Schubert compuso las tres Sonatas para violín y piano, op. 37 entre marzo y abril de 1816, a los 19 años, bajo el título de Sonatas para piano con acompañamiento de violín. Pero aquí no deja lugar a dudas: el violín no es un instrumento secundario, sino que se ejecuta con la misma importancia e independencia que el piano, aspecto que se evidencia en la interpretación perfecta y equilibrada de los músicos y el diálogo entre ambos instrumentos.
Por otro lado, su publicación póstuma como Sonatinas, literalmente “pequeñas sonatas”, hacía intuir piezas fáciles adecuadas para estudiantes, de poca exigencia técnica y carácter ligero, razón probable por la que se subestimaron estas obras y son de las menos conocidas en el catálogo schubertiano. Los intérpretes, por su parte, han decidido utilizar el título original de Sonata que empleó el mismo compositor, devolviendo estas piezas a una posición más apropiada.
Contemporáneas de la Sinfonía n. 4 en Do menor “Trágica”, estas sonatas incluyen reminiscencias a la música de Mozart y Beethoven pero también revelan elementos distintivos de la obras de Schubert, como las melodías líricas, las ambiciosas modulaciones a tonalidades alejadas y las repeticiones. Aunque la calidad de esta grabación no reside tanto en la calidad de las piezas, que sin ser las mejores de Schubert tienen su gracia, sino en su propia interpretación.
Como en el primer volumen, el acercamiento que realiza Cotik, también productor en este disco, se basa en la investigación del contexto histórico de cada pieza con el objetivo de conocer la práctica habitual en la interpretación en el momento de su composición. En el libreto que acompaña al CD están disponibles, de forma breve pero concisa, las anotaciones del violinista sobre su investigación, las dificultades encontradas (como la notación o la afinación de los instrumentos) y las decisiones interpretativas que ha tomado para logar un sonido lo más fiel posible (como el uso que se hace del vibrato en el violín o de los pedales del piano).
Gracias a esta interpretación tan diligente, Tomas Cotik y Tao Lin nos transportan a la Viena del siglo XIX, en la que la clase media se entretenía en reuniones privadas con familiares y amigos, en los conciertos públicos o en el teatro. Incluso se puede hablar de una auténtica Schubertiada.
El resultado es un disco cuidado y trabajado hasta el más mínimo detalle, que conserva la creatividad, la espontaneidad y la elegancia de la música de cámara y, por si fuera ya poco, recoge la sensibilidad romántica de Schubert. El propio compositor austríaco dijo que “cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción”. Así mismo, este disco no supone un esfuerzo para el oyente, sino un divertimento y, ciertamente, una gran satisfacción para el aficionado y el melómano.