La Guirlande ha publicado, bajo el sello Lindoro, Incipit Lamentatio, un proyecto nacido gracias a la Beca Leonardo concedida a su director y flautista barroco, Luis Martínez Pueyo. El resultado es una joya discográfica imprescindible para melómanos, estudiosos del Barroco ibérico y, en definitiva, para todo aquel que aprecie una interpretación cuidada y de calidad.
Sin duda, el trabajo resulta realmente interesante desde cualquier ángulo desde el que se analice. En primer lugar, por el compositor, Francisco Corselli (1705-1778), el italiano de origen francés, nacionalizado español, célebre maestro de Capilla en la corte madrileña, al cual no le ha hecho justicia la fama. Por otro lado, la interpretación cuidada y exquisita de la agrupación. La Guirnalde recupera esa última luz del tenebrario, confiando en la resurrección de este compositor a través del refinado y elegante testimonio musical e histórico de las lamentaciones. Y, por último, la portada del CD, tan inquietante como atrayente, ya que nos sumerge en la solemnidad del oficio de tinieblas (Officium tenebrae), parte central de la liturgia de la Semana Santa en el siglo XVIII, y en la plenitud del Barroco hispánico.
El protagonista de este redescubrimiento es un maestro en la sombra. En pleno corazón del Madrid del siglo XVIII, un italiano de Parma llamado Francisco Corselli se convirtió en la voz musical de la corte. Se ignoran los motivos y circunstancias de su llegada a Madrid, pero tal vez influyera en ello que el padre del compositor hubiera sido maestro de baile de la reina Isabel de Farnesio mientras vivió en Parma. Su nombre no figura en el panteón popular junto a Bach o Händel, pero su música respira barroco por los cuatro costados y, a la vez, se asoma con curiosidad al Clasicismo. De las más de trescientas obras sacras que compuso, las Lamentaciones ocupan un lugar privilegiado: piezas de recogimiento, gravedad y dramatismo contenido, escritas para los solemnes oficios de Semana Santa en la Capilla Real.
Corselli fue heredero de la tradición italiana —con su lirismo operístico y melodías ornamentadas—, pero supo adaptarse al gusto español, donde la devoción exigía más sobriedad que espectáculo. Sus Lamentaciones, cuyos textos se tomaron del Libro de las Lamentaciones del Antiguo Testamento de la Biblia, y cuya autoría se ha atribuido tradicionalmente al profeta Jeremías, reflejan las características del Barroco tardío: contrapuntos que se entrelazan con homofonía clara, cromatismos que abren heridas en el texto, afectos precisos y un dramatismo nunca excesivo. Aquí, el compositor logra un delicado equilibrio entre emoción y contención, dejando entrever incluso el estilo galante que marcaría el rumbo del siglo XVIII.
Hoy, gracias al trabajo de La Guirlande, ensemble especializado en interpretación historicista, conducida por el traversista Luis Martínez Pueyo, estas páginas vuelven a cobrar vida en el disco Incipit Lamentatio. El proyecto germina por la colaboración entre la Beca Leonardo y Ars Hispana. Esta última ha llevado a cabo la parte de investigación, con el propósito de ampliar el conocimiento de la música española dieciochesca. No sólo un rescate musicológico, sino un acto de justicia histórica con un compositor que, pese a ser maestro de capilla de la corte madrileña, quedó demasiado tiempo en el olvido. Algo que el propio Pueyo se ha esforzado en subrayar, afirmando que la investigación musical en nuestro país se ha centrado mucho en el Medievo y el Renacimiento y, curiosamente, en la música de finales del siglo XIX y principios del XX, habiendo un vacío enorme en lo que se refiere a los siglos XVII y XVIII, motivado tanto por el desconocimiento como por una especie de mala fama que tenía la música de esos dos siglos, a la que se consideraba que, al menos en España, no era una música de nivel. Es por lo que apenas se han recuperado óperas del siglo XVIII, cuando, sin embargo, Madrid era un polo de atracción para los mejores cantantes italianos de la época. Sin ir más lejos, Farinelli, considerado el más grande de los castrati, vivió casi veinticinco años en Madrid y fue en la capital de España donde desarrolló una parte importantísima de su carrera —coincidiendo con Corselli— y eso revela que también en España se hacía muy buena música.
La Guirlande interpreta estas obras con rigor y sensibilidad, utilizando instrumentos históricos y un cuidado extremo en la práctica interpretativa. Las voces de Lucía Caihuela y Marine Fribourg se funden con un conjunto camerístico donde brillan dos traversos, cuerdas con sordinas, tiorba, clave y contrabajo. La combinación de todo ello acaba por crear una lectura intensa, íntima y sorprendentemente moderna: pizzicatos inesperados, sutiles colores tímbricos y un dramatismo contenido que nunca rompe la atmósfera litúrgica.
En esta grabación se percibe también la huella del célebre Stabat Mater de Pergolesi, obra que marcó a toda Europa a mediados del XVIII y cuya sombra planea sobre Corselli. Frente a otros compositores de Lamentaciones —como Zelenka con su complejidad contrapuntística o Couperin con su refinamiento francés—, Corselli apuesta por una vía intermedia: directa, emotiva y con un inconfundible acento hispánico.
Como señalaba al comienzo, la portada del disco es, además, toda una declaración de intenciones: nos introduce en la penumbra del Officium Tenebrae, ese rito en el que las quince velas del tenebrario (“tenebrarium«), simbolizan a los doce Apóstoles y las tres Marías. Se apagaban una a una hasta sumir el templo en la oscuridad, dejando solo una vela, portadora de la esperanza de la resurrección de Cristo, símbolo perfecto para esta música que, tras siglos de silencio, vuelve a iluminarse.
En definitiva, Incipit Lamentatio no es sólo un registro más: es una puerta abierta a redescubrir a uno de los grandes nombres del XVIII español. Escuchar a Corselli es asomarse a un tiempo de transición, donde el Barroco se despedía y el Clasicismo llamaba a la puerta. Y hacerlo con la honestidad de La Guirlande convierte este disco en un imprescindible. Porque, a veces, la mejor manera de celebrar la Semana Santa, aparte de las ceremonias y procesiones, es disfrutar de las grandes obras musicales que se han compuesto para la conmemoración de esta festividad cristiana. Y, por supuesto, disfrutar del silencio recogido que deja esta música cuando se apagan las velas.
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