Carrer Apuntadors esquina Carrer de Sant Joan, a escasos cien metros de la Llonja y otros tantos de la Bahía de Palma. Todo se forjó aquí hace más de 18 años. El chaflán con más swing de toda la isla atesora miles de jam sessions tras casi medio siglo de historia.
Un Cotton Club en miniatura, permítanme la exageración, donde siempre era de noche e invadir la intimidad del vecino casi una obligación. A principios de siglo el angosto Jazz Voyeur Club era punto de encuentro del noctambulismo sibarita y reducto minoritario de la melomanía jazzística. Su heredero, el Jazz Voyeur Festival, cumple este otoño 18 primaveras y se consolida, junto al Festival de Jazz de Sa Pobla, como la apuesta más sólida de dicho género en Mallorca.
El Voyeur toma nombre de este entresuelo -rebautizado hoy por enésima vez com Jazz Lounge-, que a su vez lo tomó del mítico Barcelona y que nos remite al no muy distante Bar Bruselas, cuyo piano frecuentó Tete Montoliu, y el ya desaparecido Blues Ville. Las tres grandes B del barrio de la Llonja. Apenas un cuarto de siglo atrás tres eran los locales que ofrecían música en vivo en cincuenta metros a la redonda. Para que después haya quien cuestione aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Lejos resuenan también los ecos latónicos y marfileños de Lee Konitz y McCoy Tyner respectivamente, los designados para inaugurar la cita en julio de 2004 en el Gran Casino Mallorca. Más de 150 conciertos después el Voyeur sigue sorprendiendo a legos e iniciados descubriendo nuevos valores de la música negra en su espectro más amplio y atrayendo a primeras figuras mundiales a una isla poco transitada hasta entonces por el trotamundismo musical.
Llamar decano a un festival es siempre arriesgado, a menudo inexacto y la mayor de las veces un epíteto vacío, cuya veracidad seguramente nadie contrasta. Servidor pudo escuchar en la etapa más temprana del festival a nombres como Diana Krall, Chick Corea, Tom Harrel, Dave Holland, Kenny Barron, Stanley Clarke, Chucho y Bebo Baldes, Roy Haynes, Brad Mehldau y se lamentó de no haber dejado pasar a Paquito de Rivera, Herbie Hancock, Toquinho y muchos más. Los voyeuristas incondicionales, fieles a sus 18 ediciones, podrían llenar dos o tres párrafos con nombes ilustres del jazz actual sin riesgo a devaluar o menoscabar el listado. Los aficionados rasos, por el contrario, le debemos a Roberto Menéndez, su alma mater, la oportunidad de haber ampliado nuestra toponimia jazzística atrayendo e intercalando leyendas vivas con otras en construcción. La del Jazz Voyeur, que duda cabe, ha sido y es también una apuesta pedagógica.
Getxo, Donosti, Vitoria o Terrassa, por citar algunos templos jazzísticos ibéricos, tienden a concentrar su oferta en pocas semanas, aglutinando mucho en poco tiempo. El Jazz Voyeur en sus primeras ediciones quiso abrirse también camino en el ya de por sí saturado verano balear, pero al poco Menéndez optó por dilatar la cita hasta bien entrado el otoño. A principios de siglo todos hablaban de desestacionalización y el Jazz Voyeur se aplicó y actuó en consecuencia. De conciertos al aire libre en albarques y camisas de lino a espacios cerrados y menos concesiones al postureo. El festival se convirtió en una temporada de jazz, que hoy programa de media docena a una decena de conciertos de octubre a diciembre. Desde entonces, los voyeuristas siguen abonados a esta fórmula que antepone el verdadero aficionado al oportunista filisteo.
El Voyeur alcanza su mayoría de edad no sin sortear antes algunas inevitables crisis existenciales. En el lapso 2013-2016 la oferta cultural palmesana se vio visiblemente silenciada con el mutis del festival. Por suerte Menéndez aprovechó el receso para tomar impulso de nuevo y refundar el espíritu del Barcelona, del Voyeur. Al Di Meola y Andrea Motis abrieron en noviembre de 2017 la segunda etapa del festival.
El Voyeur se ha ido adaptando al devenir de los tiempos, las restricciones y los vaivenes. Desde ese monumental directo de Diana Krall en el Palma Arena de 2008 hasta recintos más íntimos y recogidos como el Aljub del Museu Es Baluard, donde este sábado Fred Hersch (Cincinnati 1955), uno de los pianistas más aclamados de su promoción, debutará en el Voyeur, en el que será el segundo de los conciertos de la presente edición. Anteriormente el conjunto Escalandrum, que integra en sus filas a Daniel Piazzolla, batería y nieto a la sazón del gran y heterodoxo tanguista argentino, se encargó de dar el baquetazo de salida a la edición 2025.
Por sus frontmen le conocerás. Antes de alcanzar dicho status hay que ejercer de sideman. Cocinero antes que fraile, pagar el mossatge que decimos en la isla. Y Fred Hersch lo fue de Stan Getz, Joe Henderson o Charlie Haden. Desde entonces ha alternado actuaciones en solitario con el más variopinto abanico de formaciones. Este sábado formará duo con el veterano guitarrista malloquín Damià Timoner.
A Hersch le seguirá su compañero de desventuras y desvelos musicales Bill Frisell. El guitarrista norteamericano, acompañado por Thomas Morgan, Rudy Royston y Hans Theessink, pasará por Palma el 23 de noviembre. Antes lo hará el duo Leo&Leo (conformado por nuestra polifacética Leonor Watling y el compositor Leo Sidran). Otro pianista singular cerrará el apartado instrumental de la edición efemérica. Será el 4 de diciembre cuando escucharemos el teclado del joven canadiense Tony Ann, diez días antes de que el Chicago Mass Choir y el Palma Gospel Singers pongan la guinda al pastel de las 18 velas.
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