Turandot culmina el 30 aniversario de Peralada
El Festival de Peralada ha culminado su 30 aniversario sumando un nuevo tÃtulo operÃstico a su extenso historial: Turandot de Puccini. Una nueva producción del festival que pudo verse en el Auditorio ubicado en los Jardines del Castillo de Peralada en dos funciones, los pasados 6 y 8 de agosto.
La obra póstuma del compositor de Lucca era uno de los atractivos principales de la programación conmemorativa de esta edición del festival ampurdanés, motivo por el cual los responsables del certamen dedicaron una parte importante de esfuerzos –y de recursos– a hacer posible el estreno de esta nueva producción a cargo del director uruguayo Mario Gas. El reconocido director escénico, que cuenta con una larga trayectoria y varios tÃtulos estrenados en este festival, asumió el encargo planteando un montaje de corte tradicional, funcional y eficaz, que permitió seguir con facilidad la historia del clásico pucciniano. Para ello, se valió de una monumental escenografÃa de Paco AzorÃn consistente en una gran estructura centralizada, a modo de esqueleto de un templo chino, ubicada sobre un plataforma giratoria, que ayudaba a estructurar y a dinamizar el espacio. El coro, situado a los laterales, fue uno de los elementos activos de la dramaturgia, aunque ésta se limitara a explotar las ideas del primer acto durante los dos restantes. La plástica iluminación de Quico Gutiérrez fue otro de los aciertos de la puesta en escena – con el color rojo de la sangre como protagonista- y el vestuario de Antonio Bellart resultó adecuado y funcional, aunque la idea de cantar el final de Franco Alfano con vestido y esmoquin – después de interrumpirse la representación para explicar por megafonÃa la conocida anécdota de Toscanini en la estrena póstuma de la partitura – no acabó de cuajar dramatúrgicamente.
El movimiento escénico fue más bien convencional, encontrando su mejor resolución en el primer acto y en la actuación del trÃo de ministros chinos en los restantes, convertidos también en verdugos- carniceros durante el tercero. Por lo que a la música se refiere, hubo dos grandes triunfadoras: la soberbia Turandot de Iréne Theorin y la delicada Liù de Maria Katzarava. La soprano dramática sueca abordó el rol protagonista con arrollo canoro y autoridad escénica, y si bien se le escucho algún sobreagudo forzado en sus primeras intervenciones del segundo acto, su interpretación fue de menos a más, culminando el tercero con una inmensa recreación del atormentada princesa. Por su parte, el debut de la cantante mejicana en el rol de Liù no podÃa ser más brillante; la suya fue una esclava de canto delicado, sumamente matizado y de una gran entidad dramática en la escena, logrando sacar el mejor partido a sus intervenciones en los tres actos.
El tenor Roberto Aronica fue un Calaf de brocha gorda, con un canto seguro en los agudos pero de un fraseo menos noble que rudimentario. No obstante, logró su momento de gloria en la popularÃsima “Nessun dorma!â€Â del tercer acto. El emperador de Josep Fadó fue cantado con énfasis y gran vigor, quizás más del que convendrÃa para dar credibilidad a un venerable anciano, mientras que Andrea Mastroni como Timur estuvo a la altura de la nobleza de su personaje. El simpático trÃo ministerial halló una óptima y vital interpretación en los cantantes catalanes Manel Esteve (Ping), Francisco Vas (Pang) y Vicenç Esteve (Pong), aunque en alguna escena excedieran las atribuciones que les otorga el libreto. Completó el reparto de solistas con gran solvencia el MandarÃn de José Manuel DÃaz.
El debutante maestro milanés Giampaolo Bisanti fue capaz de concertar con habilidad el foso y el escenario, con una dirección fluida y un tanto efectista, que logró sacar un buen partido a la orquesta liceÃsta aunque estuvo lejos de explotar todas las sutilezas que atesoran los pentagramas de Puccini. Los efectivos del Coro Intermezzo actuaron con resolución y eficacia como pueblo pequinés, a pesar de unos leves desajustes en las entradas del primer acto y algunos decibelios de más en las escenas concertantes.
Al final el esfuerzo conjunto resultó reconfortante, erigiendo un notable espectáculo, si bien no antológico, de una gran dignidad.
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