Doce Notas

Schubert a oídos y semejanza de Gustav Mahler y Anton Webern

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Hurgando entre los opus de los grandes compositores, hallamos cientos de transcripciones, remedos, reducciones o parodias sobre creaciones de predecesores ilustres. Dato que viene a confirmar que todo músico que se precie debe atesorar dotes de arreglista. Bach llevo al órgano una docena de concerti de Vivaldi (repartidos entre el BWV 592 y 1065), Mozart revisó la instrumentación del Mesías de Haendel en su KV572, Mendelssohn o Brahms, entre otros, se atrevieron incluso a flirtear con la famosa Chacona de Bach…

En esta ocasión son Gustav Mahler y Anton Webern quienes revisitan en formato orquestral dos obras icónicas de su compatriota Franz Schubert. El nuevo registro que aquí nos ocupa lo debemos a la Philharmonisches Staatsorcherster Hamburg y a su titular Kent Nagano, quienes han buceado en las turbulentas aguas del Cuarteto en re menor D.810, esto es ‘La muerte y la doncella’ y en las Deutsche Tänze del D.820 para conferir a este reperterio de salón un empaque más solemne, de gran auditorio. Completa el nuevo release del sello Farao el Langsamer Satz für Streichquartett de Anton Webern. Composición esta última, datada en 1905, donde los ecos posrománticos están aún muy presentes (más que los visos de atonalidad, que no tardaría en eclosionar). Un siglo de transición, el que media entre la Viena de Haydn y la de Schönberg, separan ambas revisiones de sus partituras originales.

Si Schubert prestigió el lied elevándolo a cotas hasta entonces inéditas, Mahler le abrió las puertas a la sala de conciertos. Quizás en esa línea se deba entender el interés del bohemio en reformular el cuarteto nº 14 del vienés. Según indica el propio Nagano La Muerte y la Doncella “se halla a mitad de camino, apunta trazas de esbozo sinfónico, algo así como un ejercicio de condensación artística”. Gustav Mahler, quien como bien sabemos no escatimaba medios a la hora de componer, compuso esta transcripción en 1894 cuando era director musical en Hamburgo. Al precedesor de Nagano no le faltaban argumentos. En razón de su duración (casi 40 minutos) y de su trasfondo programático (el sobrenombre alude a un poema del también hanseático Matthias Claudius) elucubrar ensoñaciones sinfónicas a partir del D.810 no resulta para nada descabellado.

La impronta de Mahler en la partitura para orquesta de cuerda no se advierte tanto en el primer y fonogénico movimiento como en el segundo. El andante nos remite por momentos a los tiempos intermedios de las sinfonías mahlerianas, trascendiendo el lirismo del Schubert íntimo a una dimensión más lánguida, funesta, ahondando en esos lapsos de pesar y fatum adverso. Todo ello sin traicionar ni un ápice al compositor de salida. Nagano y sus pupilos alcanzan ese estadio intermedio de intensidad orquestral y diálogo camerístico. En el último movimiento, en el extenso presto, el cuarteto schubertiano adquiere verosímiles trazas sinfónicas. Esa reexposición del tema inicial del primer movimiento a mitad del tiempo todavía confiere más porte de obra orquestal a la partitura inicial a cuatro.

Si en su tardío cuarteto nº14 (todo lo tardío que se puede aspirar a ser en la vida de Schubert) el compositor sí evidencia intenciones de ambición compositiva, todo lo contrario se diría de sus Deutsche Tänze D.820. El set de danzas para piano que Anton Webern, uno de los padres del atonalismo no lo olvidemos, arregló para orquesta sinfónica responde a la tradición canónica de la Primera Escuela de Viena. Melodías breves de una sencillez casi insultante. Webern otorga al viento la voz cantante y muestra un escrupuloso respeto al tempo original, a la vez que contiene cualquier ingerencia de mayor calado. Una vez más queda demostrado que la Segunda Escuela de Viena no estaba tan lejos de la Primera Escuela de Viena, que supuestamente quiso dinamitar. O, parafraseando al concertino de los filarmónicos hamburgueses, Konradin Seitzer, podríamos apostillar: “La tradición no es otra cosa que una acumulación de cambios vivenciados en el devenir de los siglos”.

Grabado en los dos faros musicales de la ciudad hanseática, la Laeiszhalle y la Elbphilharmonie, el nuevo registro salió al mercado a principios de verano e incluye en su interior una entrevista con Nagano y algunos destacados integrantes de la Philharmonisches Staatsorchester Hamburg. La cubierta reproduce un oleo del pintor y violinista vienés Erich Gargerle, fallecido durante el proceso de gestación del disco.

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