A pesar de este cosmopolitismo y de sus experimentos con disonancias, bitonalidad o ritmos irregulares encaminados a buscar una sonoridad personal, Cherepnin no puede evitar el ramalazo ruso que impregna sus obras. Tómese como ejemplo el primer corte del tercer disco, el Concierto para piano nº 1 op 12. La introducción es ciertamente original para estar compuesta en 1918 y nos hace pensar por momentos en música de cine de Philip Glass, sin embargo todo cambia cuando el piano alla Rachmaninov hace acto de presencia. Sorpresas como ésta abundan en la obra de Cherepnin, pero no desmerecen su labor: la música es de espléndida factura y los atriles de la Orquesta Sinfónica de Singapur la sirven con entrega.