Doce Notas

La redención por Vivaldi

cdsdvds  La redención por Vivaldi

Casi a finales de los 80, David W. Barber comentó en su libro “Bach, Beethoven, and the boys” que la gente que encontraba en la música de Vivaldi cierto estigma repetitivo solía estar equivocada al decir que el autor había escrito el mismo concierto unas 400 veces, cosa que era falsa porque en realidad había escrito dos conciertos los cuales había repetido hasta 200 veces cada uno. Estas puntualizaciones humorísticas, que no lo eran tanto si echamos la vista atrás y vemos los hirientes comentarios que hasta el propio Stravinsky realizó de este repertorio, han provocado ríos de sangre, tinta, pentagramas, y versiones por doquier.

Es cierto. Es fácil llegarlo a pensar porque una gran mayoría lo hemos hecho, y entono el mea culpa ante tal bárbara idea. No hay nada más responsable que buscar el sentido de tan burdo comportamiento, por lo que echo la vista atrás hacía un pobre y joven estudiante de violín en el Conservatorio que, tras haber pasado el preparatorio, en el atril aparece tu pequeña gran primera obra para tocar en la próxima audición delante de el público más crítico y duro: los padres de tus compañeros. Y ¿a qué te vas a enfrentar por primera vez? no hay otro, el RV310 en Sol Mayor. Pero lo demás es accesorio, es tu primera gran obra en tres tiempos y es uno de los grandes: pasas de ser un intérprete de versiones adaptadas a tu nivel a enfrentarte a Vivaldi por lo que esto no es moco de pavo y tienes que hacerlo lo mejor posible. Aplicas todo lo aprendido y allá que te va.

Pero estas acciones tienen mucho peligro y aquí es donde comienza la cruz con cierto repertorio: con todo el respeto al aula de mis/nuestros maestros, y más en este decadente país, no hemos sabido buscar más allá del pentagrama y hemos copiado por activa y por pasiva la técnica que se nos ha enseñado sin saberla aplicar a lo que está verdaderamente detrás de las notas. Puede dar la sensación de mala praxis y no lo es, el problema radica en que no se ha combinado bien el estudio de la partitura con lo que tienes que interpretar con el instrumento y esto lo que ha hecho es repetir hasta la saciedad ciertos modelos y roles en música que tiene que estar encaminada precisamente a no serlo: una copia una tras otra. No le quito la razón a Stravinsky porque he sido partícipe y porque- pongo la mano en el fuego- lo que estaba habituado a escuchar de manera constante eran interpretaciones de un más que denostado Vivaldi y una tras otra: robóticas orquestas que aplicaban vagos conocimientos del repertorio anterior al XIX y que hacían de los más maravillosos conciertos de Antonio Vivaldi una suerte de audiciones en serie, insufribles para los oídos del compositor Ruso. Y pobre por haberlo hecho, porque a lo que nos estamos habituando por suerte en estos últimos años es a escuchar el sonido del oro en el mercado.

La suerte que hemos tenido es, como ya comenté en una referencia anterior, que los años 90 han dejado de lado los usos mecánicos y, sobre todo en el caso de Vivaldi con el trabajo que realizó Alberto Masso, han salido a la luz diversos aspectos interpretativos que audazmente han rescatado, y lo siguen haciendo, manuscritos olvidados o ya mal rehusados en el tiempo que se están quitando de encima la cruz de haber sido otro de los 400 Vivaldis para pasar a ser el que brilla con luz propia.

Cuando cae en tus manos un Vivaldi interpretado por la nueva generación de especialistas en música histórica, vuelves a dirigir la vista atrás al alumno frente al Sol Mayor: qué pena haberle cogido tanta tirria a este repertorio en su día y que alegría redimirte con este repertorio, escuchando una y otra vez hasta romper la carcasa low cost a los que nos tiene habituados Panclassics. Por la parte que nos afecta hoy, es un lujo volver a encontrar en digital tanto uno de los conciertos más complicados de Vivaldi y a la vez regalar al oyente pequeñas joyas desconocidas que emergen a la luz por primera vez. Sin duda que el musicólogo Olivier Fourés ha encontrado en la reflexión auditiva del trabajo con los manuscritos que se nos presentan en esta grabación un equilibrio adecuado a lo que el Prete Rosso tuviera en mente.

Por un lado Il Grosso Mogul -verdadero retuerce espaldas- bajo la mirada de Lina Tur Bonet, intérprete con tan amplia literatura violinística, se presenta bajo una chispa que hace que lo escuches indefinidamente sin cansarte: desde ese comienzo en tiempo adagio que se pone a cien por hora en cuatro segundos, y allá que vamos con el Ferrari, hasta esos pequeños matices demoniacos que hacen que el timbre del instrumento poco a poco vaya cambiando en pasajes que podrían ser repetitivos, acercándose el arco de Lina Tur Bonet desde la parte más alejada hacia el puente y creando unos fantásticos contrastes efectistas. A parte de bellos ejemplos interpretativos, y para rizar aún más en rizo, en esta grabación se ha escogido de las múltiples cadencias que existen para este concierto una de las que a mí, por su dificultad, me parece que va más allá de lo que siempre hemos pensado que era un Vivaldi

Por otro lado, el RV311 es un regalo para los oídos. De cómo hacer que un instrumento delicado como el violín, que las religiosas y niñas del Ospedale della Pietá tenían a bien usar, se convirtiera en un burdo instrumento con sonido de trompeta, todo lo contrario en la parte interpretativa del famoso orfanato, y crear esta fiesta musical es digno de dedicarle un buen rato: el “sempre pianissimo” es de una delicadeza extrema, la intérprete deja atrás toda la metralla que de los minutajes anteriores para crear una escena con un carácter íntimo extremo muy propio de muchos tiempos lentos vivaldianos. La restauración de los “Graz” es la cadenilla que une todo el trabajo del disco y un acertado recuerdo sin dada de anteriores trabajos de este equipo interpretativo: si ya en el Premiado trabajo “Vivaldi: Premieres” se nos ofrecían los números 3 y 4, en este se cierra el círculo con las 1, 2 y 5, dejando el listón muy alto para próximas interpretaciones. La guinda del pastel, el “Allegro” del concierto de Johann Georg Pisendel que su profesor Vivaldi revisó y que no había sido grabado en formato digital, demostración del trabajo de profesor a alumno, otra joya del innombrable olvido al cual nos hemos acostumbrado de manera sistemática.

Viendo todo este trabajo que deja con la boca abierta a expertos en la materia y al público en general, se me antoja que estamos viviendo unos dulces años en cuanto a música histórica se refiere. Si no es así,lo dudo, me gustaría encontrar en el trabajo de las huestes de Lina Tur Bonet, en su proyecto artístico-creativo MUSIcaALcheMIca, un refugio de toda esta música que hemos maltratado: encuentro con todo este magnifico trabajo a una puerta abierta hacia una nueva mirada con orgullo del pasado, hacia el origen de nuestra proyección como violinistas, pero con la humildad puesta en el verdadero público amante de la música por lo que es, música sin más miramientos pero con mayúsculas: no hay nada más que ver a Lina Tur Bonet en el trabajo del booket que acompaña la grabación con las botas puestas bajo un espectacular traje de concierto o jugando a un pinball como si estuviera en el descanso de ese mismo concierto, pinball que grafitea el nombre del proyecto y la imagen de Vivaldi. Quizás es un aviso para que miremos la música como es y poco más, que le quitemos ese aura de magnificencia y vuelva a lo que es: disfrute, pasión… amor.

Cómo me encantaría que Stravinsky tuviera este disco en las manos…

 

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