Alemania tiene su Walpurgisnacht, como Polonia su Majówka. En Centroeuropa la primavera llega con retraso y hay que aguardar a mayo para lograr levantar el decaído ánimo de tantos meses de indefinición climática.
El nobel polaco Wladisław Stanisław Reymont (1867-1925) nos describe en su relato al aguafuerte Pewnego dnia (Un buen día) el majówka de la era industrial. Esos labriegos reciclados en apéndices robóticos, que aprovechan la festividad del 1 y 3 de mayo (Fiesta de la Constitución Polaca) para colgar la bata en la cadena de montaje. En medio de su miseria cotidiana, el lector percibe esa brizna entusiasta propia de la víspera. Tan pasajera como engañosa. Asiste al momento en que, ilusionados y bromistas, arman sus macutos y ponen rumbo a sus aldeas de origen para pasar unos días en familia, respirar aire fresco y buscar el sol.
Tan sólo un díscolo peón aguafiestas, alienado en exceso, siente morriña sí, pero no de su familia, sino de su querido montacargas. La nostalgia huele a estiércol, sostiene el señor Pliszka. El relato sobrecoge por su sutil e inocente aspereza, por esa disolución ácida, por esa mezcla de entusiasmo ingenuo y ceniza misantropía. Así, no tan florido como lo pintan, era quizás el majówka en tiempos pasados. Hoy en Polonia majówka es sinónimo de planes, de viajes y de reencuentros también. En Wrocław la primavera llegó precedida de jazz para todos los gustos. Coincidiendo con la Capitalidad Europea de la Cultura, Wrocław postergó su 52º Jazz nad Odrą. El Día Internacional de Jazz, el 30 de abril, el veterano Tomasz Stańko, volvió a subirse al escenario breslavo.
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Tomasz Stańko: “Jazz consists in how to teach ourselves”
De Reymont a los geeks del jazz en tiempos del PRL (República Popular de Polonia). Aquellos jazzmen del Este que caldeaban un puñado de piwnicas en plena guerra fría a ritmo de swing proscrito. Jazz más allá del telón de acero. La ciudad del famoso pacto también lo fue paradójicamente del Jamboree Festival, un oasis jazzístico en la órbita satelital soviética.
Porta sombrero, usa sordina y presume de canas en su rala perilla. ¿Quién es quién? Tomasz Stańko (Rzeszów 1942), uno de los mejores trompetistas vivos del momento. Junto al no menos genial pianista, Leszek Możdżer (heredero y nuevo referente del jazz polaco) y un breve séquito de insignes secundarios – Vitold Rek (contrabajo), Zohar Fresco (percusionista) y Tadeusz Sudnik (sampleador)- cerraron la 52ª edición del Jazz nad Odrą, reverso del Jazzaldia Donostiarra, en el año de capitalidad europea compartida. Al término del concierto de Hala Stulecia, ante unas 4.000 personas, pudimos hablar un cuarto de hora con el músico de Rzeszów. En esta ocasión nos recibe con gorra de hampa, look años 20, elegante y sencillo a la par. Tomasz Stańko toma asiento y responde cordial, afable, franco. Al igual que suena en el escenario.
¿Cómo ha cambiado el paisaje jazzístico polaco desde que usted tenía la edad de Leszek Możdżer hasta la fecha?
Pienso que por supuesto ha cambiado. Hablaba unos días atrás de que en esos tiempos en Polonia había muy pocos músicos dedicados jazz y por ello gozaban de muy buena posición en el ámbito artístico. Éramos en cierto modo una suerte de reyes porque podíamos viajar, podíamos dar conciertos fuera de Polonia. Tocábamos en París, Escandinavia. Recuerdo que en el 64 toqué en el Montmartre Jazzhus de Coppenhagen, en Estocolmo y en el Festival de Konigsberg.
Éramos viajeros, algo nada habitual para la Polonia de aquel tiempo y para la mayoría de los artistas de nuestro país. Sucedía lo mismo en el ámbito cinematográfico, gente como Polański, actores famosos, pintores y escritores deambulábamos siempre juntos.
Ahora es diferente porque surgen gran cantidad de jóvenes talentos y hay un montón de festivales de jazz en nuestro país. En 1964 y 1965 estuve tocando con Krzysztof Komeda, apenas pudimos dar cuatro conciertos en Polonia. Por entonces no había muchos sitios donde actuar. Sí, bueno teníamos un gran festival en Varsovia, el Warsaw Jamboree. Cierto había un par de geeks en Poznań. La situación ha cambiado completamente en la actualidad. Basta que veas la cantidad de gente que ha asistido a este festival.
¿Goza entonces el jazz polaco actual de buena salud?
Muy buena yo diría, pero el jazz en general también. Yo mismo he podido comprobar como Polonia goza de buena reputación en Nueva York. Recuerdo no hace mucho a unos chicos de Butler que me comentaron que estaban vendiendo muy buenas grabaciones polacas. En el fondo creo que no deja de ser un proceso natural. Polonia se incorporó más tarde al tren del jazz, pero ahora da sus frutos, lo cual es fantástico, especialmente para los músicos jóvenes.
Se ha referido a los jóvenes talentos del jazz en su país, ¿qué me podría decir sobre Leszek Możdżer? ¿Es la primera vez que actúan juntos? ¿Cómo surgió la idea de compartir escenario?
Leszek es muy mayor. Quiero decir, no es más mayor que yo, pero es muy famoso. Le conozco desde hace mucho tiempo, estuvimos grabando juntos, si no recuerdo mal, a raíz de algún trabajo para el cine. No hemos actuado juntos a menudo, pero siempre hemos sido buenos amigos y nos respetamos mucho. No es la primera vez que tocamos juntos, pero sí quizás la primera vez que estamos metidos de lleno en un proyecto ambicioso e interesante.
La idea surgió, como siempre en estos casos, de forma accidental. Leszek me propuso algún proyecto novedoso de cara al Jazz nad Odrą, festival del que es director artístico. No me apetecía acudir con temas antiguos, algunos de mis colaboradores habituales estaban además ocupados. Me atraía más la idea de proponer algo un poco arriesgado, por lo que se me ocurrió retomar mi experiencia pasada con Vitold Rek y entonces pensé que podría invitar a Leszek y su percusionista Zohar Fresco, al que conocí hace unas semanas. Hemos tocado juntos y es un percusionista excepcional y muy interesante. Dejamos aflorar las ideas y ver lo qué pasaba.
Según he leído usted decantó su carrera musical hacia el jazz a raíz de la asistencia a un concierto de Dave Brubeck y su orquesta en Cracovia. ¿Es eso cierto? ¿Qué queda de esa música en el jazz actual?
Dave Brubeck, eso fue en 1958, mi primer concierto en directo de jazz. Realmente esta música ha dejado de interesarme en la actualidad, pero en aquella época fue mi primera toma de contacto. Ya sabes, ese sentimiento que te produce la batería, el bajista pulsando las cuerdas, Dave, Paul Desmond… Ese tipo de atmósfera jazzística. Y sobre todo el escenario. El escenario era realmente exótico, totalmente nuevo, bastante atrevido para el momento.
Desde entonces el jazz se ha desarrollado muy rápido. En el fondo yo pertenezco a la segunda generación, la de 1963, no como Komeda, que el sí se cuenta entre los pioneros. Ellos fueron realmente reyes, reyes de nuestra sociedad, porque Leszek llegó ya más tarde.
En calidad de intérprete, pero también de compositor, ¿de dónde extrae uno ideas para sus nuevas composiciones?
En mi último, no mi penúltimo trabajo, me dejé inspirar especialmente por la pintura de Oskar Kokoschka y en especial en su Retrato de Martha Hirsch mientras estaba escribiendo Dark Eyes. También hay algo de influencias escandinavas, pensando en algunos creadores fineses.
Últimamente he vuelto a pasar por el estudio con el New York Quartet. A partir de junio vuelvo a tocar con músicos norteamericanos.
Miles Davis cursó estudios en la Julliard School of Music usted se formó en la Akademia Muzyczna de Cracovia. ¿Qué importancia tiene el estudio académico en la formación del músico de jazz?
Es una pregunta de muy díficil respuesta, porque el jazz es una disciplina artística donde lo importante es saber cómo aprender. Debemos adquirir recursos propios para saber cómo aprender. Eso es lo verdaderamente importante para nosotros, la única forma de forjar nuestra personalidad.
Por supuesto que cualquier escuela ayuda y facilita ese aprendizaje, especialmente si tienes buenos profesores, y profesores de jazz. Muchas de las nuevas generaciones proceden de las escuelas de Boston y Berkeley. Yo estudié música clásica, por supuesto que ayuda, pero el jazz es algo más que eso. Tenemos que enseñarnos a nosotros mismos. La pregunta que me haces es muy difícil de responder.
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Era el Día Internacional de Jazz y desde el mediodía una Dixieland Band paseaba su estrambótico correcalles por los aledaños del Rynek. La comitiva se dejó sentir hasta las mismísimas orillas del río Odra, que da nombre al festival, para luego, poco a poco, disolverse camino del Hala Stulecia (Pabellón del siglo), en dirección a Biskupin, allí donde muere la línea 2 del tranvía.
Como viene siendo habitual, la gala de clausura consta de una jam interminable. Una jam perfectamente milimetrada, valga la contradicción, que puede prolongarse por período de siete u ocho horas. En el centenario Hala Stulecia, construido cuando Wroclaw aún era Breslau, y por tanto con algún resquicio germano aún visible, se habilitaron para la ocasión un total de tres escenarios. En el principal, con un aforo para más miles de personas, desfilaron además de Stańko y Możdżer y su Newelectronic, la Rapsodia Barbare de Michel Aumont (Grand Orchester ArmorigenE), la vocalista Urszula Dudziak, la Jazznova con Paul Randolph y la Nonkeen bajo la tutela de Nils Frahm. Sin olvidar a los Skicki-Skiuk, vencedores del certamen jazzístico. Sus jovencísimos integrantes demostraron tener ideas propias sin por ello mancillar la tradición con excesos burdos y extravagancias gratuitas.
En los espacios anexos nombres habituales del Jazz nad Odrą como Kuba Stankiewicz o ´nuestro´ Andrzej Olejniczak y su Bask Quartet. Tampoco faltaron propuestas de índole más étnica como Milos Kurtis & Orkiestra Naxos o Marinita Amir Shahsar.
Un antológico sólo de pandereta de Zohar Fresco, tal como lo oyen. Y la prodigiosa intuición pianística de ese rubiales flacucho capaz de todo y llamado a ser uno de los grandes del teclado de su promoción. Leszek Możdżer, lo tiene todo para alcanzar la cima, hasta cae simpático. Y a pesar de esa apariencia desenfadada y posado gafapastas grunge con zapatillas tenis a medio atar, logra al piano momentos de suma profundidad, para retornar al desenfado cuando le place y otra vez sumirse en poético trance. Leszek exhala jazz del bueno por todos los poros.
Pero claro, cuando el señor Stańko, toma el testigo, apunta su latón hacia arriba -protegiéndose del foco o aullando a la Luna- y suena So nice, entonces reduce de un sólo soplido a banal mediocridad todo lo que el resto de los mortales creamos, incluido el skat acrobático, mitad circo mitad cacatúa, de la charlatana Urszula Dudziak.
Hay quien todavía merece, y debe, pasar de vez en cuando por un estudio de grabación. A veces la vida, los días de majówka deparan sorpresas agradables, incluso al más escéptico. Es lacht der Mai.
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