Evaristo Fernández Blanco nació en Astorga en 1902 y desarrolló su vida profesional en ese viejo Madrid que el disco enuncia. Fue alumno de Conrado del Campo, como lo otros dos compañeros de esta grabación, y se involucró en las esperanzadoras tareas de la República. La Guerra Civil truncó su trayectoria y difuminó su recuerdo hasta extremos absurdos; aunque su longevidad (vivió hasta 1993) le permitió comprender que ni tras el fin de la dictadura franquista vería recuperada su obra. El Trío en do mayor es obra juvenil, compuesta en 1927, alegre y libremente influenciada por el jazz de su momento. Oída hoy sorprende su frescura y atrevimiento y, sobre todo, provoca perplejidad que esté fuera de cualquier canal de recuerdo; ni editada ni grabada ni interpretada.
Ángel Martín Pompey nació en el mismo año que Fernández Blanco, 1902, en la localidad madrileña de Montejo de la Sierra. Con mayor dificultad que su coetáneo logró abrirse paso en el aparato educativo madrileño hasta dar con las clases de Don Conrado. Tras la Guerra, en la que milita en el bando republicano, consigue sobrevivir como asistente del Conservatorio de la capital y como maestro de música del Colegio del Pilar durante 40 años. Como compositor, trabaja desde el silencio y la reserva depurando su escritura y sin apenas dar que hablar. El trío Manolas y Chisperos, subtitulado “Evocación del viejo Madrid”, es del año 1953 y no hay noticias de que se haya escuchado hasta la presente grabación que, posiblemente, constituya su estreno mundial. El título del trío remite al Madrid dieciochesco, con todo ese mundo que nos hemos acostumbrado a llamar goyesco. En sus cinco movimientos hay, desde luego, boleros y seguidillas y ritmos característicos de ese momento que ya solo recordamos por Boccherini y otros músicos de esa Ilustración española corta, pero mucho mejor que lo que vendría luego. Pero, al margen de la evocación de un Madrid tan viejo como de casi dos siglos anterior, la música muestra un inconfundible sabor a siglo XX, templado en lo musical, prudente en la experimentación, más neoclásico, pero inscrito en un imaginario musical que los españoles hemos decretado su inexistencia.
Gerardo Gombau es el más joven de los tres. Nacido en Salamanca en 1906, también llegó a Madrid para realizar estudios en los que la presencia del inevitable Conrado del Campo crearía marca. Gombau fue también el primero en dejarnos, en 1971, a una edad que presumimos prematura. Y es que el salmantino fue una leyenda en los ambientes de vanguardia al ser el único maestro de la vieja escuela que se pasó con armas y bagajes del lado de la nueva música, abandonando un nacionalismo bien resuelto pero que amenazaba ruina, y llegando a practicar hasta la música electrónica, lo que en los sesenta en Madrid era todo un esfuerzo. Como profesor del Conservatorio de Madrid fue el principal sostén, sino el único, que tuvieron los vanguardistas en un terreno francamente apache. Su Trío en fa sostenido, del año 1954, es obra de tránsito y alcanzó buena recepción, ganó el Premio Samuel Ros de música de cámara y tuvo buenas y justas críticas. Su escucha ahora corrobora esa impresión, es obra sólida, conducida con mano de maestro y con momentos musicales sorprendentes dentro de un estilo híbrido que ahora gana mucho, superadas las batallas estéticas de hace sesenta años.
Lo que más sorprende de esta elección de obras para la última grabación del Trío Arbós es esa sensación de irrealidad, como si nunca hubieran existido, ni casi sus autores. Se trata de música excelente que, tras haberse templado el debate sobre la modernidad obligatoria de la música en el siglo XX, suena muy bien. ¿Cómo es posible que estemos ante música prácticamente sepultada? La Guerra y su larga continuación política tiene mucho que ver, desde luego. Pero da la impresión de que el franquismo se alía con una inseguridad secular a la hora de creernos sujetos de alguna historia musical propia. ¿Qué se le puede reprochar a estas obras? ¿Que no inventaran de nuevo la música de cámara? ¿Que no implantaran un nuevo lenguaje musical? ¿Que no llevaran a sus últimas consecuencias los conceptos de forma o invención? Para qué seguir… Hay una especie de fatalidad que nos lleva incluso a preguntarnos si existió realmente ese viejo Madrid que dice una de sus obras y que recoge la grabación. Parece, más bien, que Madrid es una ciudad condenada a no envejecer, obligada a una renovación pueril que desdeña cualquier pasado propio y construye escenarios provisionales que nuestros herederos desbaratarán rápido para sustituirlos por otros igualmente efímeros y baratos.
En todo caso, el intento del Trío Arbós es mucho más que loable. Con una trayectoria sólida, lo que incluye lo discográfico, se atreve con un material que es habitualmente desdeñado y lo pone en valor magistralmente. Lo hace, además, con esfuerzo, ya que las obras había que sacarlas del olvido, lo que implica buscar en bibliotecas y archivos; y es que nada es fácil en este Madrid tan gaseoso. Su interpretación de los tres tríos es memorable, con fuerza y claridad interpretativa, consiguen los tres miembros de esta formación que estas hojas de árbol abandonadas suenen como si fueran jóvenes, robustas y firmes. Con ello nos recuerdan que nuestra historia es cruel, incluso la de la música, pero desde un espacio sonoro amable y atrayente. Tres grandes maestros perdidos en notas a pie de página resucitan con ganas de hacerse oír. Un nuevo intento de acabar con la maldición del “viejo” Madrid y apostar por un Madrid que aprenda a madurar y a valorar lo que hace.