A pesar de la recurrente verborrea política, revertir la inercias centrípetas de urbanización a escala global se antoja aún hoy en día una utopía. No obstante, en puntuales circunscripciones, cuando la iniciativa privada consigue suscitar complicidades con la administración pública, se producen pequeños brotes verdes que requerirán de constancia y perseverancia para su subsistencia. En este sentido, el ámbito de la música, dentro del epígrafe cultural, ha sido el que en los últimos tiempos ha venido demostrando un mayor empuje en nuestro país. La proliferación de festivales, certámenes y ciclos musicales en entornos rurales ha sido una realidad creciente en el conjunto de la geografía hispánica, especialmente en el período estival. Un fenómeno que ha evolucionado coligado al auge de un sector turístico asociado a estímulos naturales, patrimoniales y culturales que perfilan una alternativa más exclusiva – que no excluyente- a la oferta masiva del turismo de Sol y playa.
El festival Little Opera Zamora, el ECOS de Sierra Espuña (Murcia), el Tocando al cielo de Panticosa (Huesca), el Early Music de Morella (Castellón) o el FeMAP de Cataluña son algunos ejemplos de ello. Replicando, precisamente, la fórmula de este último certamen catalán, hace cinco años asistimos al nacimiento de Espurnes Barroques, un festival musical de ámbito supramunicipal que se desarrolla en escenarios de diversas localidades de los adentros de Cataluña durante el período primaveral. El certamen acoge producciones de pequeño y mediano formato que hacen buenas las directrices establecidas por las políticas de subvención pública: promoción de intérpretes jóvenes y producciones nacionales, encargos de nueva creación, recuperación de legado patrimonial, proyección educativa, inclusividad social, etc… A lo que cabe añadir el afán, tan a la moda, de querer embadurnar la experiencia sonora con demás vivencias visuales, gastronómicas e incluso olfativas; como si la buena música no se bastara por sí misma, como el gran arte y la alta literatura, para inducir al sujeto una experiencia sinestésica. En ocasiones, el acopio de estímulos, en lugar de sumar, resta.
No obstante su corta existencia -cinco ediciones-, Espurnas Barrocas ha logrado tejer complicidades políticas y movilizar público e intérpretes hacia escenarios insólitos de la Cataluña interior. Por si fuera poco, en la presente edición ha tenido la gallardía de presentar la creación de una nueva formación orquestal, auspiciada bajo el paraguas de este festival. Un conjunto que ha tomado por nombre el del santuario que ha acogido su stage inaugural y se ha postulado como sede residencial: el Santuari del Miracle, un cenobio custodiado por una pequeña comunidad de monjes benedictinos, ubicado en el término municipal de Riner, dentro de la comarca del Solsonès. Capitaneada por el organista catalán Juan de la Rubia y constituida por una veintena de intérpretes de música antigua, la tarde del pasado 3 de junio tuvo lugar la presentación de la Orquestra del Miracle en la iglesia del mismo santuario, alcanzando un lleno absoluto.
Grandes nombres del Barroco (Bach, Haendel, Purcell, Vivaldi), junto a otros menos conocidos, como George Muffat (Concerto Grosso n.4 “Dulce sommium”) o el barcelonés Francesc Valls (Tono a solo “Pues hoy benignas las luces”), integraron un repertorio musical que hizo las delicias del auditorio, tanto por la escogida selección de piezas como por su interpretación. El debutante director de la Rubia nos brindó una lectura equilibrada, contenida e incisiva del programa musical, sin faltar ocasión para lucir sus dotes de consumado organista (Concierto para violín y órgano en re menor RV 541 de Vivaldi; Allegro del Concerto Grosso en Sol menor para órgano op.4 n.3 de Haendel). Una ejecución, en su conjunto, que atenuó dramatismos y efectismos inflamados y apostó por dejar aflorar las texturas dinámicas que tejen la arquitectura musical barroca. Contó para ello con el buen hacer general de una joven cantera de músicos compuesta por una nutrida sección de cuerdas -incisivas, tersas y bien hilvanadas- y unas maderas (oboe, traverso y fagot/flautas) de gran pulcritud y aliento expresivo. Como madrina del bautizo, tuvimos ocasión de disfrutar con la prestación de la exquisita soprano Marta Mathéu, quien cinceló, con su bello timbre y excepcional musicalidad, las páginas de las cantatas Bach, los tonos de Valls, las arias de Haendel y el intenso Lamento de Dido purcelliano. Una presentación, a la suma, que alcanzó un éxito artístico incontestable, sancionado con la ovación entusiasta del público.
Más allá de la retórica de causalidades, casualidades, cábalas numéricas y felices coincidencias conjuradas en el programa de mano, la realidad de este proyecto no cabe atribuirla a fenómenos sobrenaturales sino a complicidades humanas, “demasiado humanas”, que dijera Nietzsche. De ahí que, más que milagro, quepa hablar de prodigio; un prodigio con nombre y apellidos: Josep Barcons Palau, ideólogo, impulsor y oficiante de este aventurado y chispeante proyecto musical. Un emprendedor cultural con la capacidad, la tenacidad y las complicidades necesarias para llevar adelante aquellos proyectos que desde las poltronas urbanas de la gestión pública aún no alcanzan ni a avistar.
Si nacer es un prodigio, alcanzar la edad adulta no lo es menos. España cuenta con reputadas formaciones historicistas, como lo son El Ayre español, la Orquesta Barroca de Sevilla, La Grande Chapelle o El Concierto Español, entre otras muchas de fugaz existencia. En Cataluña, los conjuntos de Jordi Savall han alcanzado una proyección internacional sin parangón, aunque a su sombra, en tiempos recientes, también han logrado emerger algunas formaciones con cierto éxito, como la orquesta barroca Vespres d’Arnadí. Queda por ver si el nuevo parto gestado por De la Rubia y Barcons logra emprender su propia andadura. Por el momento, su partida de nacimiento no podía ser más halagüeña.
__________