Doce Notas

Biber y Savall: el esplendor Barroco

cdsdvds  Biber y Savall: el esplendor BarrocoHeinrich Ignaz Franz Biber (1644-1704) ingresó en la corte austriaca como prometedor violinista y maître privado con poco más de veinte primaveras recién cumplidas. En un breve período de tiempo alcanzó la gloria. Así lo atestiguan las palabras de Thomas Weiss, por entonces rector de la universidad de Salzburgo, quien asistió al estreno de la Missa Salisburgensis que ahora nos ocupa: “¡Oh Dios, oh seres celestiales! Suenan, cantan, alaban: difícilmente hay alguien en el templo que no lo escuche. Los presentes quedaron sobrecogidos, con la impresión de estar en el cielo”.

Pero Biber, como muchos otros de su época, pronto cayó en el olvido. Su Missa tuvo que ser redescubierta a finales del siglo XIX en una verdulería de la ciudad, como también ocurriera con las partituras de Bach en manos del charcutero que proveía a Mendelssohn. Las vicisitudes no acaban ahí, pues durante muchos años se atribuyó la obra erróneamente al romano Orazio Benevoli –aunque éste jamás hubiera puesto los pies en Salzburgo, según cuestiona el profesor Ernst Hintermaier en el extenso libreto que acompaña el disco–.

Estrenada dos siglos antes de que fuera recuperada, con su Missa Biber pretendía aprovechar al máximo la excepcional acústica de la catedral de Salzburgo, como prueban los énfasis extáticos de las voces. Al respecto, toda la Missa es puro júbilo y exaltación: a la explosiva manera de cerrar el “Amén” de la Gloria me remito, por ejemplo; o a la introducción del órgano en el “Miserere” que abre el Agnus Dei, que compunge el alma. Su complejidad contrapuntística supera en maestría a otras mentes barrocas, aunque nunca pueda superar al inevitable genio de Bach y pese a que Jordi Savall haya tenido que esforzarse mucho para reducir el volumen del coro en esta versión.

Originariamente escrita para 54 voces, Savall ha adecuado la formación coral en función del espacio en el que se grabó a principios de año: la íntima –y ya habitual– colegiata románica del castillo de Cardona. Para esta ocasión, Savall ha contado con sus tres formaciones permanentes –La Capella Reial de Catalunya, Le Concert des Nations y Hespèrion XXI–, entre cuyas filas reaparecen viejos amigos del maestro: Pedro Estevan, Eduardo Egüez, Manfredo Kraemer, Dani Espasa y un largo etcétera; y en las voces: David Sagastume, Daniele Carnovich, Pascal Bertin y LLuís Vilamajó, entre otros muchos nombres.

No será ésta la única vez que Savall se acerque a la obra biberiana. En el catálogo de Alia Vox también cuenta con el Requiem y la Missa Bruxellensis de Biber. De este repertorio ya conocido, Savall rescata para este nuevo disco la Battalia del mismo autor, añadiendo a la Missa Salisburgensis un motete (Plaudite Tympana, de 1682) y la Sonata Sancti Polycarpi (de 1673), más una fanfarria compuesta por un contemporáneo del propio Biber: Bartolomé Riedl (1650-1688).

No puede ser más acertada la idea de incluir aquí a Riedl. Su pieza abre el disco con el eco lejano de una triunfal trompetería que se va acercando progresivamente con un ritmo de tambores marcando la marcha. Paradójicamente, aunque la pieza incite los sentimientos belicosos, se desarrolla con formas vitalistas y hasta alegres, sin pomposidad ni grandilocuencia. La fanfarria de Riedl enlaza con la siguiente pieza contenida en el disco (Plaudite Tympana) por medio de unas breves líneas de viento y percusión. Dicho motete, escrito por Biber al mismo tiempo que su aclamada Missa Salisburgensis, rinde culto a San Ruperto, patrón local. Efervescente y de ánimo tan contagioso como la anterior, esta pieza se caracteriza por sus repentinos cambios de guión melódico, falsos finales y demás juegos de expectativa sonora que buscan sorprender al oyente. La Sonata Sancti Polycarpi, sostenida por una gran cantidad de vientos, hace de bisagra entre la citada Missa Salisburgensis y la revisión de la magnífica Battalia de Biber que completa el disco.

Describe esta Battalia à 10 (1673) la particular celebración que hace Biber a la victoria sobre los otomanos, todo ello sazonado con festejos casi báquicos pero que, entre marchas militares, las cargas de los mosqueteros y la propia confrontación bélica, no se olvida del lamento de los heridos, como en el sensible Adagio final. Biber experimenta aquí con arriesgados ejercicios de estilo en muchos momentos, ya sea imitando el trote de los caballos en un ágil Presto de gusto muy nymaniano o bien forzando un imaginativo enredo contrapuntístico en un juego disonante cargado de humor (Allegro), o sirviéndose de staccati de los arcos sobre las cuerdas del violín para reflejar los pasos de la soldadesca mientras que las percusiones se encargan de los cañonazos y disparos de los arcabuces. Esta excelente secuencia de piezas breves es el aliciente perfecto para un disco esencial en la colección savalliana que, como no podía ser de otra forma, nos obsequia también con un libreto profusamente ilustrado y con textos en varios idiomas.

 

Salir de la versión móvil