Dos directores belgas, nacidos en el mismo año (1946) para más señas, me refiero a Paul van Neven y a René Jacobs cruzaron sus agendas en Cracovia, ambos con el evangelio de San Juan descargado en el ebook. El primero rescató del olvidó la Pasión según San Juan de Cipriano de Rore (1515-1565), dos siglos anterior a la de Bach, cuya dirección asumió Jacobs.
Siete días tiene la semana y siete conciertos los Misteria Paschalia. Un pretexto más para conocer la capital de Galizia y su rico patrimonio eclesial. Si es que tiene sentido hablar de vencedores y vencidos en un festival de música, menos aún en uno de música sacra, sostengo que Van Neven le ganó la partida, el duelo, a su compatriota Jacobs. El Huelgas Ensemble sonó más sincero, más profundo, menos teatral que la Akademie für Alte Musik Berlin y el RIAS Kammerchor. Se impuso el evangelio de San Juan en su versión antes de la reforma, o lo que es lo mismo antes de Bach.
Lunes Santo
A Nicolo Jomelli se le fue un poco la mano cuando concedió casi tres horas de música al frustrado parricidio elucubrado por Abraham. Para suerte del primogénito, futuro del judaísmo y cristianismo, Isaac logró salir ileso del achaque demente paterno. Isacco figura del Redentore, lleva por titulo este oratorio dramatizado plagado de recitativos que ralentizan la acción por todos conocida. Diego Fasolis, I Barocchisti y la Capella Cracoviensis, se encargaron de abrir la 12ª edición del Misteria Paschalia en la Filharmonia Krakowska. Del despliegue vocal, uno se queda con la cuerda del bajo Carlo Lepore. Tanto por registro como por declamación, sobresalió del quinteto solista.
Martes Santo
Dos siglos antes que el Cantor de Leipzig, Cipriano de Rore (1515-1565) aprehendió el Evangelio según San Juan. En latín flamígero, sin apenas fastos orquestales (dos sacabuches y una escueta sección de viento madera) destiló de Rore el sincretismo místico del desenlace evangélico. Austeridad e introspección hechas música. Su versión contrasta con el despliegue de medios exhibido en obras posteriores, entre ellas la homóloga pasión bachiana. Que duda cabe que la dicción del idioma condiciona su transposición al canto. Se mire por donde se mire un texto cantado en latín siempre nos parecerá más solemne y adusto que cualquier otro entonado en una lengua vulgar, sea cual sea su contenido.
En una sociedad tan laica, o fariseamente religiosa, apelar al auténtico sentido de la Semana Santa tiene su dosis de atrevimiento. Con los Misteria Paschalia sucede igual que con nuestra Semana de Música Religiosa de Cuenca, ambos contribuyen, música mediante, a reavivar la cenicienta lumbre religiosa del ser moderno. Quién sabe si músicos como Savall, Van Nevel o Jacobs ejemplifican hasta cierto punto, con su quehacer diario, la difícil salvaguarda del menguante y oculto ‘yo espiritual’.
En tardes desapacibles, las techumbres altas contribuyen a ablandar nuestra coraza laica. Visos de tormenta. Al socaire gótico de Santa Catalina de Alejandría -lejos del bullicio cracoviense- halla el descarriado refugio provisorio. Ya dentro, la iglesia repleta hasta el confesionario, los oyentes no prescinden de sus rebecas por mucho calor humano que desprendan los atestados bancos.
Y entonces surge de la penumbra, apacible, diapasón en mano, fray Paul van Nevel. Su rostró de bon vibant presagia una delicatesen monacal, si me permiten el oxímoron. Cipriano de Rore, el amanuense armónico, recobra la voz cinco siglos después.
Verdadero espíritu de Semana Santa, de retrospección, el que consiguió engendrar en poco más de una hora el belga Paul Van Nevel y su prestigiosa formación vocal de resonancias ibéricas, el Huelgas Ensemble. Empezando por el escenario, la iglesia de Santa Catalina de Alejandría. Esta joya gótica se incrusta en un ángulo muerto del casco viejo de extramuros, casi adosada al barrio judío de Kazimierz. Pese a su imponente planta no siempre es fácil dar con ella. Nadie se desprende del abrigo. La pascua polaca, desde que el cambio climático es trending topic, se empecina en imitar a la Navidad.
La obra de Cipriano de Rore no es tétrica ni tenebrosa, apenas un escueto y breve Crucifige, crucifige eum quebranta su calma. Misticismo, discreción y meditación a fuego lento. El último pasaje antes del Agnus Dei Final – sonaba entonces el et inclinato capite- es fiel reflejo sonoro del reposo. Sosiego parece emanar, por contra, esta pasión, pasión contenida debiéramos por tanto decir. Un sentimiento de plenitud embarga al oyente y por irreverente que pueda sonar, ¿no es ese último suspiro en el fondo una exhalación de placer?
Las notas conforman líneas veteadas, orden y desorden se confunden. Van Nevel, se diría que las dibuja en el aire, su mimo frasea y da sentido a las voces. Ayudándose de un rico pentagrama gestual se basta para desencriptar y revelar ideas concebidas casi 500 años atrás. Nos muestra las costuras del contrapunto para luego difuminarlas y disolverlas en el lienzo etéreo. Y qué es la armonía, sino una aleación de voces.
El sonido de la madera, reconfortante también. En raras ocasiones el fagot procura bienestar al oyente, doblando aquí a menudo la línea vocal. El narrador y sus sobrios incisos hacen más audible e inteligible el texto latino. Genial caracterización vocal de Pilatos. Su registro de contratenor revela la inteligencia del compositor, al captar con este registro (ni femenino, ni masculino) la ambigüedad y cobardía del gobernador. Curiosamente San Pedro también declama en idéntica tesitura.
Van Nevel es una de esas pocas personas, con el don de leer y hacer leer a los demás. Sus gestos no subrayan, sino funden voces, guiando su convergencia. El director del Huelgas Ensemble y su extemporáneo compatriota Cipriano de Rore dejaron claro en Cracovia porque, siglos atrás, la música flamenca tuvo su momento de gloria. En pleno siglo XXI siguen siendo directores como Van Nevel, Herreweghe o Jacobs, quiénes nos recuerdan a diario el legado de la polifonía flamenca. La Pasión según San Juan de Rore es digna de no perecer y bien merece ser resucitada, aunque sólo sea por estas fechas, bajo pretexto pascual.
Miércoles Santo
No me negarán que el look de Jordi Savall guarda cierto parentesco facial con el pantócrator de Sant Climent de Taüll. Alfa y presente de la cultura catalana: el románico y la viola de gamba. Hay fisionomías que magnetizan por sí solas. No a San Climent, però si al macizo de Monserrat se trasladó el músico catalán para deleitar por enésima vez al público cracoviense, que parece abonado a Savall en Semana Santa, como Sevilla a la madrugá.
Regresamos por vez segunda a la Iglesia de Santa Catalina de Alejandría. Su gótico imponente parece extraer lo mejor del intérprete, acústica y espiritualmente hablando. También sucedió en el caso del Hesperion XX y la Capella Reial de Catalunya. En el bachillerato servidor había oído perorar sobre el célebre Llibre Vermell de Monserrat, pero debo reconocer que su música me era absolutamente ignota hasta el pasado Miércoles Santo. Llibre Vermell-Monserrat-La Moreneta, encierran en sí un misterio trinitario, que ni pintado para el festival que aquí nos atañe. Ácaso uno de los más valiosos tesoros sonoros de la alta Edad Media mediterránea, en cuyo pecio Savall realiza constantes inmersiones desde hace casi 40 años. Umberto Eco hizo lo propio en el ámbito literario.
El nombre de la Rosa y los Carmina Burana, ya me perdonarán la burda asociación. A una mezcla de ambas me supo esta primera y deliciosa audición de fragmentos escogidos montserranencs. La diosa fortuna interpuso un pilar gótico de tres metros de diámetro entre quien escribe y el escenario. No estoy facultado, por ello, para describir el maravilloso efecto escénico del Hesperion XX y la Capella Reial de Catalunya, y su juego de caleidoscópicas luces. Savall postrado, los quevedos caídos y larga la bufanda carmesí (estola se diría) casi alfombrando el suelo, dirigía desde el rebec (viola de pequeño formato). Entre los resortes vocales, timbres conocidos como el de Maria Cristina Kiehr, Víctor Sordo, Francesc Garrigosa o la joven soprano sevillana Rocío de Frutos. Sobre el altar una nómina de instrumentos no precisamente coetáneos al oyente. Hasta hace unas décadas más habituales en museos que en salas de conciertos: cornamusas, zanfonía, kanun, salterios y percusiones seculares. Los focos inciden de tal forma que un halo de incienso, sugestión de incienso para ser exactos, envuelve a los músicos cual la aureola del plenilunio.
Stella splenden, Polorum regina, cuncti simus concanentes,… Al deslizar la vista por la selección escogida, el parentesco con Carl Orff parece casi inevitable. En total diez cantos, algunos de ellos en catalán medieval que dejaron de nuevo en estado de tránsito transitorio a todos los presentes. En el Ad mortem festinamus, uno intuye el neuma del Dies Irae y entonces empieza a atar cabos. Sus últimos compases nos llegaron paulatinamente apagados, a oscuras. Las cinco voces masculinas se retiraban en silencio por la nave central y el cenit lumínico menguaba en perfecta sinestesia con el canto. Cual abades de Monserrat hicieron discreto mutis tras del oficio vespertino y se perdieron más allá del ábside posterior.
Jueves Santo
En el epicentro de la Semana Santa cracoviense se insertó la segunda Pasión a partir del evangelio de San Juan. Colas ante el flamante Centro de Congresos ICE a orillas del Vístula. Al mismo tiempo colas ante los reclinatorios y confesionarios de la vieja capital polaca. El auditorio más vanguardista de Polonia recibía la Akademie für Alte Musik Berlin y el coro de la RIAS, con su titular, René Jacobs, al frente. Instrumentos de época y criterios historicistas enfundados en arquitectura del siglo XXI.
No debiera conllevar incongruencia alguna que Bach se escuche en una sala concebida para fastos de calibre bruckneriano y acústicas de laboratorio. Lo cierto es que, después de escuchar a Van Neuvel y Savall en escenarios (musical e históricamente) verosímiles -el historicismo llevado a sus últimas consecuencias, en definitiva-, la licencia de Misteria Paschalia con el ICE rezumaba cierto paganismo. Ese desfase histórico condicionó en parte la audición. La larga pausa intercalada, entre la primera y segunda parte de la Pasión BWV 245 de Johann Sebastian Bach, se me antoja una concesión tan innecesaria como inapropiada.
A mi juicio, la dichosa pausa constituye el mayor reparo que se puede achacar a la exquisita organización del festival. No llevábamos media hora de música, cuando Jacobs y los suyos se retiraron del escenario. Uno puede entender que se seccione, por mor de su extensión, la Pasión según San Mateo. En el caso de la Pasión según San Juan, programadores e intérpretes debieron ser congruentes y acometer la obra de Bach de principio a fin sin interrupción. En la pausa (media hora, tan larga como la primera parte), la copa de cava, el small talk y el mercadeo de cedés, dinamitaron por los aires la atmósfera del Jueves Santo. Servidor, herido en su orgullo agnóstico-practicante, optó por seguir la segunda parte desde casa a través de la excelente retransmisión en directo de Radio Dwójka. Y comprobar así como las ondas radiofónicas a menudo seducen más que la flamante reverberación directa. Y es que determinadas músicas demandan penumbra y no focos. Por momentos parece uno reencontrar así a su extraviado yo espiritual.
Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Resurrección
Nada podemos aducir en contra o a favor de los tres conciertos finales, por no haberlos presenciado. Uno lamenta especialmente no haber asistido al sábado de tinieblas, en la Capilla de Santa Kinga de las famosas Minas de Sal de Wieliczka. A cien metros bajo tierra tuvo lugar la interpretación de las Leçons de Ténèbres de Marc-Antoine Charpentier y las Trois Leçons de Ténèbres pour le Mecredi Saint de François Couperin. Todo un acierto dramatúrgico y a buen seguro una garantía de coherencia musical, a tenor de los intérpretes seleccionados: Les Talens Lyriques de Christophe Rousset. Pocas veces texto y pretexto van tan cogidos de la mano: Sábado Santo, subsuelo terrenal-santo sepulcro y Léçons de Ténèbres. Di que sí, una carambola a tres bandas.
La Academia Montis Regalis de Alessandro de Marchi con el oratorio La Sete di Cristo (Bernardo Pasquini) y la Academia Bizantina de Ottavio Dantone con Jephta (G.F. Haendel) completaron, Viernes Santo y Domingo de Pascua respectivamente, otra nueva edición de un festival que, año tras año, aposenta su preeminente cátedra en el cónclave europeo la música sacra.