Doce Notas

Standards bajo tierra, Cracovia receta jazz con mascarilla

Allí se foguearon muchos artistas iconoclastas de la posguerra y forjaron su mito algunos pioneros del jazz polaco. Emplazado en el extremo diametralmente opuesto de la basílica Mariacka -donde priman la verticalidad y el puntual trompeteo del hejnał en lo alto del torreón- aquí los peldaños nos guían, por el contrario, hacia el inframundo. Mientras unos comulgan con Dios otros experimentan en el subsuelo del Rynek (Plaza Mayor) con la alquimia sonora.

A esta célebre piwnica esquinera debe en buena parte su existencia el Summer Jazz Festival Kraków, que en el año 0 de la era Covid tampoco quiso renunciar a sus bodas de plata. Del 3 de julio al 15 de agosto, una decena de escenarios, casi 100 conciertos y miles de mascarillas. Ante todo, primando el producto local como debiera ser, pero sin renunciar a algunos big names. Nigel Kenedy (cracoviano adoptivo) y Billy Cobham, amén de Adam Makowicz, Leszek Mozdzer o Urszula Dudziak, imprescindibles de la escena centroeuropea, entre sus principales reclamos.

La excepcional vocalista Aga Zaryan y el talentoso guitarrista Szymon Mika se encargaron de abrir la 25ª edición. No fue en la piwnica, sino en el patio interior, nad baranami para ser rigurosos con la sintaxis polaca. Un aforo reducido, una cuidada selección de standards y alguna canción de salón polaca, de esas que saben a café con pastas.

El formato guitarra y voz no es el más prodigado en el gremio jazzístico y puestos a pensar quizás resulte mucho más íntimo y compensado que la dupla piano y micro. Zaryan goza de una voz exquisita tanto para ceñirse a la partitura como para dejarse llevar por los siempre impredecibles vericuetos del scatting. Mika se amolda también como un guante a las acometidas de Zaryan, al mismo tiempo que el solo se vale para crear la atmósfera, sin que uno eche en falta sección rítmica alguna.

Primer concierto para ambos músicos después de tres meses de enclaustramiento. Suenan entre otros The man I love de Ira & George Gershwin y I love her, de Lenon & McCartney, alguna irrupción en el repertorio nacional, que la mitad del aforo recibe con sonrisas cómplices y conatos de aplauso. Desamor y amor se confunden en la voz de la cantante. A saber, cuál prefiere la artista. A su vera, guardando el 1’50 preceptivo, el guitarrista, ausente y presente a la vez, desliza sus dedos, ajeno al entorno. Súbito cambio de acorde, endiablado e inverosímil cruce de falanges (fricción del traste incluida), que suena a dulce cacofonía, como en toda buena bossa nova, como todo buen blues que se precie.

El Rynek de Cracovia es también un cuadrilátero de jazz. Bajo su epidermis pétrea se disponen cuatro sótanos estratégicos donde el beat afroamericano palpita cada noche durante los 365 días del año. A pocos metros de Pod Baranami, los peldaños nos llevan al Harris Piano Jazz Bar. Algo más decantado, ya en la calle Szewska, el Piec Art Acoustic Jazz Club; más recóndito en Floriańska el club U Muniak, recuerda al célebre saxofonista local Janusz Muniak.

Pasquale Stafana-Gianni Iorio

En estas, quién sabe si antaño mazmorras, pudimos escuchar también al dúo italiano Pasquale Stafana-Gianni Iorio (23.07) en un bello duelo badoneón-piano, a Marek Bałata & Dominik Wania (23.07) fantaseando con las posibilidades vocales y del scat singing y al saxofonista Andrzej Olejniczak, vizcaíno de adopción, formando junto al Dominika Wania Trio.

Możdżer & Makowicz, mano a mano M&M (15.08)

Adam Makowicz. Foto: Marta Lara

Adam Makowicz, el ya octogeniario pianista polaco, toda una institución en el panorama jazzístico de su Polona natal y su Canadá adoptivo, viajó a Cracovia para clausurar el festival, anticipándose algunos días a su 80º aniversario. Tras meses de clausura el ICE Centrum Congresowe abrió sus puertas, con las limitaciones de rigor. La ocasión bien lo merecía porque ejercía de maestro de ceremonias, Leszek Możdżer unos de los pianistas imprescindibles del jazz contemporáneo europeo, por no decir planetario, por poco conocido que siga siendo en España.

Możdżer encarna el virtuosismo, el arrebato, la incontinencia improvisatoria. Con su lacio cabello y su andar erecto, desafiante se diría (acostumbra a tocar descalzo, como fue la ocasión), uno no puede dejar de pensar en Franz Liszt cuando lo ve reclinarse en el teclado y arrojar la melena sobre el eje de abcisas. Acróbata y creador a la vez, desbordante. Su intervención no dejó de incluir una versión muy libre de un nocturno de Chopin y un homenaje póstumo a la recientemente fallecida Ewa Demarczyk, conocida como la Edith Piaf polaca, con una intensa, inflamada versión de su Grande Valse Brillante.

De la hormona jazzística a la quintaesencia del swing y los standards entreguerras. Dos generaciones separan a Możdżer y Makowicz, pero con todo, ambos hablan un mismo idioma: el de la música no escrita. Ninguna partitura sobre el atril. Las notas en la cabeza y sobre todo en el devenir del instante. Y eso que Makowicz recibió al público con la Humoreske, de Antonin Dvořák. El fraseo, su seña de identidad, tan genuino, tan irrebatible, tan sugestivamente convincente que, por momentos, uno pensaría que no existe otra forma de interpretar la joya del compositor checo de como se le antojó a Makowicz. Y es que visto lo visto, oído lo oído, se la podría considerar un standard más (“obra de inspiración popular que sobrevive a los tiempos”, como dejo dicho alguien).

Wenn I fall in love, Get happy, Caravan o Body & Soul son, por citar algunos, los temas que siguieron. Makowicz haciendo gala de su exquisito sentido de la improvisación con solo repensar el adn rítmico y dejar a su libre merced ambas manos. Confiándose a la intuición del jazzista consumado, sabedor de que cuando la mano derecha se lanza a reformular el tema saldrá victoriosa gracias al swing, la cara oculta del metrónomo. Ante todo, un artesano de la improvisación, por contradictorios y excluyentes que puedan sonar ambos términos.

Możdżer, atento y al quite cuando la ocasión lo pedía, se centró en cimentar la estructura armónica la mayor de las veces, sin perder de oído a su veterano mentor. El joven pianista es un torrente desbordante de ideas, un ser pensante con piano incorporado.

Por momentos se ceden el tema, el traspase del testigo sutil y casi inadvertido en ocasiones. Hasta que uno llega a desentrañar quien de verdad lleva la voz cantante pueden pasar varios compases. Así transcurres este duelo amigable a cuatro manos por período de media hora, cuarenta minutos. ¿Quién sabe? Makowicz & Możdżer, mano a mano, Los Fabulosos M&M boys. El mayor mérito de un concierto de estas características consiste en sentar dos gallos de pelea sobre el mismo escenario y que, en lugar de reñir y rivalizar, opten por cultivar la armonía en el sentido más literal y musical del término.

Leszek Mozdzer Foto: Marta Lara

45ª Música en la Vieja Cracovia (15.08-31.08)

Contra pronóstico y a pesar de las limitaciones sanitarias tampoco faltó a su cita anual el festival Música en la Vieja Cracovia (Muzyka w starym Krakowie). El mismo día que M&M despedían el Summer Jazz Festival de Cracovia, la Orquestra Akademia Beethovenowska abría la cita clásica, con un homenaje póstumo al maestro Penderecki, fallecido la pasada primavera.

Bien es cierto que, con un formato más bien local, la organización de Muzyka w Starym Krakowie ha logrado programar 17 conciertos en una quincena de escenarios diferentes, que incluyen algunas de las iglesias más emblemáticas del casco viejo cracoviano y la Sinagoga Tempel, en pleno barrio de Kazimierz. En su mayoría, conciertos de cámara y se diría con un aforo también más camerístico de lo habitual.

A los nombres ya imprescindibles Elzbieta Stefańska, Andrzej Białko o Krzysztof Jakowicz, cabe sumar la presencia del joven pianista Krzysztof Książek, al que la pandemia probablemente ha retenido este verano en su Cracovia natal. Otro concierto a destacar el que D. Stabrawa (violín), I Miecznikowski(viola) y E. Miecznikowska (violonchelo) interpretaron en el claustro franciscano de la ciudad. En el programa dos célebres tríos de cuerda de Mozart y Schubert.

La excepcionalidad estival ha servido a muchos festivales, y Cracovia no ha sido excepción, para explorar repertorios y sorprender con formatos no muy recurrentes. Sirva de ejemplo el programa que Łukasz Długosz (flauta), Agata Kielar-Długosz (flauta) z Marek Toporowski diseñaron con obras de Delibes, Mozart y compositores menos conocidos como Elsner o Doppler.

En otro claustro, el de Salwator, extramuros, lindando ya con el río Vístula, Rafal Gorczyński (viola de gamba), Klaudia Rogała y Zofial Satała (clavecín) depuraron el barroco más bien contenido de las sonatas de Haendel, DuBuisson y Bach con la profusa decoración rococó de este apartado templo. Y es que, en lo que a número de capillas y criptas (católicas o laicas) respecta, pocas ciudades pueden competir con la Vieja Cracovia.

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