De Federico García Lorca se podría decir que la Música fue su primera y más genuina vocación, antes incluso que la Literatura (Jorge Guillén llegó a afirmar que en música fue tal vez donde el gusto de Federico se refinó con más pureza), y al arte de Euterpe se dedicó con absoluta devoción, como intérprete (cantaba y tocaba el piano) y como estudioso, sobre todo de los cancioneros populares antiguos. De ahí extrajo algunas de sus obras musicales, que llegó a grabar acompañando al piano a La Argentinita, en unos discos que fueron éxitos de venta en su momento. Carlos Álvarez afronta este repertorio, bastante alejado de lo que en él es habitual, con su voluminosa voz y un estilo quizás demasiado ampuloso para el tono sencillo y popular que este tipo de canciones requiere. La manera de cantar del barítono malagueño siempre ha pecado de una cierta artificiosidad, por el exceso de engolamiento y el abuso de las sonoridades oscuras, lo cual también influye en una expresión un tanto monocorde y con escasa cintura para otorgarle variedad y meandros al fraseo. Aún así, hay momentos muy logrados, como cuando el cantante se contagia del gracejo de la música (en Los reyes de la baraja), alcanza el exquisito vuelo lírico de la preciosa canción de Miquel Ortega Romance de la luna, luna, o extrae toda la introspección de Memento (también de Ortega) desplegando el terciopelo que sin duda posee la franja central y grave de la voz de Álvarez.
Pero, obviamente y dadas sus características, es en el repertorio zarzuelístico donde el barítono se siente más a sus anchas. Las limitaciones mencionadas siguen estando presentes, pero la voz se expande con soltura y brillantez en unas tesituras que no son precisamente fáciles ni cómodas. De las seis romanzas escogidas para este recital, todas forman parte del repertorio habitual de Carlos Álvarez, salvo el brindis de Don Gil de Alcalá (un fragmento en origen para la voz de bajo) que supone una novedad en su voz, y que el cantante resuelve con mucha gallardía. Finalmente, destacar la labor de Rubén Fernández Aguirre al piano, recreando y sugiriendo atmósferas con una calidez extraordinaria.
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