Doce Notas

La mudanza. Compositores Polacos V. Mieczyslaw Wajnberg

notas al reverso  La mudanza. Compositores Polacos V. Mieczyslaw Wajnberg

Mieczyslaw Wajnberg

Los blogers, los dichos, los redichos siempre damos con ese nombre que nadie conoce. Todos tenemos el derecho y deber de emanciparnos de la grey. En los tiempos que corren se trata casi de una cuestión de salud mental. El enésimo tema inédito de los Bob Dylan, esos compases traspapelados de Haendel y, por supuesto, el famoso compositor injustamente olvidado. Todo sea por alimentar la leyenda.

Anonimato y celebridad se imantan entre sí como todos los extremos. Bach es hoy ante todo un concepto, una idea; una entidad, una deidad, una gónada. Un acrónimo de cuatro siglas para muchos compositores posteriores. Y sin embargo fue hijo, padre… y abuelo prolífico. Como Shakespeare forman parte ya de los pilares de occidente. Compositores incorpóreos, fundidos en una cultura que abraza varios siglos. De tan incorpóreos se diría que anhelan el anonimato. Tan anónimos como Confucio, Homero o los evangelistas.

 

La injusticia del olvido y la justicia poética

¿Y por qué la memoria es justa o injusta y por qué algunos trasladan a la poesía atributos jurídicos? A la hora de enjuiciar una creación artística siempre miro al reverso la fecha de caducidad. Hay canciones del verano, como su nombre indica: “canciones del verano”. Las canturreamos hasta la saciedad cierto día. Apenas cinco o seis años después las reseteamos inconscientemente para dar cabida a más hilo musical de dudoso valor nutricional pero de digestión inmediata. La sobreexposición musical a la que estamos expuestos más bien poco dice de su calidad. Hay notaciones musicales, vagas, borrosas, evaporadas casi, que cuatro o cinco siglos después, quitan el sueño al hombre del siglo XXI. La fe casi ciega en la historia como criba artística ha configurado mi criterio estético, pero tarde o temprano uno se plantea un back up.

Una relectura de periódicos viejos. Esos recortes que ya muy pocos guardan. No en vano empiezan a escasear los compradores de diarios. Descubrimientos olvidados ignorados en la bodega de la letra impresa. Recuerdo aquel recorte que archive con una muesca en la página impar y años más tarde conservé, indulté por segunda vez, por la página par. La historia se reescribe dicen, pero sin salirse en exceso de la trazada principal. Se reescribe como en un cuaderno de caligrafía, sobre un troquel preestablecido. Cuan creativas y catárquicas, las mudanzas!

¿Cuántos falsos mitos vendidos como verdades inmutables? ¿Cuántos blufs y duros a cuatro pesetas? La historia desenmascara a menudo a los impostores, “se reescribe” decimos, pero siempre a partir de la misma falsilla. Y al fin y al cabo una falsilla, como su propio nombre indica, no es sino eso, una falsilla. Un ‘pentagrama’ de líneas ilimitadas.

Weinberg, Wajnberg o Ва́йнберг, polaco, moldavo, ruso, judío, alemán, soviético… La identidad, sí claro la identidad, siempre dando por saco. Ese sentir pétreo que en teoría no tolera bien las aleaciones, cuando en realidad identidad es siempre sinónimo de aleación. La identidad, ese sentir fluido. Wajnberg nació en Varsovia en 1919 al poco de estrenar ésta capitalidad y murió en Moscú en 1996, cuando la extinta URSS (para algunos la URSS siempre fue extinta) empezaba a liquidar chapkas y prismáticos.

Hace unos meses, rastreando la fonoteca de Wroclaw, di con un triple CD de música de cámara de Mieczyslaw Wajnberg, posiblemente uno de los compositores centroeuropeos más inexplicablemente arrinconados de la segunda mitad del siglo pasado. Su nombre de pila bastaría para excluirlo del repertorio en España, alegando eso de “nombre impronunciable”. Más asequible para nuestra fonación
es el de José Gallardo. El pianista argentino, que, junto al violinista alemán Linus Roth, pugna por restituir la música del compositor centroeuropeo. Una cruzada a mi parecer justa y merecida porque hay en la música de Wejnberg, argumentos de sobra para que su música siga sonando y no se pudra ni apolille, como la cacharrería comunista, a orillas del Moskba.

Naxos, la popular discográfica low cost, es otro de los caballos de batalla del redescubrimiento taimado, continuo no obstante, de la música Wajnberg. Este sello, ducho como pocos en remover y rastrear los vertederos de la música clásica, ha rescatado algunas de sus sinfonías tardías. Sin alcanzar registros haydinianos, el sinfonista polaco firmó un total de 22 sinfonías en sentido estricto. La sobrecogedora carga emocional de la primera de ellas invita sin más a seguirle la pista. Los amantes de Shostakovich no pueden marginar al alumno aventajado (si es que no lo superó). Maestro y discípulo se profesaron admiración mutua. Wajnberg le dedicó su 12ª sinfonía.

A modo de prueba, la defensa aporta un testigo sonoro, de nuevo confiscado a la red. Otra maravillosa aportación doméstica anónima, mejor dicho blogera -‘chuzzlewitsy‘ se hace llamar el autor del colage fonovisual– a partir de la Sinfonía nº 3 op. 45. Este montaje, de 10 minutos apenas, permite a la par explorar el mundo interior de Wajnberg y su posible traslación en la música. Apenas dos pinceladas de su truculenta infancia y adolescencia.

El oyente no tardará en apreciar el sello Shostakovich. Emparedado entre torbellinos y remolinos, emerge, sin embargo, en el momento menos pensado un melodismo diáfano y sereno. En las batallas sinfónicas de Wajnberg hay tiempo para la tregua, para deponer las armas por unos instantes y encender un pitillo. Mucho me temo que Shostakovich envidió en secreto el don natural de su alumno para congeniar con los pasajes reposados. Ese karma que a Shostakovich le estaba vetado, donde la tensión nunca fenecía del todo. Sin caer en la ñoñería, ni en el eclecticismo, ni en el ‘más de lo mismo’; sin tirar de ruidosas vanguardias, ni de poses esnobs, Wajnberg logra dotar de belleza, en el sentido más convencional y doméstico de la palabra belleza, a la música de posguerra. Una proeza, si nos atenemos a su parte familiar de bajas. En los pasajes líricos, deja que la música fluya y se extinga por sí sola, sin súbitos cambios de humor, achaques de tos percusiva o estridencias rítmicas. Una escucha amable, fácil para el oído, digna de sobrevivir a la próxima mudanza.

  

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