Doce Notas

El Sigfrido alegre

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Nos preguntábamos hace tiempo cuándo iba a dejar este ritmo de conciertos que le forzaba, de vez en cuando, a cancelarlos o a no darlo todo en ellos como en sus mejores momentos. Momentos que, sin duda, sigue teniendo, a juzgar por las opiniones de crítica y público a lo largo y ancho del mundo. Y la fama hace mucho, desde luego, pero no dura eternamente sin motivo; y por mucha presencia que se tenga -y él la tiene-, no es por ellas que llena escenarios y los enardece cada vez que se encuentra en plena forma.

Se cambia con la edad, (acaba de cumplir unos espléndidos 50 años), pero lo que más cambia en un cantante es su voz. Y a este cambio hay que adaptarse o aprender a hacerlo para poder seguir.

La cuestión es que, entre esta y otras decisiones más dramáticas, lleva grabando discos de recopilaciones más o menos fáciles desde hace varias temporadas. Y ya tocaba imperiosamente la imperial ciudad de Viena, cargada de historia musical. A la que también le debía su tributo.

Al principio del disco parece que éste va a ser una sucesión pesada pero lacónica de piezas en ritmo de vals, una tras otra. Pero (aunque prácticamente todo él está en ritmo de 1-2-3… ya saben; o de polka) a medida que se vierten los sonidos en la memoria la opinión se nos conmueve. La música de la capital nostálgica musical de Europa da para mucho más que conciertos de Año Nuevo. Los vieneses se han divertido siempre con música; y se han entretenido y cantado y llorado y paseado y enamorado con ella: música para todo y para todos. Y eso son muchos estados de ánimo diferentes y muchos momentos distintos de su historia.

La selección recorre canciones como “Wiener Blut”, el dúo “Sangre vienesa” de la opereta del mismo título, de J. Strauss hijo, hasta “Der Tod, das muss ein Wiener sein” (“La muerte debe ser una vienesa”), del comediante Georg Kreisler, pasando por títulos archiconocidos por todos los austriacos. Desde piezas del s. XIX de la opereta o la canción ligera, hasta tonadas de cabaret y musical de los años 40 o los 60 del s. XX.

Se ha escogido a la soprano estadounidense Rachel Willis-Sørensen para los dúos y está sencillamente perfecta: cálida en su tono, fría en su técnica y comedida en su expresión, como requiere su papel aquí; no se permite un desliz de ningún tipo, lo que la hace brillar más aún. Es la elección idónea para hacer de partenaire del cantante, por su carácter, tesitura y timbre sorprendentemente compatible, digamos amalgamable, con el de él.

Pero hablemos del hombre trajeado sobre fondo blanco que aparece en la portada. Nuestro querido Kaufmann está aquí fuera de su estilo. Por tesitura, por técnica, por carácter. Le encontramos más grave de lo que es habitual, con timbre de barítono cantando en su registro, cómodo. Observamos que su técnica no es la de siempre y, transitando peliagudamente ámbitos que no le son propios, nos ofrece sorpresas variadas. Por otro lado, no le va demasiado el papel de personaje bufo, que algunas canciones requieren.

En varias de las primeras canciones dedicadas a las bellezas de Viena exhibe una extraña falta de coherencia en estos sentidos. Como un Papageno que busca el Santo Grial, como un Parsifal emplumado, en algunas de ellas (Heut ist der schönste Tag) no consigue el punto ridículo o, incluso, hortera (Im Prater blüh‘n wieder die Bäume) necesario ara algunas de las piezas.

Vamos avanzando, como decíamos, y con la opereta cambian todo a mejor: nos va engatusando. Los textos musicales empiezan a parecerse a los que él está acostumbrado a manejar -combatiendo en posición de igualdad contra la orquesta- y, además, algunos de ellos encajan a la perfección con sus cualidades vocales: las melodías en su tesitura de legato más cómodo (Komm in die Gondel), la exhibición de sus diferentes registros, su musicalidad para desvelar composiciones más dramáticas (Zwei Märchenaugen) … “Cantar con la Filarmónica de Viena es un sueño”, dice Kaufmann en el vídeo promocional. Y, verdaderamente lo vemos en esta última pieza. Tiene también algo de cuento, esta voz que canta para nosotros en nuestra propia casa hablando de unos ojos encantadores… Nos recuerda a esa época de los gramófonos, de los años 30 o 40 del pasado, en que la vida se hacía más bella escuchando… Se debió hacer mucho en Viena. Y también cantar en los cafés: en In einem kleinen Café in Hernals ofrece una sencillez de canto y dicción muy hermosa.

La irregularidad en una voz puede ser una virtud cuando esa supuesta imperfección es fuente de sorpresas tímbricas y sonoras; más aún si se sabe manejarlas o manejarse con ella. Mencionemos su facilidad para la dulzura, por fin, sin bravuconadas (Du wärst für mich die Frau gewesen). Eso es lo mejor de Wien: la calidad de las calidades de su voz.

Incluso en un trabajo como es este disco, la orquesta resulta tan magníficamente profesional… sin mencionar, por supuesto, la inequívoca dirección de Ádám Fischer.

Por todas estas razones, es un disco inteligentemente programado, bien diseñado en la elección del repertorio, bien grabado, bien realizado, muy bien publicitado; es en definitiva un excelente producto de mercado. Y aunque podríamos ensañaros en criticar muchas cosas de cómo funciona el mundo discográfico musical en la actualidad, la realidad es que escuchamos a Kaufmann, con su hermosa voz luchando por cantar y mostrarnos la música como él puede hacerlo.
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