Y lo ha hecho poniendo en cartel la versión firmada por Emilio Sagi de Las bodas de Fígaro, la cual continuó el pasado viernes 27 de septiembre con su marcha triunfal desde que se estrenara en el Teatro Real de Madrid hace una década. Sin modificar los recitativos completos, Sagi recreó con realismo y pocos elementos escénicos un ambiente genuinamente español del siglo XVIII, con la mirada puesta en la sensualidad y el humor característicos de esta ópera bufa en 4 actos.
Sin desmerecer en absoluto la fantástica labor realizada desde el foso por los músicos de la OCV, dirigidos por primera vez por el británico Christopher Moulds, lo que sin duda acaparó el interés musical del estreno fueron las voces. Tanto en el plano solista, como en los peliagudos conjuntos mozartianos, no hubo prácticamente nada que impidiera que las líneas melódicas fluyeran con naturalidad, incluso allí donde se superponían en sofisticados tejidos contrapuntísticos. El cuarteto principal formado por el canadiense Robert Gleadow (Fígaro), las españolas Sabina Puértolas (Susanna) y María José Moreno (condesa) junto al polaco Andrzej Filonczyk (conde de Almaviva) dio lo mejor de si vocal y escénicamente. Sin perder el hilo narrativo ni el ritmo en ocasiones frenético de la acción, entregados a sus respectivos papeles con todos los sentidos, estos inspirados cantantes fueron secundados con similar acierto por Cecilia Molinari (Cherubino), Susana Cordón (Marcelina), Valeriano Lanchas (Bartolo), Joel Williams (Don Basilio), José Manuel Montero (Don Curzio) y Vittoriana De Amicis (Barbarina). A nivel solista y por la belleza de su timbre resaltamos la condesa encarnada por María José Moreno.
Especializado en el repertorio operístico clásico y barroco, Christopher Moulds se sintió como pez en el agua en la sala principal en Les Arts, a pesar de visitarlo por primera vez, y moduló los sutiles claroscuros de la partitura con tersura. La claridad de sus gestos que a primera vista parecía algo exagerada, no hizo más que establecer nexos de comunicación entre lo que provenía del escenario y del foso. El resultado: sincronía rítmica casi absoluta entre voces e instrumentos, incisos melódicos al unísono puros y curvas dinámicas ajustadas en función de las dramáticas. Estos aspectos también contribuyeron a que la velada de la noche del estreno transcurriera con ritmo y fluidez narrativa.
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