Doce Notas

Plateas cohibidas, aplausos con sordina

notas al reverso  Plateas cohibidas, aplausos con sordina

Muzyka w Starym Krakowie XLVI (Música en la vieja Cracovia)

Agosto, más que julio, es el mes de los festivales de verano por excelencia. Proms, Salzburgo, Bayreuth, Edimburgo…Así deshoja el mes sus últimos días todos ellos pliegan velas, también se apilan las hamacas en el Báltico y Varsovia se reactiva para la vida capitalina reivindicando su protagonismo musical.

En sus 17 años de existencia el festival Chopin i jego Europa (14-31 de agosto) se ha consolidado como uno de los festivales más exquisitos del panorama europeo. La emisora nacional dwójka retransmite buena parte de los conciertos programados en riguroso directo y transmite en riguroso streaming la totalidad de ellos. Un auténtico lujo poder entrar virtualmente a diario en la Sala Sinfónica de la Filharmonia Narodowa a coste cero. Debido a su relativa juventud no han parasitado en él las ínfulas elitistas de algunas de las citas previamente mentadas. Pero aquí no queremos hablar de Chopin i jego Europa, al que proyección no le falta, sino de un festival más modesto, más vetusto, más familiar.

Como cada año dedicamos unos párrafos en Notas al reverso al Festiwał Muzyka w Starym Krakowie, que este año ha alcanzado su 46ª edición. Del 15 al 31 de agosto, un concierto diario en un entorno distinto del casco antiguo de Cracovia. Música y patrimonio artístico arquitectónico de la mano a unos precios muy asequibles. Este año, como el anterior, se ha tratado de nadar y guardar la ropa anteponiendo los solistas consagrados locales a los nombres de relumbrón. En su inmensa mayoría intérpretes polacos y ucranianos ante el eventual riesgo de cancelaciones de última incidencia.

Y no obstante, entre los 17 conciertos, algunos programas ciertamente interesantes como el que protagonizó el Książek piano dúo, compuesto por e Krzysztof Książek y Agnieszka Zahaczewska- Książek. A través de siete compositores de los más dispares, el matrimonio musical, hizo un repaso cronológico de la literatura para piano a cuatro manos desde sus orígenes. El recital se inició con la Sonata en Si mayor op.16 de Józef Elsner (1769-1854), el célebre profesor de piano de Fryderyk Chopin, y concluyó con las famosas Variaciones sobre un tema de Paganini de Witold Lutosławski (1913-1994), compendiando así dos siglos de música y alternando repertorio a cuatro manos para un piano, con obras escritas ad hoc para dos pianos.

A este segundo grupo se adscribe la Suite op. 5 número 1, de Sergei Rachmaninov, obra en la que ambos solistas conciliaron en su justa proporción virtuosismo, profundidad, compenetración e intensidad. Exigente a la vez que arrebatadora la obra del compositor ruso se estructura en cuatro movimientos y, lejos de ser un pasatiempo gratuito de escalas endiabladas, encierra pasajes de bello lirismo y ensoñación como sugieren los apelativos de los mismos: Barcarole, La nuit…l’amor, Les alarmes y Pâques. El cuarto y último movimiento irradia una mística contagiosa desde su primer compás. La reincidente imitación del redoble de campanas exhala Resurrección en cada repicar, la llamada al servicio religioso no ceja, se envalentona, columpia e infunde entusiasmo a la feligresía. Los Książek lograron por unos minutos concitar a fieles e infieles, fuera y dentro de los confines de la madre Rusia, a la Pascua ortodoxa transportados por la hipnótica reverberación los dos Steinways a vientre descubierto, desatados, tocando a rebato.

El concierto, que tuvo lugar en el salón de actos de la Akademia Muzyczna de Cracovia, incluyó asimismo obras de Roman Maciejewski, Anton Arenski, Ignacy Friedman (sus deliciosos Cinco Vales op.5) y Maurycy Moszkowski. En la misma edición del 46º festival se pudo escuchar a las formaciones corales Królewscy Rorantyści y el Octava Ensemble.

Música Divina 2021: Iosquinus

Josquin Des Prez (1450-1521) ha resucitado este 2021 de los libros de Historia de la Música para subirse a los escenarios. Lo que tienen las efemérides, ¿cuántos mortales se permiten celebrar el 500 aniversario de su muerte y reivindicar a la vez su vigencia? El célebre compositor francés ha copado los cinco conciertos del Música Divina 2021, el festival de música sacra con que Cracovia estrena el mes de agosto.

En el tercero de los conciertos pudimos escuchar la formación argentina Armonía Concertada, que lidera la excelsa soprano María Cristina Kiehr, junto al vihuelista y laudista Ariel Abramovich y el vocalista Jonatan Alvarado. La cita tuvo lugar en la Iglesia de la Transfiguración del Señor el pasado 5 de agosto bajo un intenso aguacero, para el que incluso los sólidos muros de la imponente basílica barroca resultaron insuficiente precinto acústico. La música de Des Prez alternó con la de algunos coetáneos suyos, entre los que no faltaron compositores ibéricos como Luís de Narváez. La voz de Kiehr rivalizó con los vívidos frescos, se diría recién pintados, de la bóveda, brillando con luz propia sobre la penumbra de la bancada, evanesciendo la lluvia.

La solista argentina, habitual en formaciones historicistas -se la ha podido escuchar a las órdenes de Harnoncourt, Brüggen, Savall, Herreweghe, Jacobs o Banchini-, debutaba en el festival y, a juzgar por su soberbia actuación, es probable que no sea ésta su última incursión en la cita cracoviense. Kiehr exprimió y trascendió todo el lirismo que encierra la música del misterioso Josquin, elevándose más allá del tañido de Abramovich. Mientras las notas del laúd o de la vihuela se deslizaban con sumo mimo y esmero, la voz tomaba impulso a partir del interludio instrumental y se proyectaba hacia las alturas, con una transparencia y una ligereza inhabitual. Sin escatimar armónico alguno, en plena comunión i complicidad con la acústica que la rodeaba. Espiritualidad e intimismo, qué duda cabe, pero también deleite y expresión jubilosa en la dicción. Anulando las etiquetas de profano y sacro, de instrumental y vocal, categorías que Josquin probablemente nunca disoció del todo.

Centenario de Stanisław Lem a ritmo de Gustav Holst

En lo literario Cracovia tampoco tiene nada que envidiar a muchas otras urbes europeas. Por un motivo o por otro, siempre hay algún escritor local o adoptivo al que homenajear. Este año le llega el turno a Stanisław Lem (1921-2006), con motivo del centenario de su nacimiento. Lem es sin duda uno de los nombres imprescindibles de la literatura de ciencia ficción, a la altura estratosférica de los más grandes como Asimov, Clarke o Bradbury, y Cracovia, ciudad a la que se trasladó en 1946 al término de la II Guerra Mundial, se ha volcado en rememorar a unos de sus escritores más icónicos.

Entre los actos del año Lem de este verano resaltamos la maravillosa propuesta que reunió el 15 de julio en el Centrum Kongresowe ICE Krakóv a la Sinfonietta Cracovia, el coro de la Opera Krakowska y al director Jurek Dybał. Cualquier excusa es buena para escuchar de nuevo en directo la monumental suite sinfónica The Planets de Gustav Holst y que mejor ocasión para orbitar más allá de La Tierra que la literatura de Stanisław Lem como pretexto. El programa cósmico estuvo precedido por De natura sonoris I de Krzysztof Penderecki y la proyección del film Maska de Stephan y Timothy Quay. Tras sendos prolegómenos satelitales, escuchamos acto seguido en orden de proximidad-lejanía: Mercurio, Marte, Venus, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Simultáneamente los oyentes-espectadores podían gozar de bellas imágenes de cada uno de los siete astros al compás de la inefable, mágica, ardiente y mística música de Holst. El ICE se convirtió por espacio de una hora en un inmenso planisferio improvisado. Cuando el transbordador ICE anunciaba ya su alunizaje de nuevo a orillas del Vístula, los instrumentos enmudecieron lánguidamente y acto seguido lo hicieron igualmente las voces. Los coristas, agazapados hasta entonces, camuflados en el anfiteatro superior, enunciaron sus últimos compases rotando lentamente la espalda hacia el público para hacer aún más paulatino ese atenuando vocal, esa sensación de lejanía que transmite todo sonido que se apaga a ralentí. Un sutil y delicado final vocal en pianísimo para cerrar una obra orquestal supersónica donde las haya.

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Nada descubrimos al desvelar que entre los asistentes a los conciertos filarmónicos se prodiga desde siempre la hoy rebautizada como población de riesgo. En eso, no se observan cambios ostensibles entre las audiencias de antes y el después. La mascarilla se ha impuesto como un complemento más del atrezo. Eso sí, cada vez rechinan menos los envoltorios mentolados y a ver quién osa toser entre movimiento a movimiento en los tiempos que corren. Tras décadas de prédicas en balde, el virus ha obrado el milagro: la carraspera se ha esfumado.

Otro de los efectos colaterales de este retorno a las salas de concierto, profilaxis mediante, es la relativa tibieza de los aplausos. Tras el entusiasmo comprensible de los primeros conciertos en directo hará un año, parece que el público de la era post-covid no está por la labor de aplaudir más de lo estrictamente necesario. Esa es la sensación que me transmiten algunos de los conciertos escuchados in situ o in site. Hemos perdido algo de ímpetu, punch y reprise en la ovación final. Quizás tenga culpa de ello, la limitación de aforo que aminora la sensación colectiva del aplauso final y por ello nadie se atreve a propasarse en aplausos, si la ovación cerrada no da pie a ello. Tampoco ayuda el hecho de que expeler un bravo o brava con la mascarilla adosada a la cara tiene algo de macarra. ¿Y qué diantre? Quién más quien menos está deseando desprenderse de ese elástico que desde hace hora y media no deja de castigarle el repliegue de la oreja.

Resumiendo, hay que empezar a practicar el arte de la palma y recuperar el hooliganismo del aplauso final (sobre todo los sureños, al que éramos tan dados) y no dejarse achantar ni por los rostros quirúrgicos que nos rodean ni por las prescritas vacantes del patio de butacas. Libere su catarsis, sobre la intensidad de los aplausos no constan aún restricciones que se sepa.

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