La escritura de Pisendel tiene esa tendencia al gusto por las texturas contrapuntísticas muy diseminado en el entorno germánico de la época. Sin embargo, no encontramos en estas sonatas el horror vacui de las texturas y diseños para las líneas melódicas de Bach, quien, aunque elevado por la historiografía a un cuestionable sumo altar de genialidad musical, ya desde los años en los que él mismo hacía sonar sus obras fue criticado por tal abigarramiento.
Pero hablemos de la performance. El violín solista, salvo algunas imprecisiones, exhibe con buen gusto no solo los movimientos lentos de las sonatas, sino también con exuberancia aquellos destinados al lucimiento.
El continuo es discreto y correcto, pero quizás se echa de menos algo de creatividad para sus propuestas.
Hablando de los casos concretos, la sonata en mi menor para violín y continuo es sin duda la mejor interpretación de esta producción, con una intervención del violín atenta al detalle. La siguiente pieza se expone correctamente, pero no se percibe en ella la varietas que uno esperaría o el contraste típico del Barroco, aunque no sabemos si esto es intencional.
Lo que sucede a las dos anteriores obras es una sonata anónima para clave solo, también de cuatro movimientos, perteneciente al archivo personal de Pisendel. Aunque en una escucha que obedezca el orden de las pistas propuestos en el CD esta se antoja a priori como un respiro a la uniformidad formal de las sonatas del autor principal de esta producción, la obra no llega a proponer otro “momento sonoro”, percibiéndose solo como una continuación de las intervenciones que, a este punto, ya se antojan predecibles hasta un cierto punto.
Los ocho últimos tracks los comparten la sonata en la menor y la –otra– sonata en Sol mayor. La primera de ellas es sin duda la que concentra más momentos virtuosos, pero no podemos negar que se ejecutan en el límite y la sensación general que se transmite en estos es de poca claridad en la ejecución, aunque ello no termina desluciendo resultado total de la obra, que funciona bien. En la última sonata de la producción se repite el problema en la interpretación del violín.
En conclusión, aunque parece un aparador de piezas musicales, más que un paisaje de experiencias sonoras que se van desplegando “ante nuestros ojos”, el buen gusto es innegable y esperamos que esta producción sirva de aliciente no solo para la recuperación de obras (ya basta de Beethoven, por favor) sino de relecturas de otras piezas y autores no tan visitados como quien fuera concertino de la orquesta de la corte real de Dresde.
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