Doce Notas

Metamorfosis otoñal “Made in Britain”

cdsdvds  Metamorfosis otoñal “Made in Britain”La Kammerphilharmonie Metamorphosen Berlin, dirigida por el violonchelista Wolfgang Emanuel Schmidt, saca al mercado su nuevo disco titulado Very British, con música para cuerda de ilustres compositores británicos como Elgar, Britten, Warlock y Jenkins. El conjunto alemán, con Indira Koch como concertino, nos ofrece su lectura del repertorio romántico inglés para orquesta de cuerda en este tercer disco grabado en el conocido Teldex Studio de Berlín, tras el aplauso unánime de la crítica especializada por sus anteriores grabaciones.

El conjunto, fundado en 2010 por el violonchelista y director de orquesta Wolfgang Emanuel Schmidt (discípulo de Rostropovich y Profesor de violonchelo en la Hochschule für Musik “Franz Liszt” de Weimar y la Universität der Künste de Berlin), y la violinista Indira Koch (discípula de Menuhin y concertino desde 1999 de la Deutsche Oper Berlin), tiene su sede en la capital alemana, y está formado por destacados músicos de cámara, los primeros atriles de destacadas orquestas sinfónicas alemanas, y primeros premios de concursos internacionales, como el Concurso Tchaikovsky de Moscú, el Concurso Internacional Lutoslawski de Varsovia y el Concurso Queen Elizabeth de Bruselas.

Esta continuación de una ya exitosa serie de grabaciones se concibe como un concierto clásico, comenzando con una “obertura” seguida de una secuencia de piezas para solistas, dos breves obras sinfónicas y un entusiasta bis. El director incluye en este disco sus propias transcripciones para violonchelo -al igual que en sus anteriores trabajos discográficos con esta misma agrupación-. Lo novedoso en esta ocasión es que presenta en primicia su adaptación para violonchelo a modo de suite de 9 piezas de Elgar, exhibiendo así su habitual virtuosismo y una musicalidad innegable.

El álbum comienza con la Serenata para Cuerdas, Op. 20 de Edward Elgar (1857-1934). En su versión original se titulaban “Canción de primavera”, “Elegía” y Final”, tres títulos que fueron descartados cuando se interpretaron juntos como Serenata para Cuerdas, Op. 20 en 1892. El Allegro piacevole de apertura es de carácter pastoral, mientras que el lento segundo movimiento tiene todas las características de una elegía y el final jovial Allegretto nos ofrece una perspectiva optimista sobre la futura carrera de Elgar como el compositor favorito de su país. La interpretación de la orquesta en esta primera pieza propicia que veamos cómo Elgar se revela como un maestro de la intensidad emocional con una marcada predilección por los temas espaciosos, cuyas líneas desarrolla de manera magistral. Llamó a estos tres movimientos «pequeñas melodías», un ejemplo sorprendente de subestimación. El sentido especial de Elgar por las sonoridades sensuales y los cambios bruscos de humor queda completamente desarrollado aquí.

Las 9 Piezas para Cello y Cuerdas juegan un papel realmente importante. La mayoría de las piezas, que han sido arregladas para violonchelo solo por el propio Schmidt, datan de finales de la década de 1880 y originalmente estaban destinadas al violín o -en forma de “Canciones Sin Palabras”- para piano. Muchas también estaban dedicadas a la que más tarde sería esposa de Elgar. Pueden considerarse, en cierto modo, como «cuentos» cuyo contenido, asociaciones y emociones están diseñadas para ser accesibles de manera instantánea. Las cuerdas nos presentan sus suntuosas melodías, totalmente dentro del espíritu de la época, e insinúan repetidamente la majestuosa nobleza que caracteriza a su compositor, un caballero inglés por excelencia que fue nombrado caballero en 1904.

La Sinfonía Simple, Op.4, de Benjamin Britten (1913-1976), es una de sus pocas obras puramente orquestales dentro de una extensa producción. En realidad, es una pieza de estudiante, terminada como estaba en 1934, el año de la muerte de Elgar. Britten, al que su madre le llamaba «cuarto B» (los otros eran Bach, Beethoven y Brahms), había comenzado a escribir piezas cortas cuando solo tenía ocho años. Diez años después, se basó en este material de su infancia para su Sinfonía Simple, dedicada a su profesora de viola Audrey Alston. La sinfonía está basada en ocho temas de su infancia -dos por movimiento- que le gustaban especialmente.

La Boisterous Bourrée está hecha en forma de sonata de primer movimiento y combina en un elaborado doble contrapunto un tema de la Primera Suite para piano -que compuso a sus 13 años- con el de una canción, también suya, de cuando tenía 10. El Playful Pizzicato es un scherzo descarado, con una melodía que salta, y acentos fuertes. Además, es una de las piezas más conocidas de Britten. El Sentimental Saraband, se vale de un ritmo de baile francés impregnado de una melodía quejumbrosa, de apariencia modal, que parece funcionar como un coral. Por su parte, el Frolicsome Finale, con un carácter fluido y enérgico, se basa en una sonata de piano de estilo folclórico que data de 1926.

Escrita solo ocho años antes de la Sinfonía Simple de Britten, la Capriol Suite, de Peter Warlock (1894-1930), demuestra el entusiasmo del compositor por la Edad de Oro de la reina Isabel I, cosa que probablemente explica las audiblemente presentes reminiscencias de las danzas isabelinas en la suite, escrita originalmente para dos pianos. Estas seis miniaturas describen escenas históricas de pueblos y, aunque duran solo diez minutos en total, logran capturar el estado de ánimo y el estilo de cada movimiento de baile. Deducimos que a Warlock le gusta crear texturas de contrapunto al mismo tiempo que enfatiza las posibilidades rítmicas y percusivas de las cuerdas. La suite culmina en el movimiento final, Mattachins, basada en una danza de espadas realizada por hombres cuyas armas chocan repetidamente.

El álbum llega a su fin con Palladio, de Karl Jenkins – activo como oboísta, teclista, creador de jingles publicitarios, artista pop y compositor clásico-. Realmente, es un homenaje al arquitecto renacentista italiano del mismo nombre. Escrito originalmente en 1993 como un jingle publicitario de diamantes, fue adaptado para cuerdas. En 1996 Jenkins lo convirtió en un concerto grosso de tres movimientos, aunque solo el primero se ha vuelto relativamente conocido, cosa comprensible después de escuchar el brío rítmico con que lo interpreta el conjunto. Con su capacidad para transportarnos a la noche tarareando sus melodías, puede servir para demostrar que el público de la Europa continental todavía tiene mucho por descubrir en el campo de la música británica.

La magnífica idea de plantear el disco como si de un concierto clásico se tratara -con su habitual estructura: obertura, obra con solista, obra principal de la velada, obra llamativa para acabar y una virtuosa propina para finalizar- ha logrado que la Metamorphosen Berlin, con una interpretación clara, brillante y pura, nos traslade a las delikatessen musicales de los salones de la Gran Bretaña del siglo XX.

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