viola
Ha dado conciertos como solista en auditorios como los de Zaragoza o Valencia. Viola solista invitado por Orquesta Sinfónica de Navarra de 2004 a 2015 y ha realizado constantes colaboraciones con la Orquesta de la Comunitat Valenciana. Junto a Joaquín Palomares, catedrático de violín del Conservatorio Superior de Murcia, realizan conciertos en España e Italia interpretando dúos de violín y viola.
Por su parte, Kei Hikichi cursa estudios de piano en la Kichijo High School y en la Universidad Toho Gaukuen de Tokio con la profesora Kyoko Edo. Con posterioridad amplió sus estudios de piano y música de cámara en la Academia de Santa Cecilia de Roma con los maestros Sergio Perticaroli y Félix Ayo.
Ha realizado conciertos tanto en calidad de solista como de música de cámara en Europa y Asia. Ha colaborado con Volker Tessmann, Christian Wetzel, Guy Touvron, Ab Koster, y Radovan Vlatkovic. Durante el curso 2003-2004 fue profesora repertorista en la Musikhochschule Felix Mendelssohn de Leipzig.
En primer lugar, nos presentan la Sonata para viola y piano de Rebecca Clarke (1886-1979). Ésta intérprete de viola, compositora y musicóloga británica con influencias post-románticas e impresionistas terminó en 1919 la Sonata escrita para el concurso de composición del Berkshire Chamber Music Festival. Tras la polémica de los pseudónimos, Ernest Bloch resultó ser el ganador, quedando Clarke en segundo lugar. A finales del siglo XX, gracias a estudios musicológicos de género comenzaron a ser recuperadas las obras de Clarke. Reestableció el instrumento como algo que podría ser suave, femenino, salvaje y poderoso. En la interpretación de Fons y Hikichi podemos ver esta apertura increíblemente poderosa, no es lo que la gente espera de una sonata de viola. Tanto en la partitura como en el CD se demuestra el interés de la compositora por escribir a partir de una increíble fascinación por el color y todas las posibilidades del instrumento.
La obra tiene tres movimientos. El primero (Impetuoso), se abre con una idea de nota punteada basada en intervalos de salto de un quinto. Sigue una cadencia de viola, y el segundo tema es relajado y de carácter sostenido. Otro motivo, cerca del inicio del desarrollo, sugiere la música de los nativos americanos (misterioso). Sigue un scherzo (Vivace), en tiempo 6/8, con características de rondó, cuya inquietud se ve subrayada por el uso de intervalos de tres tonos. La sección del trío trae contrastes dinámicos y motívicos. El final (Adagio-Allegro) presenta bloques de música meditativa, inicialmente lenta, con ecos del primer movimiento interpuestos.
Por último, y en segundo lugar, se presenta la Sonata para viola y piano, op. 147 de Dmitri Shostakovich. Completada en julio de 1975, pocas semanas antes de su muerte, está dedicada a Fyodor Druzhinin, violista del Cuarteto de Beethoven. La pieza representa efectivamente el estilo tardío, sombrío y obsesionado del compositor.
La obra se desarrolla en tres movimientos, siguiendo un esquema relativamente sencillo de lento-rápido-lento. El primer movimiento, Andante, comienza con una figura pizzicato escasa en la viola, acompañada por una línea de piano igualmente rígida, seguida por una sección central explosiva y desgarradora, y se cierra con un recuerdo de la apertura del movimiento. El segundo movimiento, Allegretto, se caracteriza por el marcado contraste de figuras secas y puntiagudas con pasajes suaves y conectados; el material principal del movimiento fue tomado directamente de la ópera inacabada de Shostakovich, The Gamblers (1942), que le otorga al movimiento una calidad vocal y dramática.
El movimiento final de la sonata lleva una parte sustancial del peso emocional del trabajo. Shostakovich le dio al movimiento Adagio un subtítulo no oficial: en la memoria de Beethoven. A lo largo del movimiento, aparecen destellos de la sonata para piano nº 14 de Beethoven, yuxtapuestos con la reaparición de temas y motivos presentados anteriormente dentro de la sonata de viola.
La sonata es un ejemplo de su período tardío en su textura austera, el uso de material preexistente y la calidad elegíaca. Aquí se presenta en una versión pulcra y de una enorme musicalidad, cuidando cada detalle y sacando de la viola todos los colores posibles, desde el desgarro más dramático al más bello anhelo de lirismo.
En definitiva, un buen disco, muy recomendable, y que presenta dos obras con un denominador común: ambos compositores han padecido algún tipo de opresión que supieron plasmar en su música, produciendo una voz personal, inequívoca, forjada en la frustración y superada por el sublime arte de la música. Una opresión de la que resurge la viola de Fons, al exquisito piano de Hikichi.
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