Doce Notas

¿A QUÉ ESPERAN, AL SIGLO XXII?

editorial  ¿A QUÉ ESPERAN, AL SIGLO XXII?

Gerard Mortier (Foto: © Javier del Real. Cortesía Teatro Real de Madrid)

Podríamos hablar de la consolidación de temporadas como la del CDMC en el Museo Reina Sofía (un fenómeno social que si tuviéramos una prensa menos cateta llamaría la atención). El festival Nous Sons de Barcelona, las ya veteranas temporadas de Sevilla y Granada o la temporada madrileña de musicadhoy felizmente extendida a La Casa Encendida (todo ello suele comenzar en estas fechas que cubrimos).

También podríamos citar como síntoma que las programaciones más clásicas, y que por su carácter privado y altos costos no suelen correr riesgos, ya cuentan como algo normal los viejos diablos de Schoenberg o Berg (Ibermúsica). O las ejemplares Cartas blancas de la ONE, o la encomiable labor de la ORCAM, etc. Incluso los imparables estrenos que caen por estas fechas dentro de programas genéricamente clásicos, como el encargo a Sofía Martínez en el ciclo Liceo de Cámara o el realizado a Jonathan Harvey en la Semana de Música Religiosa de Cuenca.

Pero, quizá, el debate más “mediático” que implica a lo contemporáneo venga de la actualidad del Teatro Real de Madrid. El rutilante fichaje de Gerard Mortier como futuro responsable artístico ha removido las aguas y el sector más casposo retiene la respiración. El “enfant terrible” de la gestión operística mundial ha dejado caer que un tercio de la programación debe ser contemporánea. Por su parte, el Presidente del Patronato del Teatro, Gregorio Marañón, quien ha decidido no dejar tiempos muertos hasta la llegada del belga, ha salido a la palestra y, sobre esto, asegura que el Teatro Real ya cumple con esos porcentajes. Tendría razón Marañón si “contemporáneo” lo asimilamos a siglo XX y a repertorio infrecuente. De hecho, el Teatro Real puede sentirse muy orgulloso de una programación en la que se han normalizado corpus como los de Janácek o el espléndido Stravinsky del pasado mes. Tampoco sabemos qué quiere decir Mortier con esa expresión tan ambigua que parece designar a casi un siglo, como es “contemporánea”. Pero no nos caigamos del guindo, el Teatro Real ha mantenido un comportamiento autista frente a la creación más reciente (y, por supuesto, los demás del territorio español y en peor medida). El susto de Sánchez-Verdú lo han pasado como de puntillas; el próximo estreno de Leonardo Balada muestra una falta de criterio que, afortunadamente para los actuales responsables, es imputable a anteriores equipos y el futuro está en blanco. Y eso en lo que respecta a autores españoles, porque de los creadores internacionales realmente de hoy comprometidos con la ópera (Saariaho, Dusapin, Eötvos, Manoury…) ni se les espera. Y mientras tanto, cuatro generaciones de creadores españoles andan a la espera o buscan el modo de hacerse notar en este campo tan movedizo. Y algunos de ellos son realmente importantes y con óperas hechas y estrenadas allende nuestras lindes fronterizas, casi siempre en suelos germánicos. Y no es uno solo, no piensen mal, hablamos de nombres como Cristóbal Halffter, por supuesto, pero también de Agustín Charles, Elena Mendoza, María de Alvear o Héctor Parra. Y entre los que no la tienen estrenada, o lo han hecho en espacios alternativos, pero esperan la oportunidad y están en línea de salida ya hablaríamos de docenas y todos buenos si se sabe elegir. ¿A qué esperan, al siglo XXII?

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