
Aleksandr Nikolaievich Skriabin, compositor y pianista ruso vivió entre 1872 y 1915, pertenece por tanto al periodo postromántico y conoce desde sus comienzos lo que algunos han denominado la “disolución de la melodía clásica” desde Wagner a Mahler que ya anticipa el expresionismo y la llegada de la atonalidad, algo que entronizarán después los serialistas de la “segunda escuela de Viena”.
Ajeno, al parecer, a los ecos impresionistas de su época, una auténtica marejada estética, política y antropológica. Ajeno también a los nacionalismos, incluso el ruso.
¿De qué fuentes musicales bebe entonces? Niño prodigio como pianista actúa en Europa desde muy joven y le interesa especialmente la filosofía griega y el movimiento teosófico, pensaba que había una religión y creencias primigenias que devolverían la racionalidad al mundo. De esa “vuelta a los orígenes humanos” arrancan muchas de sus piezas, muy ritualistas y atávicas, llenas de sonidos extraños y clusters que no eran usados aún sus compañeros compositores de generación. Quizá la figura de Satie y su afición por armonías del extremo oriental del Mediterráneo (Grecia, Turquía) ayude a comprender mejor a este autor no muy conocido fuera de los círculos musicales habituales…o esotéricos.
El disco es sorprendente por la maestría interpretativa de Miguel Ángel Acebo concertista de piano de amplia trayectoria en auditorios, festivales y programas de orquesta en España y el resto de Europa. Situado en un sector no muy transitado donde confluyen la música de cámara y la música contemporánea.
El disco alterna piezas del propio Scriabin y de compositores españoles inspirados por él. Todas las piezas van en la onda del maestro: impromptus, fuertes acentos rítmicos, clusters, atonalidad, creación de ambientes sonoros y por tanto imaginarios y emocionales fuera de lo común. Queda fuera de todas las «corrientes principales» desde el postromanticismo de la época al protoexpresionismo que se atisbaba.
La pieza de José María López López –Lo fijo y lo volatil– es quizá la más espectral, usa el piano en toda su extensión sonora y la electrónica, es paradigmática de estos ambientes sonoros, fuera de muchas reglas incluso vanguardistas. Excepcional.
Las piezas del propio Scriabin, como las de Satie, son ventanas abiertas a nuevas percepciones y universos conceptuales y motivacionales. En el caso de Satie sonidos y músicas de inspiración griega y turca como dije antes, muy sensuales a veces. En el caso de Scriabin filosofías y creencias ancestrales, atávicas, alguna fue por él mismo calificada de satánica. El bien y el mal invocado en una misma obra. Extraños ecos.
Muy inquietantes también las obras de Sánchez Verdú, Jardín de espejos y Jardín de fuego, como si hubieran sido compuestas para coreografías rituales por su uso de la repetición y pedal rítmico obsesivo en algunos pasajes. Esta línea es también la seguida por Francisco Domínguez en su pieza Approaching Misterium.
Las piezas iniciales, Laberinto de silencios y Semejante a la noche, del compositor Jesús Torres son las más adecuadas para introducirse en esta caverna de sonoridades, son aún «familiares».Y fabulosas por cierto.
Música intensa en su propósito que hay que escuchar con mucha atención, respeto y cierto recogimiento –¿como si fueran oraciones?-, pero con apertura de miras en lo musical.
Fabuloso, muy recomendable trabajo, excelente sonido y edición con abundante información, marca de la casa lbs Classical.