Doce Notas

Branford Marsalis, bendito soplido inaugural al XXI Zadymka Jazz Festival de Bielsko Biała

notas al reverso  Branford Marsalis, bendito soplido inaugural al XXI Zadymka Jazz Festival de Bielsko Biała

Branford Marsalis © Marta Lara

Joseph Roth afirmaba que todas las estaciones ferroviarias bajo dominio austro-húngaro parecían salidas del mismo molde. De Trieste a Bohemia, de Galitzia a Constanza, el Imperio salvaguardaba su sello identidad multinacional cuidando estos detalles aparentemente nimios. Idénticos los andenes, los pitidos de salida, la gesticulación del revisor a salida. Un siglo después de que el mundo de ayer se esfumara para siempre, idénticas palabras podrían decirse de los centros comerciales que invaden la próspera Polonia del siglo XXI. Como una epidemia, el capitalismo ha consumado su misión y asentado en tierra nueva una su principal seña de identidad: el mall center. Todos igualitos: fast food y gastrobars en la planta alta, boutiques en la intermedia y franquicias varias en la planta baja. Sin embargo, algo cambia en el Bielsko Biała, a finales de febrero coincidiendo con el inicio del Festival de Jazz Zadymka. Ciudad de provincias, de la antigua Galitzia, venida a menos en la transición y que ahora parece resucitar más allá del gris PRL indolente de sus fachadas. Brandford Marsalis, Pat Metheney o Tom Harrell las recubren en enormes pancartas devolviendo color y esplendor a estos edificios que conocieron épocas mejores. Son algunos de los big names del jazz norteamericano que a principios de marzo se dejaron caer en la pasada edición del festival, junto a otros grandes del jazz centro europeo.

Marsalis aterrizó en Bielsko el 2 de marzo, 24 horas después de que su último trabajo de estudio saliera al mercado. Por lo que el público polaco fue el primero en poder paladear los temas de The Secret Between The Shadow and The Soul, composiciones que alternó con trabajos previos y standards revisitados como On the sunny side of the street. Branford es un maestro del fraseo y esteta indiscutible del timbre, ya sea con el saxo tenor o el soprano o sus parientes cercanos.

El cuarteto norteamericano, que completan Eric Revis (contrabajo), Joey Calderazzo (fortepiano) y Justin Faulkner (percusión), brindó un concierto rico en contrastes y a la vez muy compensado alternando tempi rápidos y otros más pausados, tarareos inmortales del jazz y balbuceos más experimentales, abarcando un extenso espectro jazzístico y a la vez fiel a su estilo. Abruma y asombra la agilidad del saxofonista de Louisiana para pasar de 0 a 100 y a la inversa, a ralentí, de 100 a 0. Del ojo del huracán a la más sutil brisa en cuestión de milésimas de segundo. Y todo ello (excitación o calma súbita) insertado en un sólido y consecuente discurso musical.

Jopek y Marsalis © Marta Lara

Con la playlist ya agotada, la conocida vocalista polaca Ana Maria Jopek fue invitada a subir al estrado. Visiblemente emocionada la cantante recibió el cálido abrazo del saxofonista norteamericano, quien, tras reiterados intentos, logró que Jopek se arrancara a sus primeros dubidubas, susurros a los que iba acompasándose el saxo de Marsalis, con dirección incierta. Titubeos en sordina. Transcurrido un par de minutos Jopek le susurró al cabeza de cartel algo al oído y ese caldo biótico fue cobrando forma de Summertime, donde Marsalis una vez más se sacó de la chistera frases y hechizos que habrían maravillado al propio Gershwin. Les dio la vuelta, las amortiguó, las dilató. Exquisito siempre en cada ocurrencia. Sacando petróleo sonoro de uno de los temas más manidos y exprimidos, sino el que más, de toda la historia del jazz. Work in progres en estado pudo. Si alguna vez he tenido la sensación de estar asistiendo a una improvisación en plena génesis, a una jam sin red, ni trampa ni cartón, fue en el dúo Jopek-Marsalis ,que clausuró el concierto inaugural.

Marsalis hace sonar el latón como un dibujante magistral, que en un suspiro te esboza una escena desde una y otra perspectiva, en escorzo, sombreada, iluminada, con más o menos volumen. El saxofón de Branford Marsalis, como todos los grandes, traza constelaciones. Las suyas son imprevisibles, ordenadas, exentas de histrionismo y con unas frases que, por otro lado, parece hubieran existido siempre, como si aquel conato de melodía, lo conociéramos de una vida anterior.

Una semana después, le llego el turno a su paisano Pat Metheny, artista en residencia a la sazón, encargado de clausurar esta XXI edición del Jazz Zadymka. El 10 de marzo, y a modo de colofón, la Orquesta Nacional de la Radio Polaca, el guitarrista de Missouri, el contrabajista DareK Oleszkieweicz y el percusionista Jonathan Barber cerraban el festival con el estreno mundial de Beyond The Missouri Sky and More, todo ello bajo la dirección del maestro Aleksander Humala. Este encargo del mismo festival, se suma a las ya recurrentes incursiones que muchos solistas de jazz están realizando en el terreno sinfónico (sin ir más lejos, el pianista Brad Mehldau meses atrás compartió atril con la Filarmónica de Wrocław). La acústica excelsa de la nueva sala de conciertos de Katowice, sin riesgo a equivocarnos una de las más exquisitas de Europa, puede presumir de ser la primera en haber dado calado orquestal al “Beyond the Missouri Sky”, que Metheny grabara en 1996 con el mítico contrabajista Charlie Haden. A juzgar por el entusiasmo mostrado por la prensa especializada polaca nada que envidiar esta revisión sinfónica al original.

Jazz en las alturas

Mazolewski Jam a 1001 metros

Mazolewski © Marta Lara

A pesar de los big names, quizás el concierto más esperado del Zadymka por muchos es el que tradicionalmente se celebra en una de las cimas de los montes Beskidi, concretamente en el refugio de montaña de Szyndzielnia, exactamente a 1001 metros sobre el nivel del mar. Nota bene: Zadymka significa ventisca en polaco. A efectos meteorológicos, la Zadymka 2019 fue muy benevolente y apenas un leve manto de nieve cubría los aledaños accesos al peculiar escenario. Allí el mito local (cada vez más internacional todo sea dicho) Wojtek Mazolewski presentó su nuevo proyecto acompañado de solistas polacos, checos y eslovacos: Oskar Torok, Joanna Duda, Qba Kanicki, Jiri Simek y Marek Pospieszalski. Y es que la localidad de Bielsko Biała se halla a apenas 20 kilómetros del vértice donde convergen las tres fronteras.

En el antiguo refugio de madera construido a finales del siglo XIX, esto es, en tiempos del Imperio Austro-Húngaro, se apiñaron cientos de fans del carismático contrabajista polaco. Su música puro nervio e ingenio, suplió a la ventisca atmosférica. En esta ocasión, el vendaval se apoderó del interior, y no del exterior del refugio.

Lo de fusionar jazz y montaña viene de lejos en este apartado rincón centro europeo. Me refiero a las últimas estribaciones de la cordillera de los Cárpatos. Aquí donde el relieve crea una especie de frontera natural entre lo que hoy es Polonia, Chequia y Eslovaquia y se intuyen algunos ecos magiares y ucranianos. Aquí algunos refugios de montaña pueden tener uso polivalente. Entre los eventos paralelos al festival, se pudo visitar la exposición Jazz Camping Kalatówki ’59. Decenas de instantáneas del fotógrafo Wojciech Plewinski, que testimonian como, a pesar del telón de acero, el jazz procedente del enemigo capitalista consiguió abrir alguna vía de agua y gotear sus primeros frutos en tierra extraña.

Jonah Nilsson © Marta Lara

A finales del invierno de 1959 en las proximidades de Zakapone, meca polaca del deporte de invierno, durante 10 días jóvenes que hacían sus primeros pinitos al saxo, la trompeta y a la batería se reunieron para dar rienda suelta a sus quimeras. Nombres míticos de la escena polaca, como Krzysztof Komeda o Jan Ptaszyn Wróblewski, por entonces saboreando el fulgurante inicio de sus prometedoras carreras, se personaron a este clinic para alternar batallas de nieve e inacabables jams (indoors y outdoors) a las horas más intempestivas. Conciliar el sueño esos días en el retirado Refugio de Montaña de Kalatówki a buen seguro no fue tarea fácil. Entre las fotos encontramos a un jovencísimo Roman Polanski encaramado a la mesa del desayuno en pijama, festejando a todo swing su onomástica.

En esta ‘ventisca’ de aire renovado podemos identificar en cierto modo el antepasado directo de la actual Zadymka, que, de seguir su progresión, va camino de convertirse, no en cita obligada del jazz centro europeo, si no continental. Repescando una reseña cinematográfica a propósito de la jazzística Cold war, la última película de Pawel Pawlikowski, me viene a la cabeza el titular de un crítico ‘En tiempos de la guerra fría se amaba mejor”. Para salir de dudas habría que preguntárselo a esos alocados héroes del swing. A los supervivientes de Kalatówki 59, me refiero.

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