Doce Notas

90 Aniversario en Dresde con tres B mayúsculas: Beethoven, Bruckner y Blomstedt

notas al reverso  90 Aniversario en Dresde con tres B mayúsculas: Beethoven, Bruckner y Blomstedt

Herbert Blomstedt y Staatskapelle Dresden © Matthias Creutziger

El concierto para piano núm. 1, de Beethoven y la Sinfonía nº4 Romántica, de Bruckner fueron las obras elegidas. Quien dirigiera la orquesta sajona en plena Guerra Fría (1975-1985) se convierte así en uno de los directores más longevos en activo.

Casi 90 años separan las dos obras con las que Herbert Blomstedt celebra estos días su inminente nonagésimo aniversario (el 11 de julio para ser exactos), a saber el Concierto n.1 para piano y orquesta op. 15, de Ludwig van Beethoven (estrenado hacia 1795) y la Sinfonía n.4. Romántica, de Anton Bruckner (cuya versión elegida para la ocasión data de 1880). No suelen prodigarse los directores a ciertas edades, de alcanzarlas, en tribunas tan exigentes como la Semperoper y mucho menos ante programas de tal envergadura. Porque la triple cita del pasado 1, 2 y 3 de julio, al frente de la Staatskspelle de Dresde, tuvo poco de despedida (Blomstedt ya ha confirmado con dicha orquesta un programa con obras de Mozart de cara a la temporada 2017-2018 ), sino más bien de todo lo contrario: continuidad, pura salud y plenitud de condiciones.

Sir András Schiff © Peter Fischli

Le acompañó en la primera parte del concierto el exquisito pianista Sir András Schiff, quien deleitó a los presentes con un Beethoven plagado de matices, atrevimientos y depurada articulación, como si en lugar de tocar el primero de sus conciertos se las viera con el mismísimo Emperador. Para que nos hagamos idea de la longevidad musical del director, al año de nacer el ya veterano Schiff, 1954, Blomstedt debutaba al frente de la Orquesta Filarmónica de Estocolmo. Desde entonces el director sueco-norteamericano lleva el mundo por montera, cruzando los siete mares para dirigir las orquestas más prestigiosas del planeta, no pocas de ellas en calidad de director titular o emérito: Sinfónica de San Francisco, NDR de Hamburgo, Bamberger Symphoniker u Orquesta de la NHK de Tokio, entre otras. En Alemania se le recuerda ante todo por haber asumido la dirección de la Staatskapelle de Dresden entre 1975-1985, en plena Guerra Fría. Circunstancia que no tendría nada de llamativo, de no ser porque Blomstedt posee la doble nacionalidad sueca y norteamericana. Así pues es una de las principales instituciones culturales de la DDR confió su tutela a manos de un estadounidense, cuando menos pasaporte en mano. Décadas más tarde regresaría a Sajonia para medirse a la gran orquesta rival, la Gewandhaus de Leipzig, relevando a Kurt Masur en el cargo.

Doce horas después de concluir la representación Die Passagerin (ópera en dos actos de Mieczyslaw Weiberg), no hay rastro de caja escénica en el entarimado de la Semperoper, ésta ha retornado al modo sala de conciertos. El concierto matinal ha atraído en su mayoría a septuagenarios, octogenarios y contemporáneos de Blomstedt. Uno no recuerda haber visto un patio de butacas tan vetusto en años, la juventud presente, en su mayoría, la conforman los acomodadores.

Schiff hace gala del título de sir a todos los efectos, tanto en su presencia como en su pianismo. De su maravillosa interpretación destacaría su polifraseo. Escuchada en la versión del pianista húngaro, la primogénita obra concertística del genio de Bonn resulta cualquier cosa menos una obra de juventud. Schiff se conoce toda la partitura como la palma y falanges de su mano. Y cuando digo toda la partitura me refiero a eso, a la partitura para piano y a la orquestal. Para el recuerdo, sus sutiles diálogos con la trompa, como si ambos estuvieran sentado el uno al lado del otro y uno olvidara el mar de instrumentos de cuerda y madera interpuesto entre ellos.

Planea en el primer movimiento (Allegro con bio) la sombra quizás del Mozart tardío, de Don Giovanni. Escuchada con atención no es para nada una obra fácil. El piano tarda en incorporarse, se demora hasta una vez presentados ya los dos temas principales. Extenso primer tiempo, en el que Schiff extrajo bellos sonidos al instrumento solista, recurriendo lo justo al pedal y articulando jocoso y refinado a la par, logrando convertir así cada breve pasaje en auténtica delicia. En medio de tanta expresividad, sin embargo se esconde una sabia deconstrucción de la arquitectura beethoveniana. En su fraseo, el pianista alterna acentos, matices, interrupciones, réplicas y contrarréplicas, prendando de sentido hasta el adorno más insignificante o el compás menos vistoso. Andras Schiff es de esos pianistas con los que uno siempre descubre nuevos matices, escorzos y carices de las piezas más archiconocidas. Esa mirada poliédrica del pianista que, a la vez que da sentido melódico, no descuida los cimientos en los que descansa la gran creación musical. Excelente el solista y por descontado el director, al que dejaremos mejor para Bruckner, porque en la primera parte la tapa del piano nos privó de su visión.

Blomstedt toma de nuevo asiento o taburete, frente al atril descansa una edición de bolsillo de la Sinfonía n.4, de Anton Bruckner (partitura que no abrió en los 70 minutos que dura la misma). Sin batuta, valiéndose únicamente de la amplia envergadura de sus brazos, arrancó sin demasiada meditación previa la famosa Sinfonía Romántica. A mi entender el primero de los movimientos fue el menos lucido de los tres. A partir del segundo, el oyente se siente gravitar cada vez más en la Galaxia Bruckner y se torna más permeable a su lenguaje. Excelente tempo en el Andante, el tempo del paseante por antonomasia.

En el Scherzo hizo caso escrupuloso del conciso inciso preliminar (keinesfalls schleppend, no retardado, de ningún modo lento). Aquí sí se percibe la impronta de Bruckner en Mahler. Aunque la apoteosis llegaría con el extenso Finale. Un pasaje sometido también a sucesivas revisiones. Según parece ninguna de las sinfonías del compositor austriaco resistió la tentación de ser revisada a posteriori tras salir de imprenta. Ante tanto celo y perfeccionismo, no es de extrañar que el musicólogo Ernst Kurth acuñara el término Weltgebaude (edificio planetario) para referirse a las sinfonías del organista de Linz. Ninguna de sus construcciones sinfónicas se libró tarde o temprano de un posterior lavado de cara con el transcurso de los años.

A pesar de su arrebatador arranque, considero que la cuarta de Bruckner va de menos a más. El oyente empieza a aprehenderla cuando ya se encuentra mediada la obra. Y en este cuarto y último tiempo se compendia la quinta esencia bruckneriana: su devoción por Wagner, un tema más dócil que recuerda una nana (y anticipa en su tratamiento a su compatriota Gustav Mahler) y otro tema de carácter orientalizante, que aporta el elemento exótico a la magna composición. Tras tanta supernova y fanfarria, lirismo y eclosión, me quedo con el pasaje final del Finale, con ese éxtasi cósmico en el que uno siente elevarse. Como si de repente dos galaxias confluyeran y en esa intersección uno experimentara una ingravidez hasta entonces desconocida. En resumidas cuentas un colosal concierto de 90 cumpleaños para Herbert Blomstedt.

www.staatskapelle-dresden.de

____________________________

Salir de la versión móvil