En la historia de la música se han cuajado revoluciones por doquier que se condensaron en nuevos experimentos. Si atendemos al hecho occidental de hace ya más de mil años, el que de repente apareciera una línea roja rompiendo el esquema de los neumas in campo aperto fue algo que cambió radicalmente la forma de entender el uso de la música. Tropos, Polifonías y la literatura instrumentística, por citar un mínimo, rompieron en los albores del Renacimiento los esquemas anquilosados de la música religiosa para radicalmente lanzarla por otros derroteros. Bach y Beethoven, nombres tan encumbrados, son hijos de estas revoluciones; ¿Por qué no incluir también a Elvis Presley?
El caso que nos lleva en estas líneas, desgraciadamente, no ha conformado un hito histórico en su momento. Las Sonatas del Rosario de Heinrich Ignaz Franz von Biber no lo fueron en el Salzsburgo del XVII por un desgraciado motivo, y es que era tan brillante la producción musical que brotaba sin cesar en el territorio que no se pudo convertir en una de las obras más insólitas de la historia de la música. Athanasius Kircher, en su Musurgia Universalis de 1650, hablaba de este Barroco temprano como la época de la libertad absoluta en la búsqueda de la belleza, especialmente en la literatura para instrumentos, diseñada para mostrar el ingenio del instrumentista a través de composiciones inusuales, o por lo menos rompedoras. Desgraciadamente Biber, como genial virtuoso del violín, tuvo que lidiar, entre otros, con la posición histórica del otro instrumento rey del momento y con el organista Alemán Dietrich Buxtehude el cual sí ha ganado su sitio en la historia por ser tan influyente en la obra de J. S. Bach. Otros, quedaron olvidados como Erlebach cuya obra está perdida debido a un grave incendio en 1735.
Este momento histórico, me valga este símil, son fuegos artificiales que provocaron que la gran estructura musical del momento fuera poco a poco hacia adelante. No hablo en este caso de un ser individual, sino de muchas mentes avispadas que no la tambalearon, quizás tampoco la destruyeron y reestructuraron, sino que con esfuerzo de titanes -o simplemente sin ánimo de hacer nada más que algo “diferente”- le dieron la vuelta y la redireccionaron para llevarla hacia Bach, cumbre de la música.
Las Sonatas del Rosario son fruto de estos movimientos acaecidos en ese Salzsburgo. Aunque no se sabe a ciencia cierta cuál es el nombre real de esta recopilación de 15 sonatas escritas por Biber, puesto que la portada del manuscrito no existe, han tomado el título de Sonatas del Misterio o Rosenkranzsonaten (Sonatas del Rosario) por los 15 grabados que se encuentran incrustados en el manuscrito, uno a uno en los diferentes movimientos de la obra, y que representan los misterios del rosario. No perteneciendo a este manuscrito, se cree que éstas fueran cortadas de cualquiera de los devocionarios de la época publicados por las hermandades activas en la Europa central del S. XVII, especialmente en la región, y a las cuales Biber y su esposa pertenecían. Estos devocionarios fueron muy famosos y utilizados en la época, además de ser una práctica no litúrgica muy extendida el realizar sesiones de oraciones al Santo Rosario mediante música, por lo que se cree que el propio compositor escribió este tipo de literatura para el culto. No es extraño este tipo de prácticas religiosas contrarreformistas en este momento cuando los propios teóricos de finales del Renacimiento se hicieron eco de los tratadistas griegos y encontraron que el alma como ente inconscientemente vibra por simpatía como si fuera una cuerda cuando ciertos sonidos la excitan, teorías que nos llevan desde los neopitagóricos y la Armonía de las esferas a las teorías de los afectos que van a impregnar el Barroco musical. Bajo estas premisas, Biber compone una obra devocional que encripta bajo una serie de técnicas compositivas algo rebuscadas.
Al lado de las imágenes del manuscrito, al igual que si fuera la clave de cada uno de los pentagramas, se detalla una de las técnicas interpretativas más curiosas que unifican la obra, que es la técnica de la scordatura. Para quien no conozca la misma, es una técnica común barroca que consiste en cambiar la afinación convencional de las cuatro cuerdas del violín por lo que el timbre del instrumento cambia. Esta técnica es de obligado uso en todas las sonatas menos en la Sonata I Anunciación y en la Passacaglia final Ángel guardián, incluso en la Sonata XI Resurrección se indica que las cuerdas intermedias del instrumento tienen que cruzarse por lo que se requiere que las mismas lo hagan en la parte del puente y en la parte superior del batidor. Simbólicamente, aparece el signo de la cruz en el instrumento. Aún así, la lectura en el pentagrama es la común para el instrumentista, no variando su escritura, por lo que las diferentes melodías y armonías que conforman la obra son el proceso de una escritura encriptada que sin duda sorprende al intérprete.
Lisa Tur Bonet junto con su ensemble MUSIca ALcheMIca se ha vuelto a embarcar en una grabación de referencia; ya lo hizo con sus inéditos de Vivaldi y esta vez ha sido un acierto. No hay muchas grabaciones de este obra, a Biber se le está descubriendo en estos años por lo que después de la de Andrew Manze y Beznosiuk es todo un lujo encontrarte con este proyecto de nuevo. La solista crea una versión extrema, muy sobria y contrastada; la actuación de sus compañeros en el mismo también es de sobresaliente, conscientes de la dificultad de la obra: Se les echa de menos si escuchas la Passacaglia después de navegar entre las quince obras anteriores. Aún así, Bonet es pura fantasía: me sorprende como contrasta su juventud y curriculum con la madurez de su interpretación, la extraña simbiosis que hace que esta obra rezume otro tipo de aires.
Para PanClassics, también un aplauso. Me ha encantado la información propuesta por la propia intérprete en cada una de las sonatas, una apertura de sus sentimientos que hace que la obra la entiendas mejor y ésta es complementada con un carrusel de fotografías que explican visualmente la experiencia sensorial. Sin duda, un complemento para una biblioteca musical que tiene que estar en la balda principal.
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