La carrera de la Rial está diseñada de forma brillante; como es su voz. Como un rayo de luz clara que deslumbra los oídos, como un haz de hielo que puede llegar a ser tan sonoramente penetrante… La peculiar cualidad vocal de Núria Rial ha sido elogiada en numerosas ocasiones por su frescura y naturalidad, también por su timbre perenne y uniformemente inocente. Estas características parecían hacerla predestinada a un tipo de repertorio y a un tipo de acompañantes vocales. Y así consiguió despuntar dirigida y acompañada por los músicos más famosos y mediáticos del mundillo antiguo (Gustav Leonhardt o Rene Jacobs, entre los directores, Carlos Mena o Philippe Jaroussky, entre los cantantes, por mencionar solo algunos). Y así ha recibido numerosos premios europeos, entre ellos varios Echo Classical Music Award por distintos registros. Una soprano más conocida en Centroeuropa que en España, aunque los ecos de su fama llegan a todas partes difundidos a través de cuidadísimas grabaciones en vídeo compartidas en la red. Además también ha sabido unir la investigación musical con la interpretación para añadir novedad y ampliar su inteligente adaptación al repertorio.
Ahora nos presenta este CD de Sony (para quien graba en exclusiva) que parece estar realizado al amparo de lo que debe ser el capricho (desde luego comprensible) de cualquier soprano capaz: grabar la n.º 5 de las Bachianas Brasileiras de Villa-Lobos, la más famosa de todas ellas por su perfume nostálgico y sensual. Sorprendentemente no se ha grabado también la Bachiana Brasileira n.º 1, escrita específicamente para octeto de violonchelos, sino que se ha preferido dar una pincelada arrabalera a este disco tan profundo -¿quizá porque otra famosa agrupación de violonchelos, pero berlinesa, ha puesto de moda el tango con su nuevo disco?… La cuestión es que en el que aquí nos ocupa se han repartido los cuatro movimientos de las Estaciones porteñas entre las otras piezas, lo cual produce una alternancia más inquietante que justificada, además de hacer evidente la diversidad estilística del conjunto en lugar de unificarlo. Pero que sea un disco algo destartalado, pensado con una dudosa visión comercial, no significa que no contenga momentos magníficos y música estupenda.
Encontramos el sonido de la cantante tan bello como siempre en los dos movimientos, Aria (Cantilena) y Dança (Martelo) de las Bachianas nº 5, donde exhibe toda la pureza de sus agudos. La afinación quizá no sea todo lo delicada que requiere el unísono con el cello en la primera sección de bocca chiusa de la Cantilena, recurriéndose con frecuencia al vibrato para mejorarla, pero la sección central con texto está muy bien cantada y pronunciada. Es posible que la voz no resulte suficientemente sensual para este portugués de Brasil: tras el punto culminante del verso (casualmente sobre la palabra “saudade”), que pasa más bien desapercibido, el recitado sobre una sola nota del final de esta sección de la cantilena (“En la tarde, una nube rosa y transparente/sobre el espacio, soñadora y bella”) no tiene el carácter de murmullo, de recuerdo nostálgico que debería. Sin embargo, todo queda olvidado en la repetición en sottovoce de la misma melodía primera con boca cerrada, donde la cantante consigue una suave sonoridad bellísima, perfecta, inigualable. La voz resulta especialmente brillante en la danza; además en este Martelo, Rial demuestra sobradamente su dominio técnico en los difíciles y ágiles saltos al agudo repetidos en diferentes progresiones, sobre sílabas consecutivas o en versos seguidos, siempre siguiendo el perfil de una melodía casi instrumental sobre un ritmo de baile vertiginoso y de influencias afroindígenas.
El Octeto formado a partir de nueve de los violonchelistas de la Sinfonieorchester-Basel es un conjunto de muy buenos músicos que realizan un estupendo acompañamiento a la cantante y muy buen trabajo en las obras de Piazzolla; las Cuatro estaciones de Buenos Aires han sido arregladas muchas veces para distintas agrupaciones -aquí por James Barralet para octeto de celli- y tienen un marcado aire de improvisación en su origen, con distintos solos aquí escritos para el lucimiento de los solistas. Precisamente en estos solos es muy agradable apreciar la personal diferencia sonora entre unos violonchelistas y otros, cada cual con un sonido muy hermoso. Tanto la transcripción para ocho violonchelos como, a veces, la interpretación resultan por momentos algo académicas; se recurre con frecuencia a esquemas idiomáticos prototípicos y a melodías empalagosas (a parte de las muy bellas que escribió en propio Piazzolla) que, la verdad, es difícil que no queden estupendamente bien en este instrumento, aunque el recurso resulte algo manido. Ahora bien, cuando tocan en tutti los ritmos rápidos y secos de tango el grupo de violonchelos se convierte, si se me permite la boutade, en una perfecta máquina rítmica suiza, llena de energía y precisión.
Hablemos de Bernat Vivancos. Nacido en 1973 el compositor tiene una formación musical clásica ortodoxa catalana: estudió en el Monasterio de Montserrat; y podemos decir que ha seguido ligado a esta magnífica institución hasta la actualidad. Vivancos escribe la música que lleva en el corazón; así se trasluce de lo que él mismo dice en los comentarios a su obra y así se intuye escuchándola. La pieza interpretada, Vocal Ice, resulta casi una paradoja entre el conjunto de las obras, entre los voluptuosos tangos rioplatenses y la saudade hedonista carioca. Su pieza es de una espiritualidad depurada que resulta perfecta interpretada por la voz de Núria Rial. El título, más que sugerir la frialdad del tema hace referencia al hecho de que la obra cantada no tiene texto alguno. El tema no es otro que la representación musical de «La Virgen María con el cuerpo de su Hijo Jesús en el regazo», tal y como la representó Miguel Ángel en su famosa Pietà; por otra parte, los cantos sin texto se suelen llamar entre los cantores vocalizaciones, y a ese juego de palabras se hace referencia tanto en el título de esta obra como en el título del disco. Esta canción sin palabras -quizá aludiendo a ese gesto esculpido en el mármol que no dice nada, pero que lo dice todo- quiere expresar los sentimientos cristianos contenidos en esa imagen piadosa: de una forma sobria, sin sobresaltos, con un lenguaje muy familiar y cercano, casi de música incidental que evoca otros paisajes sonoros melancólicos, con escuetos elementos compositivos que no se hacen repetitivos, en un fluir que a veces se estanca buscando el estatismo, que a veces recupera su camino con un acompañamiento rítmico, pero que se vuelve a diluir con las notas mantenidas en suave disonancia; todo hace referencia a sentimientos eternos, etéreos y celestiales. No hay mejor elección que esta cantante para interpretar esta emoción. ¿Por qué oscurecer su voz en los graves si su más peculiar cualidad es ese brillo cristalino?
Antes de cerrar el conjunto (disjunto) con un último tango que da dinamismo a la oración, escuchamos El Cant dells Ocelles, el famoso villancico catalán, ambientándonos con el canto de unos pajarillos que suenan al principio y al final de la pista… Aquí la Rial está perfecta: el fraseo, la afinación, por supuesto el timbre y la calidad en cada registro de su voz. Sencilla y sin afectación. El conjunto de violonchelos también interpreta a la perfección la partitura de Vivancos. Ésta es una reiteración de la canción, primero de la voz sin acompañamiento, después del violonchelo solo, y ya del conjunto: vemos una polifonía de reminiscencias modales adaptadas al mundo moderno. Poco a poco en las sucesivas repeticiones se van añadiendo disonancias que crean una atmósfera aún más melancólica que la que proporciona la canción original.
Encontramos una interpretación moderada, es decir, no desmesurada de las piezas, especialmente de las vocales, cantadas diríamos que con pudor y discreción, sin atrevimientos ni tampoco convicción arrebatada. Esto lo convierte en un disco correcto, que está muy bien. Hay que añadir la justificación originaria del trabajo junto a las cuestiones musicales que hemos comentado de diseño y edición.
Natalia Berganza