Madrid, sin ir más lejos, recorta por donde puede para hacer frente no sólo a la crisis sino a otros compromisos pendientes como los Teatros del Canal, preinaugurados a bombo y platillo el pasado 23 de septiembre con el nuevo musical de Nacho Cano, “A” (de agua), flor de un día que costó 654.880 euros ni más menos, ¡paciencia!

Sería bueno, pues, que el mundo de la cultura anunciara alto y fuerte que los estropicios en este campo se pagan mucho más caros de lo que se puede ahorrar. La irradiación de la cultura no se consigue de un día para otro. Sus brillantes resultados se logran gracias al esfuerzo y entusiasmo de sus protagonistas, sean éstos autores, programadores o promotores, incluso, gracias a iniciativas de medios de comunicación especializados que con mucho menos apoyo que la prensa generalista hacen visible esta fuente de riqueza. Romper esta dinámica del sector cortándole las alas es un error gravísimo que va más allá del puñado de euros sustraídos. Lo que subyace, una vez más, es el abandono, rayano en el analfabetismo, que mostraría este desprecio a la cultura y a la abnegación de sus artífices.

Austeridad, sí, pero escrupulosamente repartida. La cultura es un sector que devuelve más de lo que recibe, crea puestos de trabajo de alta cualificación, eleva la autoestima de un país, desarrolla defensas sociales que cuesta mucho adquirir y poco derribar y suele tener valor añadido inestimable en otros ámbitos: turismo, valoración global de la educación, integración social, industrias ligadas a lo cultural, etc. Si alguien (o muchos) se cargan en un año lo que ha costado lustros construir y volverá a costar otros tantos rehacer, tendrá que asumir consecuencias que los medios de difusión culturales deberíamos denunciar a voz en grito.

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