En 1935, Louis Armstrong tuvo que dejar de tocar durante un año por una rotura en el delicado músculo orbicular de la boca. Su lesión, descrita en 1982 por Jaime Planas, recibe el nombre de síndrome de Sachmo, por el apodo del trompetista de Nueva Orleans. Imagen: Wikipedia
Tres kilos de saxo rodean el cuello de su dueño con una correa. Medio kilo de violín –sin mentonera– se sostiene por un juego de mandíbula. Una viola de un kilo y un violonchelo de nueve lo acompañan a las cuerdas. El peso es un detalle importante en la calidad de un instrumento. Sin embargo, pocas veces se piensa en las consecuencias para la salud de llevarlo colgado del cuello o sostenido con la cabeza ladeada para tocarlo durante las horas y horas de ensayo que requieren movimientos de labios y manos ágiles.
Robert Schumann, uno de los grandes compositores de la música clásica, se casó con la hija de su maestro, la también talentosa pianista Clara Schumann, que parió ocho hijos y nunca dejó de dar conciertos. Al quedarse viuda tuvo que aumentar el número de actuaciones para mantener económicamente a la familia.
Fue entonces cuando empezaron los dolores en el brazo de la concertista. Primero durante periodos cortos, más adelante incluso cuando no se sentaba delante del piano. Clara desarrolló un dolor crónico que la obligó a dejar los escenarios y someterse a terapia. El primer diagnóstico fue reumatismo, pero después el dolor se le atribuyó a la sobreestimulación de sus músculos.
“Este caso demuestra de forma impresionante los factores estresantes con los que tuvo que lidiar una compositora de élite en el siglo XIX”, comenta a Sinc Eckart Altenmüller, músico y neurólogo que investiga en el Instituto de Fisiología de la Música y Medicina de Músicos de Hannover (Alemania) sobre “el lado oscuro del virtuosismo” que ha recopilado en trabajos que describen los casos clínicos de músicos como Clara Schumann y Alexander Scriabin.
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