Doce Notas

Cultura para todos a 200 euros el cubierto

notas al reverso  Cultura para todos a 200 euros el cubierto

Daniel Barenboim. Gustavo Dudamel

Entre el homo ludens y el homo doctus, podríamos ensayar un término medio algo menos frívolo y un pelín menos idealista. En un reciente documental sobre los intersticios de la Filarmónica de Viena escuchaba al, justa y merecidamente respetado Daniel Barenboim, afirmar que la elite cultural desaparece y que la clase intelectual, cada vez tiene menos formación musical. “Antes quien admiraba la pintura de Picasso –aducía el pianista- escuchaba también a Stravinksky”.

Ahora el hipster presumiblemente cultivado, según la apreciación anterior, no se interesa mucho por la música clásica aunque arrase en la sección de libros el FNAC y en las librerías de postín. No sé si es del todo bueno vehicular la cultura de un modo tan pautado, fijando patrones o cánones. No se tratar de obligar, sí o sí, a calzar Mahler (paradigma por antonomasia del postureo) para sentirse una persona formada. Bien es cierto, no obstante que dejar el testigo cultural al libre albedrío de la mano invisible de la red y del plebiscito del click, se me antoja una temeridad. Asimismo, y para evidenciar que soy un perfecto inconformista insoportable, me parece poco creíble y alejada de la realidad, la presunción de altruismo, que la alta cultura y sus artistas icono parecen auto atribuirse en los últimos tiempos.

Gustavo Dudamel dirigiendo la Filarmónica de Viena

En unos días la Filarmónica de Viena recala en Madrid, en el que será su único concierto en España en 2018. Su director invitado, Gustavo Dudamel, el producto cultural más respetado allende de los mares de la revolución bolivarista. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de la escuela del maestro Abreu y su filantropía pedagógica, que en última instancia perseguía acercar la música a los jóvenes más desfavorecidos, democratizarla? Tras ser catapultado al exterior, Dudamel diríamos que, paso a paso, ha ido limando aspereza con el ‘enemigo’, que diría un chavista, hasta el punto de colaborar cada vez más con una de las instituciones musicales más respetadas del planeta y también una de las más elitistas. Si Hugo Chávez levantara cabeza y viera al camarada bolivariano postrado ante la plutocracia mundial. Aunque también se puede leer del reverso: la plutocracia se rinde al joven chavista.

Si el supuesto melómano se quiere rendir a los de los filarmónicos vieneses, el próximo 13 de enero puede llegar a desembolsar fácilmente dos de los grandes. Es cierto que existen entradas económicas (en torno a los 28 euros) pero la tendencia actual consiste más bien en revestir de complementos y extras el evento: cenas con el director, pernoctaciones en hoteles de lujo… De este modo, lejos de acercar la música, de nuevo la retorna a su círculo minoritario. La cadena hotelera coorganizadora del evento ofrece un pack conjunto concierto + noche de hotel a módicos precios, signifique lo que signifique la palabra módico. Podemos recitar a diario la monserga “hay que acercar la música a los jóvenes, bla bla (…), 200 euros por favor”.

Con toda la parafernalia pre y post concierto no parece que los tiros vayan precisamente en pro de proletarizar la música clásica, como abogaba el maestro Abreu, sino más bien retornarla a su primigenio estatus de exclusividad. Nada nuevo bajo el sol.

Convendría no vender tanto idealismo si el target final a fin de cuentas sigue siendo el de siempre. Lo saben los intérpretes, lo saben los promotores y los patrocinadores. ¿Qué son Salzburgo, Bayreuth o el Concierto de Año Nuevo sino mayormente convenciones de melómanos (o no), adinerados? Si queremos realmente hacer más asequibles los galácticos del atril, podríamos empezar por una cuestión semántica. Premium, deluxe o gold, así se llaman las entradas que el patrocinador pone a la venta. No parece que ese sea el marketing más idóneo para transmitir un mensaje de precios populares.

Festival de Bayreuth

Es decir, la cultura sólo puede redimir a las clases adineradas de la barbarie. En el futuro los izquierdistas de platea, los ecologistas de salón serán los únicos que crean en su ideal. Con el nuevo gobierno que se avecina en Austria y los anquilosados tics que rezuman aún algunas instituciones, la Filarmónica de Viena no sea quizás el mejor embajador para parapetarse en causas filantrópicas. Hablar de integrar a los inmigrantes y tocar para una audiencia parcialmente reacia a los mismos encierra una contradicción de cierto calibre.

Entiendo que un concierto de categoría cuesta dinero y así debe ser. Ningún problema hasta ahí. Lo que personalmente me des -concierta es la falta de coherencia entre el mensaje que se transmite y los hechos. Si consideramos, en efecto, que hay que pagar para escuchar a un primera espada (cachés, agencias, mercado…) ningún problema, pero no engañemos al respetable con tanta llamada a la paz y la concordia mundial.

Las buenas intenciones quedan para la galería y para las cámaras. Hoy en día nadie está a salvo de ser zascado en flagrante renuncio. Inevitable tarde o temprano caer en la celada de la contradicción (probablemente en lo que va de texto ya acumulo unos cuantos). No se trata de estar limpio de contradicciones (en su justa medida son síntoma de cierta salud mental), sino de que la recaída permanente en la contradicción nos resulte del todo indiferente y del todo natural. Que nos acostumbremos sin más a ser incongruentes por naturaleza.

Los gurús de la alta cultura repiten eso de que la música une a los pueblos y toda la pesca. Lo cierto es que mayoritariamente en las grandes salas proliferan personas de 60 en adelante y personas de alto standing en su mayoría. Que la música clásica es clasista, ya lo sabíamos, posiblemente nunca lo ha dejado de ser, desde que existe este curioso término.

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En los últimos tiempos nos hemos abandonado al hormonado son del reggaetón. El reggaetón se ha hecho viral. Y como, a efectos de éxito virtual, lo que importa es acumular visitas en el menor lapso de tiempo y poco más, si aquello seguido es una birria o una obra maestra carece de importancia. Se trata de expandir la plaga cuanto más rápido mejor y al carajo el resto.

El reggaetón con sus mamis y papis goza de buena salud, curiosamente en la época en la que las proclamas feministas están a la que salta. Hoy en día a uno le tachan de machista a la que se descuida. Por ello llama la atención que el posesivo texto reggaetonero campe a sus anchas. Seguro que no tardaremos en escuchar una campaña pro derechos de la mujer a ritmo del susodicho género. Poco importa que la connotación sexista de muchas de sus letras y sus magreantes video clips, hay que conectar con la gente joven como sea, “debemos plegarnos a su lenguaje”. Y si para transmitir un mensaje anti sexista hay que utilizar música sexista, no problem, todo sea por el buen fin de la causa.

La incongruencia y la incoherencia parecen estar a la orden del día. ¿Por qué no podemos decir blanco y hacer negro? ¿Qué hay de malo en ello? Vivienda vacacional, banca ética, celebrities discretas, vida sana extrema, altruismo bursátil y, ya puestos, serial killer pacifista, taurino vegano, culé madridista… El día menos pensado escucharemos algún despropósito de esta envergadura y no nos inmutaremos.

El problema, insisto, se plantea cuando convertimos nuestras pequeñas contradicciones humanas en seña de identidad. A este ritmo de exhibicionismo de la incongruencia (más o menos sutil; más o menos descarado, más o menos parodiado) llegará que la incoherencia dejará de tener significado para muchos. Para entonces esta categoría quedará tan erosionada, que la dupla coherencia- incoherencia será prescindible y nos ahorraremos dos términos en el diccionario. Para entonces quizás todo el planeta baile hermanado al rico reggaetón.

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