Igor Stravinsky tiene un cómodo lugar en el altar de los músicos del canon de la clásica, a pesar de lo arriesgado de sus propuestas y lo diversas que estás fueron a lo largo de su carrera como compositor. Y si hay una etapa que marcó definitivamente su imagen fue el de las producciones con Diaghilev, donde La Consagración de la primavera, ocupa un sitio especial, no solo por el escándalo que supuso que con las décadas mutó a un encumbramiento de la obra, sino por la gran influencia que tuvo entre los compositores que, queriendo alejarse de la tonalidad, tampoco encontraron una solución en las técnicas dodecafónicas.
Otra figura musical preminente del pasado siglo XX es Leonard Bernstein. Director y compositor, encarnaba el modelo de “maestro” de la pasada centuria: un carácter severo, un talento musical que se evidenciaba –equívocamente- en su oído absoluto y ambas circunstancias convenientemente inmortalizadas en el célebre video del montaje, junto a José Carreras y Kiri Te Kanawa, de West Side Story, salida de su pluma, desde luego.
Ahora bien, el alto nivel del señor Bernstein como maestro, es innegable, como lo es la importancia de Stravinsky, sobre todo por lo que su originalidad llego a influir, pero, en una época en el que el rol del director de orquesta está en seria revisión, ¿por qué un álbum dedicado a este director? ¿por qué otro? Sony Classical nos ofrece un cofre donde podemos escuchar el buen hacer del estadounidense, sirviéndose para ello de una muestra representativa del Stravinsky más sonado, quizás el más mainstream.
Un relato histórico no se perpetua en la memoria de manera pasiva, no efectivamente, hacen falta conmemoraciones que perpetúen el relato. Las peregrinaciones a las tumbas de los reyes Alfonso VIII y Leonor Plantagenet, con su consecuente beneficio espiritual, actuaban como mecanismo para perpetuar en la memoria colectiva esa imagen regia y el relato construido alrededor. De la misma manera –y la historia está llena de casos análogos-, los cofres recopilaciones de Maria Callas, en constante reedición, así como este cofre dedicado al maestro Bernstein, hacen que siga viva en la memoria colectiva de todos lo que habitan este espacio cultural que llamamos música clásica, la imagen de Bernstein, si no un genio, rozando esa consagración, a la vez que paradigma de “maestro”.
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